BATMAN BEGINS (Christopher Nolan) / 2005: Christian Bale, Michael Caine, Liam Neeson, Katie Holmes, Morgan Freeman, Gary Oldman, Cillian Murphy, Tom Wilkinson, Rutger Hauer, Ken Watanabe, Rade Serbedzija, Linus Roache, Larry Holden, Gerard Murphy, Colin McFarlane, Sara Stewart, Richard Brake, Gus Lewis, Emma Lockhart, Christine Adams, Tim Booth.
El pequeño Bruce Wayne (interpretado por Lewis en su infancia y por un magistral Bale en su edad adulta), cae en un pozo cercano a la mansión donde vive con sus padres mientras juega con su amiga Rachel (Lockhart de niña y Holmes en su madurez). Una inmensa manada de murciélagos que habita en la cueva en la que ha ido a parar emprende el vuelo asustada, rodeándolo y creándole un terror atroz a esos animales, terror que utilizará, con el paso de los años, para amedrentar y capturar a todos los miserables que han contribuido al hundimiento de Gotham, la urbe que tanto ama y a la que su padre contribuyó, en gran medida, a levantar. Para ello crea el símbolo del murciélago, dando así origen a Batman, el Caballero Oscuro, el justiciero de Gotham que con el paso del tiempo se convertirá en leyenda para los habitantes de su ciudad.
Cuando allá por el año 2004 se anunció la filmación de un reboot (ese término informático que significa “reinicio” y que también se aplica al cine, tratándose ni más ni menos que de eso, un nuevo comienzo de una película -normalmente una saga- ignorando la continuidad previa de la misma, sea cual sea su extensión, siendo modificada por nuevas pautas -Casino Royale, Martin Campbell, 2006; Halloween: El origen, Rob Zombie, 2007; o The amazing Spiderman, Mark Webb, 2012, son ejemplos claros de reboot-. Se diferencia del remake en que en éste se realiza una revisión de un filme retomando personajes, líneas argumentales e incluso la historia completa, manteniendo una continuidad con respecto al original) del Batman de Tim Burton, 1989, del que se iba a encargar un por entonces desconocido Christopher Nolan (el hoy consagrado director de El truco final: El prestigio, 2006; El caballero oscuro, 2008; Origen, 2010; y El caballero oscuro: La leyenda renace, 2012, solo había realizado por aquel entonces dos películas notables, aunque de escaso presupuesto, tales como Memento, 2000; e Insomnio, 2002), resultaba una absoluta incógnita lo que éste podía hacer con un gran presupuesto y con un personaje icónico para el público juvenil (y adulto) a nivel mundial, teniendo en cuenta que las dos películas de Tim Burton (la mencionada Batman y su secuela, Batman vuelve, 1992) habían dado paso a dos engendros que hundieron al hombre murciélago en el fango durante años (me refiero a Batman forever, 1995, y Batman & Robin, 1997, ambas dirigidas por el temible Joel Schumacher). Todos los temores quedaron en el olvido cuando se estrenó Batman begins, un auténtico prodigio cinematográfico, grandilocuente y épico, capaz de traspasar los límites del género de superhéroes para otorgarnos una magnífica pieza difícil de encasillar, entrando en algunos momentos en los cánones del cine negro (esa mezcolanza de géneros de gángsters -aquellos que dominan Gotham a su antojo, dictando sus propias leyes- y social -la pobreza y miseria palpables en las calles de una ciudad aplastada por la delincuencia y la criminalidad, ignorada además por un poder corrupto que permite todo tipo de abusos sobre los ciudadanos-, arraigada en un entorno cercano al expresionismo, en el que la impresionante fotografía de Wally Pfister -el encargado de tal labor en toda la filmografía de Nolan, sin excepciones-, nominada a los Oscar de ese año, entronca directamente con el cine de principios del siglo pasado realizado por directores como Robert Wiene, F.W. Murnau, Paul Wegener o Fritz Lang -valgan como ejemplo esos edificios enormes, angulosos, de aspecto gótico, cuyas sombras ampulosas se proyectan sobre las calles, conformando una ciudad decadente y carente de humanidad y compasión-, y en el que nuestro protagonista es un auténtico antihéroe con un pasado que le atormenta -en este caso, marcado por la muerte de sus padres, de la cual se cree culpable-), rasgo más notorio, si cabe, en su magistral (y superior) secuela, la ya mencionada El caballero oscuro.
