2001 MANÍACOS (Tim Sullivan) / 2005: Robert Englund, Lin Shaye, Giuseppe Andrews, Jay Gillespie, Marla Malcolm, Dylan Edrington, Matthew Carey, Peter Stormare, Gena Marie Heekin, Mushond Lee, Bianca Smith, Brendan McCarthy, Adam Robitel, Christa Campbell, Wendy Kremer, Cristin Michele, Kodi Kitchen, Ryan Fleming, Johnny Legend, Scott Spiegel, Eli Roth, Craig Stark, Travis Tritt.


   Digno remake del clásico de Herschell Gordon Lewis, al que supera en determinados momentos debido a su hábil mezcla de gore (los 30 años discurridos desde el estreno del original hacen que los asesinatos sean más sangrientos y convincentes, aunque se siga optando por una puesta en escena mucho más cercana al splatstick que al horror), humor (más gamberro y pasado de rosca que en el filme primigenio) y erotismo (la película es un auténtico despliegue de hermosas féminas).


   En esta ocasión tenemos a Anderson, Nelson y Cory (Gillespie, Edrington y Carey respectivamente), tres jóvenes que se dirigen a pasar sus vacaciones veraniegas en coche a Springs Break (Florida). El consabido atajo de rigor hará que se den de bruces con Pleasant Valley (antes sufrirán un memorable y descacharrante encuentro con Eli Roth –director de Hostel, 2005; y Hostel 2, 2007-, que repite cameo como Justin, el autoestopista, acompañado del Dr. Mambo, su perro, a los que también vimos en Cabin fever, dirigida por él mismo en el año 2002. En esta ocasión lanza un armadillo muerto sobre el capó del coche para simular un atropello, intentando que lo dejen subir a bordo. Cuando los jóvenes se detienen y le dicen su destino, les responde: “¡Um! A Daytona. A mí me gustan más las cabañas en el bosque”. Los chicos huyen dejándolo en tierra, mientras Nelson se burla de él con la palabra “Faced”, la misma que Roth repetía varias veces en la película citada) un pueblecito sureño que parece haber salido de una época pretérita, al igual que sus moradores. Hasta allí llegarán Joey (bellísima Malcolm), pronto interés sentimental de Anderson, Kat (Heekin), una joven sumamente promiscua, y Ricky (Gross), tan activo como la anterior, y al que no le importa el sexo con el que dar rienda suelta a su apetito, que viajan juntos hacia Florida, y a los que pronto se les unirán Malcolm (Lee) y Leah (Smith), una pareja de moteros (él de color y ella asiática, lo que supone un auténtico golpe para los racistas habitantes de Pleasant Valley). Todos ellos serán embaucados para quedarse en las fiestas del pueblo como invitados de honor, sin saber que ellos mismos serán los principales protagonistas de la barbacoa que cierra la celebración.


   La diversión para el aficionado comienza con la multitud de referencias y cameos que tienen lugar a lo largo y ancho del metraje: Las primeras comienzan con el alcalde George W. Buckman (interpretado por un Englund pasadísimo de rosca), un trasunto de George W. Bush, no solo en su moralina ultraconservadora, sino también en las iniciales de uno y otro; Nelson es asesinado en su sueño en una escena que rememora a Un hombre lobo americano en Londres, John Landis, 1981; en la gasolinera del inicio, el mismo Nelson protagoniza un duelo de banjos con un chico de la zona similar al visto en Defensa, John Boorman, 1972; a lo largo del metraje se reproducen varias frases sacadas literalmente de Lo que el viento se llevó, Victor Fleming, 1939, el clásico sureño del cine por antonomasia; Spiegel y Legend apuntan con sus banjos hacia la cámara, tal y como hacen habitualmente los componentes del grupo de raíces sureñas ZZ Top; la barbacoa final tiene su inspiración en El carnaval de las almas, Herk Harvey, 1962; la huida en moto de los dos protagonistas recuerda la portada del mítico disco “Bat out of hell” de Meat Loaf y el video clip de la canción “I´d do anything for love”, de la segunda parte del mismo (“Bat out of hell II: Back in to hell”)... En cuanto a los cameos, aparte del ya mencionado de Eli Roth, tenemos a un actor “serio” como Stormare, habitualmente alejado del género (solo recuerdo su aparición en El mundo perdido: Jurasic park, Steven Spielberg, 1997), como el profesor Ackerman (otro homenaje más, éste a Forrest J. Ackerman, creador de la mítica revista “Famous monsters of filmland”. A su vez, un ejemplar de la misma es ojeado por el sheriff en la comisaría al final del filme), que da clases de historia a nuestros tres protagonistas, en un papel que estuvo a punto de interpretar Gene Simmons, el bajista y vocalista de Kiss, gran amigo del director (de hecho, Sullivan produjo Cero en conducta, Adam Rifkin, 1999, en la que varios jóvenes, entre ellos Giuseppe Andrews, acuden a un concierto del mítico grupo); el cantante de country Travis Tritt es el empleado de la gasolinera que limpia los restos del armadillo del coche (Alice Cooper y otro de los miembros de Kiss, el guitarrista Paul Stanley, también optaron al papel); el director (Abierto hasta el amanecer 2: Texas blood money, 1999, y encargado de la segunda unidad en ésta) y guionista (Terroríficamente muertos, Sam Raimi, 1987) Scott Spiegel forma parte de la pareja de lugareños que toca el banjo durante toda la película, mientras que el cantante de Rockabilly, manager de Wrestling y ocasional actor Johnny Legend (visto en pequeños papeles en La novia de Re-Animator, Brian Yuzna, 1990; Vivos muertos, Damon Santostefano, 1992; o Los chicos del maíz 3: La cosecha urbana, James D. R. Hickox, 1995) es el otro integrante del duo; Sullivan, director del filme, es el dueño de la funeraria que vemos fugazmente construyendo ataúdes en la calle cuando los jóvenes caminan por el pueblo; y Kane “Jasón Vorhees” Hodder es otro de los maníacos, compartiendo un cara a cara en la barbacoa final con Englund, y rememorando así su mítico duelo de Freddy contra Jasón, Ronny Yu, 2003.


