ANTICUERPO (Christian McIntire) / 2002: Lance Henriksen, Robin Givens, William Zabka, Gastón Pauls, Teodora Ivanova, Stella Ivanova, Kathleen Randazzo, Velizar Binev, Julian Vergov, Christian McIntire, Ken McGraw.

 

   Un peligroso terrorista internacional (Vergov dándole una nueva dimensión a la palabra “sobreactuación”) amenaza con hacer explotar una bomba atómica en Europa, creando una nube radiactiva capaz de aniquilar a todo ser humano del continente. Para dificultar la labor de las autoridades esconde el detonador, de tamaño microscópico, en el interior de su cuerpo. Un agente de la ley (Henriksen, carente de cualquier tipo de dignidad, capaz de salir en infames series Z como la que nos ocupa) encabezará una misión suicida consistente en reducir su tamaño hasta un tamaño infinitesimal y ser introducido junto a tres compañeros en el torrente sanguíneo del peligroso criminal una vez éste ha sido capturado, con el fin de encontrar y desactivar el artefacto.

 

   Un Henriksen lamentable encabeza un reparto de pésimos actores, en su mayoría  búlgaros (originarios del país donde se rodó el desecho de celuloide que nos ocupa), protagonizando una copia burda y patética de El chip prodigioso, Joe Dante, 1987, de la que es imposible extraer un solo fotograma que merezca ser salvado de una hipotética hoguera, purificadora y justiciera. La colección de despropósitos en forma de FX cochambrosos (atención a esos microorganismos infográficos que intentan atacar la nave de nuestros intrépidos protagonistas); situaciones ridículas (el tiroteo entre terroristas y fuerzas especiales -atención a sus uniformes, con coderas y rodilleras de skate-, en el que uno de los malvados, arma en ristre, contempla impávido como sus compañeros son aniquilados, sin ni siquiera hacer la mínima intención de disparar o protegerse. Le veremos una segunda vez en la misma tesitura, hasta que en una nueva y brillante aparición sale despedido hacia atrás como si le hubiesen disparado con un cañón); o diálogos ante los que es imposible no sonrojarse o descacharrarse (“Es el único tranquilo, tiene paz interior”. Con esa frase nuestro protagonista señala, en una pantalla que muestra una imagen grabada por una cámara de infrarrojos en la que vemos a un montón de gente, al terrorista. Es decir, es capaz de vislumbrar la paz interior de un extremista radical cuya intención es acabar con la población de Europa en una pantalla monocolor que muestra a decenas de personas. La respuesta de su compañero -“Se ve que ha asumido su propia muerte”-, observando la misma pantalla, no se queda atrás), según el estado de ánimo del sufrido espectador de turno, es innumerable, dando lugar a un producto insufrible y bochornoso a partes iguales.

 

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