Todo es ejemplar en la película de Nolan, desde su genial introducción, con ese bombardeo de viñetas en blanco y negro de los comics de Batman y los murciélagos formando el emblema del hombre murciélago, mientras escuchamos los primeros compases de la genial partitura creada conjuntamente por James Newton Howard y Hans Zimmer, hasta el magnífico reparto, uno de los más lustrosos que se recuerdan en los últimos años, otorgando sentido y sentimiento a unos diálogos formidables que conforman un guión modélico y sin mácula, obra de David S. Goyer (que demuestra una vez más que es mucho mejor guionista -Dark city, Alex Proyas, 1998; Blade II, Guillermo Del Toro, 2002; o El caballero oscuro- que director -Blade: Trinity, 2004; La semilla del mal, 2009-) y el propio realizador, rebosante de momentos espectaculares puestos en pantalla con maestría absoluta.
En cuanto al cast, al mencionado Bale (atención a su presentación, en una prisión tibetana en la que se pelea con varios hombres de forma simultánea) se suman Caine en el papel del mayordomo Alfred, transmitiendo con una sola mirada lo que muchos otros actores no son capaces de mostrar con palabras (el momento en el que el pequeño Bruce se culpa del crimen de sus progenitores, terminando con un demoledor “Los echo de menos. Los echo mucho de menos”, mientras el sirviente le observa con lágrimas en los ojos, que expresan una mezcla de compasión, cariño, impotencia y rabia contenida; cuando Bruce regresa a casa después de su primera estancia con Ducard, con la idea de derribar la mansión, uno de los legados de su padre, y Alfred le contesta, tras una tensa conversación: “No me atrevería a decirle qué debe hacer con su pasado. Solo sepa que a algunos nos importa lo que haga con su futuro”. Su interlocutor, ya más calmado, le pregunta: “¿No te has rendido conmigo?”. Solo el gesto consiguiente, una sonrisa comprensiva y cómplice, valdría como respuesta, aunque la palabra “Nunca” sirva en este caso para refrendar su semblante); Oldman dando vida a Gordon, el insobornable Inspector de policía de Gotham, uno de los pocos miembros del cuerpo que se resisten a los sobornos y amenazas de los mafiosos de la ciudad, que acabará colaborando con el Hombre Murciélago, del que ignora su verdadera identidad pese a que conoce a Bruce desde que era pequeño, pues fue él quien le atendió la noche en que sus padres fueron asesinados (en esa escena queda de manifiesto su integridad y honestidad, anteponiendo una imagen protectora e incluso paternal a su condición de agente); Holmes en el rol de Rachel (quizá la más floja del reparto, aunque hay que tener en cuenta la inmensa calidad artística de sus compañeros), la amiga de la infancia de Bruce, que con el paso del tiempo deviene interés sentimental (y que, como suele pasar con los superhéroes, resultará en amor imposible y, finalmente, trágico), pese a que el regreso del joven y su forma de vida despreocupada, con el fin de evitar cualquier sospecha respecto a su doble identidad, provocarán que le rechace, aunque finalmente descubrirá el secreto de Wayne (en esa magnífica escena, cuando el pánico ya se ha desatado en Gotham tras el ataque perpetrado por Ducard y El Espantapájaros, cuando la joven y un pequeño son salvados por el enmascarado y ella le dice: “Dime tu nombre”, obteniendo por respuesta la frase: “Uno se define por sus actos” -algo que ella le reprochara al propio Wayne días antes, cuando comprueba el comportamiento frívolo del joven-. La mirada de la chica, así como aquello que dice -“¿Bruce?”-, indica claramente que ha identificado a su interlocutor), comprendiendo y perdonando su en un principio inadmisible actitud; Murphy como el doctor Crane, cuyo alter ego es El Espantapájaros, dando rienda suelta a una interpretación mayúscula. Su físico poco corpulento y su aspecto, en un principio apocado y discreto, ocultan una auténtica amenaza para Gotham y sus habitantes, pues su aparente timidez no es más que una pose que oculta un carácter avieso, retorcido y perverso, ejemplificado en esa siniestra máscara que utiliza para volver locas a sus víctimas, a las que muestra sus miedos más ocultos inoculándoles una droga de su propia invención; Freeman interpretando a Lucius Fox, un análogo del Q de la saga James Bond, que provee de todo tipo de artefactos a Batman, pues es el encargado