AL FILO DE LA MEDIANOCHE (J. Lee Thompson) / 1983: Charles Bronson, Lisa Eilbacher, Andrew Stevens, Gene Davis, Geoffrey Lewis, Wilford Brimley, Robert F. Lyons, Bert Williams, Iva Lane, Ola Ray, Kelly Preston, Cosie Costa, Paul McCallum, Jeana Tomasina, June Gilbert, Arthur Hansel.

   Warren Stacy (Davis) es un maníaco depravado que se dedica a acosar y a asesinar a jovencitas debido a su ineptitud para establecer relaciones con el sexo opuesto. Pese a su innegable atractivo físico, sus formas y su comportamiento, rayanos en la perversión y el abuso, hacen que sea rechazado constantemente por toda aquella mujer con la que intenta relacionarse, lo que provoca que pague sus frustraciones con ellas de las maneras más sádicas y violentas. Stacy encontrará la horma de su zapato en el Teniente Leo Kessler (Bronson, realizando una interpretación más que digna) cuando asesina a Betty (Gilbert), una de las mejores amigas de Laurie Kessler (la bellísima Eilbacher, vista en Superdetective en Hollywood, Martin Brest, 1984, o Leviathan: El demonio del abismo, George Pan Cosmatos, 1989), la hija de aquel.

   Nos encontramos ante una de las típicas producciones que Menahen Golam y Yoram Globus financiaron para la Cannon Group durante la primera mitad de la década de los ochenta, plagadas de héroes de una pieza pertrechados por la férrea moral y el estricto sentido de la justicia que tanto propugnaba el gobierno republicano de Ronald Reagan. Así, uno de los habituales de la productora, el por otra parte casi siempre solvente Charles Bronson, da vida, cómo no, a un policía implacable, que aplica la justicia que amparan las leyes de su país, pero también, evidentemente, la suya propia cuando él mismo piensa que esas leyes son insuficientes, considerándose, incluso, con el derecho a manipular las pruebas que implican al asesino para que éste sea encarcelado, recogiendo muestras de la sangre de sus víctimas y vertiéndolas sobre la ropa de Stacy (éste estalla consumido por la furia cuando tanto él como su abogado -Geoffrey Lewis, el padre de Juliette, dando vida a un letrado despreciable- conocen la noticia de que su ropa contiene restos de plasma, algo altamente improbable, ya que el asesino comete sus crímenes completamente desnudo, precisamente para no dejar huellas -algo que, por otro lado, añade un alto grado de sordidez a los mismos, como en el caso del primero, en el que persigue a su víctima, también sin ropa, por un bosque, después de asesinar a su novio-). Pese a su mensaje retrógrado y reaccionario en grado sumo (el asesino es eliminado de un disparo en la cabeza cuando ya ha sido detenido; las víctimas son jóvenes un tanto casquivanas y frívolas, y por lo tanto merecen morir…), nos hallamos ante un filme solvente y entretenido, que aparte de contar con un notable Bronson y una muy destacable Eilbacher, nos obsequia con la presencia de Andrew Stevens dando vida a Paul McAnn, (un joven e idealista detective que admira fervientemente a su nuevo compañero), y que resulta plenamente disfrutable pese a algunos fallos de peso (ese ataque de moralidad que asalta al mencionado McAnn cuando descubre la manipulación de las pruebas, optando por decirle al juez que las mismas han sido alteradas, pese a que sabe fehacientemente que Stacy es culpable).

   Mencionar finalmente que su desenlace, con el asesino adentrándose en la casa que Laurie comparte con tres amigas y compañeras de profesión (todas ellas son enfermeras), eliminándolas una por una sin que la primera pueda hacer absolutamente nada por ellas, salvo observar oculta cómo se cometen los crímenes, recuerda en grado sumo a la conclusión de Torso: Violencia carnal, el fantástico y sangriento giallo que Sergio Martino realizase en el año 1973, con la salvedad de que lo que sucedía en este último filme era mostrado de manera mucho más explícita.

(6/3)

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