CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE (Richard Fleischer) / 1973: Charlton Heston, Edward G. Robinson, Leight Taylor-Young, Chuck Connors, Joseph Cotten, Brock Peters, Paula Kelly, Stephen Young, Mike Henry, Lincoln Kilpatrick, Roy Jenson, Leonard Stone, Whit Bissell, Dick Van Patten.
En el año 2022 Nueva York vive sumida en el caos debido a la superpoblación y a la escasez alimentaria. Ante esa carestía se crea el soylent, una sustancia de diversos colores supuestamente sintética que se convierte en el sustento alimenticio del pueblo. El detective Thorn (un sobrio Heston, perfecto para el papel del aparentemente impasible agente) se encarga de la investigación del asesinato de William R. Simonson (al que da vida, en un corto papel, una leyenda del cine de la talla de Cotten, visto en clásicos como Ciudadano Kane, Orson Welles, 1941; La sombra de una duda, Alfred Hitchcock, 1943; o El tercer hombre, Carol Reed, 1949; apareciendo también en alguna película de cierto renombre dentro del género, como Luz que agoniza, George Cukor, 1944; Canción de cuna para un cadáver, ídem, 1964; El abominable Dr. Phibes, Robert Fuest, 1971; u Orgía de sangre, Mario Bava, 1972), un importante hombre de negocios que guarda cierta relación con el soylent green (título original de la película, que por una vez fue cambiado de manera acertada por el mucho más inspirado y evocador Cuando el destino nos alcance con el que es conocida dentro de nuestras fronteras), una de las variedades existentes. Ayudado por Sol (un tan inconmensurable como emotivo Robinson en su última aparición en pantalla, pues el actor fallecería víctima de un cáncer diez días después de acabar su labor en el rodaje), un anciano policía que vivió la riqueza y prosperidad de la antigua civilización, descubrirá que tras el crimen se halla la intención de las altas esferas de ocultar el ingrediente principal que nutre al alimento artificial: el ser humano.
Un habitual del cine de género como Fleischer nos brindó esta notable distopía (historia consistente en la descripción de una sociedad futura que surge como consecuencia de determinados comportamientos y tendencias sociales y políticas de la actualidad, que conducen a coyunturas del todo adversas, rubricadas en casi todos los casos por conclusiones aterradoras. Valgan como ejemplo, aparte del comentado aquí, cuatro grandes películas que además poseen germen literario: Fahrenheit 451, Francois Truffaut, 1966; Blade runner, Ridley Scott, 1982; 1984, Michael Radford, 1984; o V de Vendetta, James McTeigue, 2006) con ciertos rasgos de cine negro basada en la novela “¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!” de Harry Harrison, en la que la humanidad se ve abocada una vez más a su destrucción, surgiendo la figura de un salvador poco convencido de sus posibilidades y héroe a su pesar, interpretado, algo habitual en la época, por el malencarado y rudo Heston. De hecho, suyos son otros dos personajes muy similares y protagonistas de sendos clásicos coetáneos al que nos ocupa, englobados en el mismo subgénero distópico y rubricados por un final igualmente pesimista: Por un lado, el George Taylor de El planeta de los simios, Franklin J. Schaffner, 1968, y por otro, el Neville de El último hombre… vivo, Boris Sagal, 1971. Ese carácter contestatario y crítico con el sistema, que parece chocar con la imagen del Heston Presidente de la Asociación Nacional del Rifle (cargo que ejerció desde 1998 hasta 2003), y que se ve corroborado por su aparición en tres filmes que dejaban a la sociedad y al individuo que la forma a la altura del betún, tuvo su máxima expresión en la década de los 60, cuando el actor ejerció como activista a favor de los derechos civiles. Durante esa época, Heston se implicó en los problemas de la sociedad estadounidense: En 1961 participó en una protesta ante un restaurante que solo admitía a camareros blancos, mientras que pocos años después formó parte de una marcha del por aquel entonces embrionario Movimiento por los Derechos Civiles, junto a Martin Luther King. Su ideología conservadora y su defensa del derecho de todo americano a la posesión y empleo de armas de fuego tuvieron uno de sus más sonados desencuentros en una entrevista concedida a Michael Moore para su documental Bowling for Columbine, 2002. Cuando éste le inquirió sobre la matanza del instituto Columbine y la defensa pertinaz hecha a raíz del funesto suceso por el actor al derecho constitucional otorgado por la Segunda Enmienda a la tenencia de armas, Heston se negó a contestar a las preguntas del entrevistador y le invitó educadamente a que abandonase su hogar. De todas, formas me quedo con unas declaraciones suyas que dejan clara su forma de pensar, ajenas a correcciones políticas y dignas de alguien que demuestra inteligencia y que solo por ello se merece cierto respeto: "Marché con negros en los años 60 a favor de sus Derechos Civiles, antes de que estuviera de moda, pero cuando dije el año pasado que el orgullo blanco es tan importante como el orgullo negro, el rojo, o el de cualquiera, me llamaron racista; he trabajado con homosexuales de extraordinario talento durante toda mi vida, pero cuando dije que los derechos de los homosexuales no deberían ir más allá de los míos o de los vuestros, me llamaron homófobo".