de la sección de desarrollos tecnológicos de Industrias Wayne; un Neeson descomunal en la piel de Ducard (atención a la imponente voz del actor en la versión original, dando profundidad a una interpretación ya de por sí sobresaliente), primero mentor de Bruce y luego su acérrimo enemigo una vez se descubre su verdadera identidad; Wilkinson como Falcone, el dueño en la sombra de la ciudad, un mafioso al que todos conocen y temen. Merece destacar su presentación en uno de sus antros, lleno de policías, políticos y jueces corruptos, y su cara a cara con Wayne, al que provoca y amenaza sin inmutarse: “Podría matarte aquí mismo, ante todos ellos. Ese poder no se compra. Es el poder del miedo (…). Este es un mundo que tú jamás comprenderás, y siempre se teme aquello que no se comprende”; Watanabe dando vida al maléfico Ra´s Al Ghul; o Hauer como Earle, un oportunista que intenta manejar Industrias Wayne a su antojo aprovechando la ausencia de Wayne.
En lo referente a las set pieces y escenas más destacadas, cabe reseñar ese encadenado de imágenes que comienza con un barrido panorámico que nos muestra las enormes montañas nevadas que ha de escalar Bruce para llegar al objetivo que le plantease Ducard: El templo donde mora Ra´s Al Ghul, que prosigue con nuestro héroe buscando la flor azul que ha de llevar consigo como condición para acceder al mismo, continuando con nuevas tomas de Wayne ascendiendo penosamente por las abruptas pendientes y finalizando con otra panorámica móvil que muestra el enclave del santuario; los sucesivos flashbacks que se intercalan durante la primera mitad del montaje en los que se muestra la estrecha relación del pequeño Bruce con su padre (la que tiene con su madre queda bastante más desdibujada), en especial aquel en el que el primero rescata al segundo tras la caída de éste a la cueva de los murciélagos, llevándolo en brazos hasta la casa y diciéndole esa aleccionadora y recurrente frase: “¿Para qué caemos? Para aprender a levantarnos”. De inmediato asistiremos al momento en el que Bruce acude con sus padres al teatro (atención a esas imágenes espectaculares de Gotham y al impactante contrapicado que muestra el tren en primer plano dirigiéndose hacia el imponente edificio en el que se asienta Industrias Wayne), del que salen antes de tiempo porque el pequeño siente miedo de la representación, que incluye a varios murciélagos que parecen volar sujetos por cuerdas. En el exterior son atracados por un ladrón que acabará con la vida de los progenitores. La secuencia vuelve a ser modélica, mostrando un primer plano del collar de perlas que el padre le regalase a la madre rompiéndose y cayendo las cuentas al suelo, a cámara lenta. El score instrumental se transforma en un coro que es casi un lamento, mientras la cámara nos regala un último plano que se aleja lentamente de la desoladora escena, que muestra al pequeño Bruce arrodillado frente a sus mayores, fallecidos. La excelente fotografía, de marcados tonos ocre, aporta aún mayor dramatismo al plano; la pelea de Wayne con Ducard y Ra´s Al Ghul, quedando el primero inconsciente, y el incendio que se declara en el templo y la posterior explosión de éste, resultando atrapado Ghul en el interior y salvando Bruce a Ducard, al arrojarse junto a él por una de las ventanas y caer por una pronunciada pendiente nevada que acaba en un precipicio, evitando el alumno que su mentor se despeñe in extremis; el descenso de Bruce a las cuevas bajo su mansión, enfrentándose a sus temores y siendo rodeado por miles de murciélagos que lo envuelven formando un vórtice espectacular, mientras escuchamos, una vez más, la grandiosa partitura; las sucesivas escenas en las que observamos como Wayne va dando forma a su proyecto, bien acondicionando las cavernas bajo su casa, transformándolas en su base de operaciones, bien recibiendo de Fox todo tipo de artefactos a utilizar en su lucha contra el crimen (la armadura de nomex; el tejido que se endurece al contacto con la corriente y que será utilizado para conformar las alas; o el bat-móvil, en el filme de Nolan un impresionante y enorme todoterreno en un principio ideado con fines militares); el ataque a los traficantes en el puerto, el primero que realiza Wayne bajo su identidad secreta, utilizando el sigilo para deshacerse de sus primeros contrincantes, como un ave que se