ABANDONADOS, LOS (Nacho Cerdá) / 2006: Anastasia Hille, Karel Roden, Valentin Goshev, Valentin Ganev, Paraskeva Djukelova, Carlos Reig-Plaza.
Marie Jones (Hille, vista en The hole, Nick Hamm, 2001), una mujer que vive en los Estados Unidos, hereda de su madre, ya fallecida y a la que nunca conoció, una vieja granja en una zona rural de Rusia en la que supuestamente nació y a la que regresa cuarenta años después. Ese lugar, ahora abandonado y en ruinas, esconde un terrible secreto acerca del pasado de la mujer y de Nikolai (Roden, con papeles en Blade II, Guillermo del Toro, 2002; Hellboy, ídem, 2004; La huérfana, Jaume Collet-Serra, 2009; o Frankenstein´s army, Richard Raaphorst, 2013), su hermano, del que ni siquiera conocía su existencia y que también se encuentra en la vivienda. Cuando entablan conversación, descubren que las notificaciones de la herencia que ambos han recibido han sido enviadas por una misma persona, un abogado llamado Andrei Misharin (Ganev), que parece tener cierto interés en ambos. La aparición de sendos espectros, réplicas cadavéricas de los hermanos, dará paso al terror y significará el regreso de los fantasmas del pasado, en este caso literales, que dejarán al descubierto lo que sucedió tiempo atrás, envolviendo a Marie y Nikolai en una historia de desenlace trágico que cerrará el círculo no completado hace cuatro décadas.
El debut en la dirección de largometrajes del prometedor Nacho Cerdá (que hasta el momento se había distinguido por la realización de tres conocidos cortos como The awakening, 1990; Aftermath, 1994 -el único que he visto, sórdido y enfermizo ejercicio que retrata el proceso de realización de una autopsia y que, según sus defensores, representa una sutil metáfora sobre la degradación del cuerpo humano y la indefensión del individuo una vez ha fallecido-; o Génesis, 1998) significó una decepción parcial al adentrarse en un subgénero tan manido como el de las casas encantadas y el de los fantasmas que regresan en busca de venganza, sin aportar ni un solo momento que se pueda destacar como original o innovador. La historia, sencilla en el fondo, se enreda hasta los límites de lo comprensible, dejando multitud de lagunas y de preguntas sin respuesta fruto de múltiples incoherencias y de la confusión que produce esa alternancia de sucesos que supuestamente acontecen realmente y otros que tan solo lo hacen en la mente de nuestra protagonista (la intervención de Anatoliy -Reig-Plaza-, el conductor de la furgoneta, que aparece y desaparece cual Guadiana y del que nunca sabremos si es real o ficticio; lo que acontece con la susodicha furgoneta, que en determinado momento vemos completamente destrozada; el emplazamiento de la vivienda, supuestamente ubicada en algo parecido a una isla, al estar aislado el terreno por un río en permanente crecida, y la imposibilidad de la llegada por carretera, tal y como se produce; el rol de Misharin, en realidad el padre de los protagonistas, empeñado en acabar lo que empezó cuarenta años atrás, y del que tampoco sabemos si es real o se trata de otro fantasma más), por otro lado empeñada en tomar, al igual que su hermano, decisiones del todo discutibles (se me escapan las razones por las que una mujer madura, con una vida en los Estados Unidos y con una hija adolescente, se empeña en viajar hasta un lugar recóndito de Rusia y quedarse durante varios días en una granja completamente arruinada, más aún con la primera -y, eso sí, terrorífica- aparición de su doble, el único momento realmente inquietante de la cinta).
El añadido de un final tan pretendidamente dramático como predecible, que pretende ser coherente con el resto de lo que se nos cuenta, pero que resulta tan tramposo como el resto de la historia (Nikolai, por una serie de circunstancias cuanto menos peculiares, acaba devorado por una piara de cerdos -¿?-, y Marie perecerá ahogada en el río que rodea la granja, y en el que es avisada en reiteradas ocasiones que fallecerá), tampoco ayuda demasiado a valorar positivamente un filme decididamente decepcionante.
(4/4)