20000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO (Richard Fleischer) / 1954: Kirk Douglas, James Mason, Paul Lukas, Peter Lorre, Robert J. Wilke, Ted de Corsia.
Entretenidísima producción Disney, basada en la celebérrima novela de Julio Verne, dirigida por el casi siempre acertado Fleischer (Terror ciego, 1971; Cuando el destino nos alcance, 1973; Amityville 3-D: El pozo del infierno, 1983; Conan el destructor, 1984) y protagonizada por un reparto de campanillas que reproduce con acierto los personajes (dotados de una profundidad mucho mayor de la que se vislumbra a simple vista en lo que, a priori, parece una simple adaptación para el público infantil y juvenil, al venir de la productora creadora del ratón Mickey) del libro del escritor galo (Douglas en el papel del ambicioso y egoísta –a simple vista: en un primer momento parece pensar solo en sí mismo y en su supervivencia, sin importarle la suerte que corran sus dos compañeros capturados, y, además, no duda en robar joyas de los tesoros de Nemo aún a costa de poner en peligro su propia vida y la de sus camaradas cautivos- marinero Ned Land, que demostrará finalmente ser el más justo y equitativo de todos los personajes, salvando, en primer lugar, a Nemo de una muerte segura tras ser capturado por el calamar gigante, y, posteriormente, al profesor y a Conseil, destinados a morir ahogados en el Nautilus; Mason como el capitán Nemo, que cree luchar por una causa noble –el hundimiento de barcos que transportan armas-, pero que demuestra carecer de humanidad –no posee ningún tipo de lástima por sus víctimas, y obliga a su tripulación a hundirse con él y con su batiscafo una vez ha sido derrotado- y moverse únicamente por el ánimo de venganza contra la gente que le esclavizó y acabó con su familia. Además, su personaje es un misántropo que culpa al ser humano de su desgracia personal, creyéndolo indigno de sus descubrimientos, pues considera que los utilizaría para fines belicistas y no para buenas causas; Lukas en el rol del profesor Pierre, personaje que busca hasta la obcecación absoluta que el capitán comparta sus inventos y hallazgos con la humanidad -en la que cree ciegamente-, aún sabiendo que esto es prácticamente imposible –Ned se ve obligado a golpearle para sacarlo del sumergible y escapar, pues se empeña en recoger el diario donde realizaba sus anotaciones desde el día en que fueron capturados, poniendo en peligro la huída-; y finalmente Lorre en el papel de Conseil, el fiel sirviente del profesor, siempre dispuesto a colaborar, pero que demuestra su lado “humano” al interesarse por la fortuna del capitán una vez ésta es descubierta).
Además cuenta con un agradable sentido del humor que no perjudica (sino más bien todo lo contrario) al relato (destacar los momentos compartidos por Lorre y Douglas, dos colosos que tan pronto se enfrentan a una escena dramática como a una cómica; o aquellos donde vemos al segundo y a la foca que Nemo posee en su submarino), y con unas notables imágenes subacuáticas (el entierro bajo el mar es ya un clásico, al igual que las escenas del Nautilus sumergido) y de efectos especiales (el ya mencionado ataque del calamar gigante, ejemplar para la época en que fue rodado; o el hábil uso de matte paintings –obra de Peter Ellenshaw- para representar los paisajes de la isla donde Nemo oculta todos sus conocimientos).
También es destacable la bella partitura de Paul J. Smith, un habitual de las películas Disney.
(7,5/0)