cierne sobre su presa sin ser advertido, dejando fuera de juego a los restantes de manera simultánea, para capturar finalmente a Falcone, al que coloca en un proyector cuya luz forma en las nubes la figura de un murciélago; los dos planos, en cuestión de minutos, que nos muestran a Batman en lo alto de un rascacielos, como si se tratase de una gárgola inmóvil y majestuosa, mientras la cámara le rodea; la primera vez que vemos a Crane utilizando su máscara de espantapájaros y el gas alucinógeno, una combinación letal que utiliza para enloquecer a Falcone cuando éste intenta chantajearle; el asesinato del fiscal en el puerto, tiroteado por dos policías que lo acompañan, cuando descubre el arma robada por Crane en un contenedor metálico; el primer enfrentamiento entre El Espantapájaros y Batman, que termina con una humillante derrota de éste, cuando aquel le inocula el gas, produciéndole la visión de decenas de murciélagos, y a continuación le prende fuego, obligando a nuestro héroe a saltar por la ventana del edificio en el que se hallan envuelto en llamas, cayendo estrepitosamente sobre un coche y apagando las llamas con la lluvia que cae. Será Alfred quien acude en su busca, y al que veremos llorar en el coche cuando lleva a su amigo malherido en la parte trasera; la visita de Rachel al psiquiátrico de Crane, donde descubre los terribles planes del Espantapájaros para devastar Gotham, siendo capturada por el perturbado, que le suministra el gas a la joven. La llegada de Batman, que se deshace de sus enemigos desde el tejado usando el sigilo (algo plasmado de manera brillante en el magistral “Batman: Arkham asylum” de Play Station 3) y capturando a Crane, al que administra su propio fluido e interroga, obteniendo la confesión de que trabaja para Ra´s Al Ghul, salvará la vida de la joven, con la que huye del edificio utilizando a los murciélagos de la cueva, que acuden en su ayuda, como método de distracción; la inmediata persecución entre el bat-móvil, en el que viajan el Hombre Murciélago y Rachel, y los coches de policía, escapando el primero por los tejados y azoteas de Gotham, yendo a parar a la autopista, y al trepidante paso por el túnel, en el que dos de los vehículos policiales vuelcan de manera espectacular después de pasar sobre unas bolas con pinchos que lanza el todoterreno, que utiliza su camuflaje para no ser detectado por el resto de coches; la pelea con Ducard (o Ra´s Al Ghul, descubriéndose aquí la verdadera identidad del instructor) y sus hombres en la mansión Wayne, que resulta destruida tras ser incendiada, quedando Bruce inconsciente y siendo salvado, de nuevo, por Alfred; el ataque a Gotham con el gas de Crane, vaporizado por el arma robada a Industrias Wayne, provocando todo tipo de horribles alucinaciones a los habitantes de la ciudad; el clímax, en el tren que lleva el dispositivo, que se dirige descontrolado hacia el edificio que proyectara el padre de Bruce, y en el que tiene lugar la pelea definitiva entre Ghul y Batman, mientras que Gordon, a bordo del bat-móvil, destruye los pilares que sustentan las vías del ferrocarril, volándolos por los aires y provocando el colapso del último tramo, el de entrada a la enorme construcción, que se derrumba con estrépito provocando la caída de la locomotora en la que va Ghul, ya derrotado, y del resto de vagones al vacío, precipitándose al suelo y cayendo a un parking subterráneo que resulta destruido por la colisión, y la posterior explosión del arma (la escena, realizada con miniaturas, tal y como se puede observar en los making off que acompañan a las ediciones en DVD y Blu Ray, resulta espectacular, aunque un tanto estridente, rompiendo mínimamente el tono más pausado del resto del relato); o el final, con Bruce y Alfred planeando recomponer la mansión tras recuperar Industrias Wayne, y la postrera conversación del primero con Rachel, en la que ésta comprende que la historia de amor entre ambos es imposible, por el peligro que para ella conlleva. El encuentro final entre Gordon y Batman, en el que el primero le habla de un nuevo criminal que deja una carta de póquer (concretamente un comodín o joker) en los lugares en los que actúa, sirve de cierre y de broche de oro de este primer capítulo y de presentación del nuevo y aterrador villano al que el superhéroe tendrá que plantar cara en la secuela.