   Por si todo lo anterior no fuese bastante, tenemos una serie de asesinatos más sangrientos que en la original (atención a los FX de Roy Knyrim, de SOTA FX, en las muertes, y los de maquillaje de la KNB FX Group, que nos muestran el deterioro de los maníacos según avanza el metraje –basta con fijarse en la cicatriz del ojo de Englund, casi imperceptible al principio y muy acentuada al final-), de acentuado tono grandguignolesco, que los acerca al cartoon de Tex Avery, suponiendo alguno de ellos una actualización de los ya vistos: Kat muere despedazada por las cuerdas atadas a sus miembros, que son tensadas por cuatro caballos (Sullivan realiza un montaje paralelo en el que Hucklebilly -Fleming, cuyo nombre es un claro homenaje a la literatura de connotaciones sureñas- mata un gato -“cat” en inglés-); Nelson fallece después de ingerir una botella de ácido que la lechera (interpretada por la impresionante playmate Christa Campbell, lo que establece un nuevo vínculo con la primera película, pues su protagonista, Connie Mason, también fue playmate de Playboy) le da, tras seducirlo, haciéndole creer que se trata de alcohol (el efecto es similar al que Tom Savini ideó para la muerte de Kevin Bacon en Viernes 13, Sean S. Cunningham, 1980); Leah es aplastada por una gigantesca campana (en el original era una enorme piedra); a Ricky le ensartan por el trasero un gigantesco pincho moruno (atención al turbador gesto de Lin Shaye –hermana de Bob Shaye, productor de la saga Pesadilla en Elm street, y una auténtica veterana del género-, totalmente improvisado, cuando la punta sale por la boca del joven); Cory padece un brutal blow job a manos (sería más apropiado decir “a boca”) de Peaches (Kremer), que se coloca una afilada dentadura metálica para realizar el singular trabajo; Malcolm muere aplastado por una prensa de algodón, utilizada por los esclavos de la época (humor “negro” al canto) y activada por los lugareños; y la joven pareja protagonista, formada por Jay y Joey, que emprenden la huida en moto, son decapitados por un alambre de espino tensado de lado a lado de la carretera por Hucklebilly.


   En cuanto a los aspectos técnicos, aparte de los mencionados FX, destaca la fotografía de Steve Adcock, con un acertado uso de colores vivos y brillantes (rojo, azul, blanco…) que se tornan oscuros con el paso de los minutos (sirva el contraste entre la luminosidad de la escena del baño de las chicas al aire libre con la tenebrosa de los habitantes del pueblo viendo alejarse a los dos protagonistas, ya al final).


   Ciertamente, escandalizarse ante una película como 2001 maníacos demuestra un escasísimo sentido del humor y una ignorancia completa ante un tipo de cine hecho como simple y mero divertimento. La mezcla de terror y humor es acertada, y poner el grito en el cielo por su supuesto machismo y su inocente erotismo (benditas Malcolm, Kremer, Campbell, Michele y Kitchen –sobre todo, éstas dos últimas, que interpretan a las primas besuconas, o “kissy cousins”- por hacernos la vida más llevadera a los hombres de buena voluntad) parece un pataleo más típico de épocas pretéritas que del nuevo siglo. Diversión a tope para el goremaníaco sin prejuicios.


(6,5/7)

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