ATMÓSFERA CERO (Peter Hyams) /
1981: Sean Connery, Frances Sternhagen, Peter Boyle, James Sikking,
Kika Markham, Clarke Peters, Steven Berkoff, John Ratzenberger, Nicholas Barnes, Manning Redwood, Pat Starr.
El agente William T. O´Niel (un Connery notable, demostrando una vez más
su solvencia como actor) es enviado en cargo de sheriff a una colonia minera situada en una luna de Júpiter, a donde viaja junto a Carol (Markham)
y Paul (Barnes), su esposa e hijo. Cuando se encuentran con un lugar desolado y deprimente, situado en un satélite árido y carente de vida, la mujer
decide plantearle un ultimátum a William y le amenaza con irse junto al chico, cansada de seguirle durante años por destinos similares, condenando a su hijo a vagar por todos ellos sin asentarse
en ninguno en particular, alejados de un planeta tierra considerado como una especie de edén. Por si no fuera suficiente, el sheriff descubrirá que Mark Sheppard (Boyle), el administrador que lleva el mando en la colonia, dirige una operación de tráfico de drogas. El estupefaciente, suministrado a los obreros, les hace
aumentar su rendimiento exponencialmente, aunque cuenta con el efecto secundario de volverlos locos cuando el consumo se extiende en el tiempo. Las primeras muertes causadas por la sustancia
coinciden con la llegada de William, que iniciará una investigación en la que contará con la oposición de Sheppard, que usará su influencia para provocar la soledad del sheriff, obligado a
adentrarse en una pelea desigual con el fin de impartir justicia.
Un director de trayectoria desigual como Hyams (director de productos
solventes y entretenidos como Capricornio Uno, 1977 -curiosamente, la compañía minera de nuestro filme, llamada Con-Amalgamate, es la
misma que se cita en ésta película-, o The relic, 1997 -pese a que en ella obviase al detective Pendergast,
protagonista de la novela de Preston & Child y de la saga que la incluye-, pero también de otros decididamente mediocres de la talla de El sonido del trueno, 2005) realizó en los albores de su carrera la que quizá sea su
película más emblemática y de mayor calidad. Apoyándose en un reparto solvente, en el que destacaba como protagonista un Connery célebre que ya había dejado atrás su etapa como James Bond, pero
que también contaba con la aparición de secundarios de lujo del calibre de Boyle (siempre recordado por dar vida al Monstruo en El jovencito Frankenstein, Mel
Brooks, 1974, y que aquí interpretaba al taimado Sheppard, el hombre que, aprovechando su ventajosa posición de mando, se enriquece con el tráfico
de drogas sin que nadie ose a plantarle cara), Sikking (el teniente Howard Hunter de Canción triste de Hill Street, que aquí es el
Sargento Montone, el segundo de William, en un principio afín a Sheppard, pero que acaba tomando partido por su superior recién llegado, pagando con su vida semejante afrenta), o Sternhagen
(otra secundaria de carácter, con destacadas apariciones en dos notables filmes de género como Misery, Rob Reiner, 1990; o La niebla de Stephen King, Frank Darabont,
2007, y que en Atmósfera cero pone cara a Lazarus, la
doctora que prefiere ignorar la verdad tras las sucesivas muertes acontecidas en la colonia, pero que, al ser presionada por William y descubrir lo que sucede realmente, acaba convirtiéndose en
su único apoyo), y en un guión sin fisuras y que ofrecía algo más de cien minutos de entretenimiento equilibrado y adulto.
En definitiva, una entretenida historia de ciencia ficción que narra la lucha de un hombre ecuánime ante los
elementos y la adversidad, personificados en el poder corrupto y carente de escrúpulos que domina a la sociedad de la colonia. Su final, totalmente optimista (William no solo vence a su oponente, acabando con los matones que éste envía para acabar con su vida y dejándolo en evidencia ante sus superiores y los habitantes
del satélite, sino que es capaz de concluir su trabajo a tiempo de alcanzar la nave que poco después partirá de la colonia, llevando entre sus pasajeros a su mujer y su hijo), es la única
(y necesaria, por coherente) concesión a la galería.
(6,5/2)