Pero sin duda hay una secuencia que destaca sobre el resto y en la que Nolan vuelve a poner de manifiesto su pericia como director, suponiendo la misma un ejemplo único de planificación y montaje: Se trata de aquella que nos muestra el adiestramiento de Bruce por parte de Ducard en ese espectacular paraje consistente en un lago helado rodeado de montañas nevadas. La escena inicial consiste en un pulcro barrido panorámico que muestra a los dos personajes en posición de lucha, rodeados de ese entorno ya descrito, hostil y amenazante, que parece cobrar vida como espectador privilegiado de la confrontación inminente, con esos lamentos del hielo quebrándose en las elevaciones cercanas y bajo los pies de los contendientes (la banda sonora vuelve a jugar un papel notable, reforzando la épica de la escena). Un nuevo plano de las montañas da paso al aleccionamiento oral de Ducard, enardecedor y alentador en grado sumo. Las palabras de éste (“…puedes enfrentarte a seis hombres. Nosotros te enseñaremos a enfrentarte a seiscientos. Sabes desaparecer. Nosotros te enseñaremos a ser invisible…”) se intercalan con una nueva panorámica de ambos y con un plano medio de Bruce blandiendo el sable, coincidiendo la última palabra del paréntesis con el inicio de la pelea, seguido de un inserto en el que se muestra a nuestro protagonista defendiéndose del ataque de varios ninjas, mientras mantiene el equilibrio sobre la sección transversal de varias barras verticales colocadas a una altura considerable. La lucha prosigue a la vez que el discurso de Ducard, que intenta provocar la ira de su antagonista (“La culpa de la muerte de tus padres no fue tuya, sino de tu padre”), consiguiendo su objetivo, pues Bruce lanza un ataque ciego en el que pierde su espada y es arrojado al suelo, consiguiendo incorporarse de inmediato, recuperando el arma y derribando a su instructor. Las palabras de éste (“Has dado un mal paso por dar un buen golpe”) revelan que la ira de Wayne le ha vuelto a jugar una mala pasada, pues un toque de Ducard al hielo hace que éste se quiebre bajo los pies de Bruce, cayendo al agua gélida. El final de la lección, ante una reconfortante hoguera, tampoco tiene desperdicio (“…sé la rabia que te corroe. La ira que ahoga tu dolor y convierte el recuerdo de tus seres queridos en veneno que corre por tus venas, y un día te ves deseando que ese ser tan querido no hubiese existido para no tener que sufrir -…-. La ira te confiere un gran poder, pero si no lo impides, acabará contigo”), y sirve para entender el cúmulo de sensaciones encontradas que invaden al protagonista y que le impiden actuar con acierto y serenidad debido a la amargura y al sentimiento de culpa que padece.
En definitiva, una más que notable traslación de las viñetas al cine del superhéroe creado por Bob Kane y Bill Finger, cuya primera aparición en papel fue en la historia “El caso del sindicato químico”, publicada en el número 27 de la revista Detective Comics, allá por el año 1939, y que ahora es propiedad de DC. Sin duda, la mejor película de superhéroes rodada hasta la llegada de su secuela, El caballero oscuro, 2008, por encima de otras grandes traslaciones como X-Men, Bryan Singer, 2000; X-Men 2, ídem, 2003; Spiderman, Sam Raimi, 2002; Spiderman 2, ídem, 2004; o Los vengadores, Joss Whedon, 2012.
(8,5/0)