AGUAS PELIGROSAS (James D. R. Hickox) / 2000: Dax Miller, Kate Fischer, Duncan Regehr, Matthew Borlenghi, Joel West, Taryn Reif, Maureen Larrazabal.
Otro directo a DVD en formato de monster-movie, ésta con cocodrilo de Todo a cien, tan plana, mediocre y cutre que es difícil de digerir incluso para el fan menos exigente.
El hijo de Douglas Hickox (director de joyitas como Matar o no matar, este es el problema, 1973; o Vértigo mortal, 1985) demuestra una vez más que, en esto del cine, el talento no se hereda (de hecho, también es el autor de otros dislates de la talla de Los chicos del maíz 3: La cosecha urbana, 1995; The gardener, 1998; y Dientes de sable, 2002), y lleva a la pantalla la absurda historia de un reptil gigantesco que se merienda a todo aquel incauto o ceporro al que le da por hacer surf en unas aguas plagadas de tiburones. Sí, efectivamente, nuestro elenco está formado por dos idiotas integrales (el primo tonto de Cristiano Ronaldo -Miller- y su amigo -West-, que parece haber metido la cabeza en un barreño de agua oxigenada) cuya máxima aspiración en la vida es rodar un documental surfeando entre decenas de escualos hambrientos. A ellos se une el director del reportaje (Borlenghi), que es, desde ya, uno de los personajes más memos e insoportables vistos en una película en mucho tiempo, y que lleva el cartel de “Voy a morir de la forma más necia posible” pegado en la frente desde el minuto uno; una cámara (Fischer) cuya estupidez es directamente proporcional al tamaño de sus pechos (ese momento en el que se tira al agua para grabar más de cerca a un cocodrilo de diez metros merece pasar al top ten de las decisiones más absurdas del cine de serie B); un cazador de cocodrilos (Dirks) que intenta ser un émulo del Quint interpretado por Robert Shaw en Tiburón, Steven Spielberg, 1975, pero que solo consigue dar pena; la novia de éste (Reif), cuya estupidez es inversamente proporcional al tamaño de sus pechos (su empeño en mostrarlos una y otra vez es digno de elogio, aunque las dos escenas en que lo hace son absolutamente gratuitas -primero se desnuda ante su novio y luego se los enseña… al cocodrilo, burlándose de él-). Su muerte compite en necedad con la del director del documental, entrándole un ataque de histeria y pateándole el hocico al enorme reptil cuando éste está conmocionado; y un grupo de lugareños (una pareja y su hija -Larrazabal- cuyo desnudo -agradecido, eso sí- es casi tan improcedente como el de Reif) con la etiqueta de comida para cocodrilos bordada en el bikini o la camisa. El final, con esa liana que se cruza en el camino de nuestros “héroes” y que sirve para esquivar al animal, que salta quedando ensartado en una estalagmita, acaba por hundir al filme en la psicotronía absoluta.
(2,5/4)
CARÁTULAS Y POSTERS
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