La película de Fleischer nos ofrece una serie de momentos para el recuerdo, casi todos ellos emotivos, algunos impactantes. Así, entre los primeros podemos destacar casi todas las conversaciones entre Thorn y Sol, habidas en el pequeño apartamento que ambos comparten (la primera, con el anciano emocionado con lo que su compañero ha tomado del apartamento de Simonson y que coloca en la mesa ante sus ojos. Sus reacciones y gestos ante el papel, los libros, el whisky, la manzana o el trozo de buey le muestran cada vez más exultante, quedándose anonadado cuando finalmente contempla el pedazo de carne, para a continuación derrumbarse y exclamar entre sollozos “¡Oh, Dios mío! ¿Cómo hemos llegado a esto?”, resultando su interpretación harto conmovedora. La subsiguiente escena en que contemplamos a ambos comer el apio, el buey y la manzana mientras beben el whisky -atención a la reacción de Thorn, primero al probar el apio y luego al engullir la carne por primera vez en su vida-, da muestras de la camaradería y lealtad existente entre ambos, algo que vuelve a quedar reflejado en la emotiva despedida que tiene lugar en el centro al que Sol acude con el fin de quitarse la vida tras descubrir los motivos de la muerte de Simonson. Su suicidio asistido -se toma un veneno que le sirven mientras escucha música clásica y observa imágenes del mundo pretérito- se ve en parte interrumpido con la llegada de su amigo, que intenta en vano detener el proceso. Cuando Thorn advierte que no hay vuelta atrás, comienza a llorar, momento en que Sol le revela la verdad. La interpretación de Heston no es fingida, tal y como el propio actor reconoció en una entrevista concedida en 1997 a Robert Osborne para el canal TCM, pues él era el único que conocía la penosa enfermedad que sufría Robinson, la cual acabaría con su vida poco después. Emocionado por la interpretación de su compañero, que él vio como una especie de despedida anticipada -de hecho ésta fue la última escena que el actor filmaría antes de fallecer-, no pudo reprimir las lágrimas), pero también el hallazgo que Thorn realiza cuando pasa ante el orfanato, en un momento que, por inesperado, provoca la reacción del espectador ante lo que observa, incapaz de permanecer impasible. Así, el detective descubre a un pequeño sentado en las escaleras que dan acceso al edificio mientras que su madre yace inmóvil en una posición cercana. Thorn se aproxima, y observa que el niño, chupándose un dedo y con los ojos llorosos, tiene una cuerda atada a su muñeca. La cámara sigue el corto trayecto de la soga hasta la mano de la progenitora, momento en el que descubrimos su tez pálida y cadavérica. Thorn, tan sobrecogido como nosotros, toma al pequeño en brazos, que comienza a sollozar reclamando a su madre, y se lo lleva al interior del orfelinato, dejándolo al cuidado de una de las novicias.
De los segundos caben mencionar los distintos momentos en que Thorn baja o sube por la escalera de su edificio, atestada de gente de todas las edades, desde bebés hasta ancianos, que yacen hacinados y que intentan aprovechar un resquicio de suelo para descansar; el asesinato del cura (Kilpatrick) que confesó a Simonson y que conversa con Thorn, al que está a punto de revelarle lo que sabe sobre la composición del soylent green. El encargo lo realiza el gobernador Santini (Bissell), ante la posibilidad de que se le vincule con la muerte de su socio, y la ejecución la lleva a cabo el guardaespaldas de éste, Tab Fielding (Connors, uno de esos míticos secundarios vistos tantas y tantas veces en pantalla), tiroteando al sacerdote en su propio confesionario; el momento en que los camiones embisten a una turba famélica que se revela en las calles ante la falta de alimento, subiendo a los amotinados con las palas y lanzándolos a las cubas como si fuesen despojos o basura; o la revelación definitiva en la planta de tratamiento de soylent green, donde un horrorizado Thorn contempla como los cuerpos son trasladados por cintas transportadoras hasta unos enormes tanques, de donde sale el alimento. La conclusión, con nuestro protagonista malherido en la iglesia, rodeado por una multitud que le observa impasible mientras es trasladado por agentes de policía en camilla y grita medio ido “¡el soylent green está hecho de gente!”, no deja mucho lugar al optimismo, pues el sheriff Hatcher (Peters), su interlocutor, no parece dispuesto a dar mucho crédito a las palabras de un hombre en apariencia enajenado. Si a eso unimos que anteriormente estuvo a punto de apartar a Thorn del caso cediendo a presiones varias, es fácil discernir que el descubrimiento de su agente caerá en saco roto.
El filme hace gala, cómo no, del machismo inherente al cine realizado en la década de los 70 (el modelo de mujer fuerte y decidida instaurado por la Ripley interpretada por Sigourney Weaver en Alien: El octavo pasajero, Ridley Scott, 1979, y confirmado a lo largo de la década siguiente, aún estaba lejano), tal y como demuestran determinados aspectos del guión, como que las féminas sean parte del ajuar de las casas, heredado por los sucesivos inquilinos que las habitan (la frase que Thorn le suelta a Shirl -Taylor-Young- como declaración romántica -“Eres una bonita pieza del mobiliario”-, no tiene desperdicio). También resulta llamativo el hecho de que dos series de Matt Groening homenajeen a la película en sendos capítulos: Por un lado, en Los Simpson, cuando Abe decide morir, acude a una clínica de eutanasia similar a la de nuestro filme. Además, en Futurama Bender reta a Elzar en un programa de cocina, en el que han de preparar soylent green. Finalmente, apuntar que el filme se hizo con el Saturn a Mejor Película de Ciencia Ficción en el año 1973.
(7/2)