AL MORIR LA NOCHE (Basil Dearden, Alberto Cavalcanti, Robert Hamer & Charles Crichton) / 1945: Mervyn Johns, Roland Culver, Mary Merrall, Googie Withers, Frederick Valk, Anthony Baird, Sally Ann Howes, Robert Wyndham, Judy Kelly, Miles Malleson, Michael Allan, Barbara Leake, Ralph Michael, Esme Percy, Basil Radford, Naunton Wayne, Peggy Bryan, Allan Jeayes, Michael Redgrave, Elisabeth Welch, Hartley Power, Magda Kun, Garry Marsh.


   Un hombre llega a una casa en la que le esperan una serie de invitados a los que afirma conocer después de haberlos visto en un sueño recurrente. Cada uno de ellos, alentados tanto por la insistencia que muestra el individuo como por la persistente negación de la posibilidad de que ya se conozcan que esgrime uno de los asistentes, de profesión doctor, empeñado en ofrecer una explicación racional y científica, narrará una experiencia personal de claros tintes sobrenaturales, con el fin de convencer a este último de la posibilidad de que la historia que cuenta el recién llegado sea cierta.


   Los Estudios Ealing (una productora asentada en la ciudad que le da nombre, en Londres, y que reclama ser la factoría fílmica más antigua del mundo) propiciaron este largometraje de segmentos que se anticipó en casi dos décadas a las películas de idéntica nacionalidad y temática de la Amicus (Doctor Terror, Freddie Francis, 1965; El jardín de las torturas, ídem, 1967; La mansión de los crímenes, Peter Duffell, 1971; Condenados de ultratumba, Freddie Francis, 1972; Refugio macabro, Roy Ward Baker, 1972; La bóveda de los horrores, ídem, 1973; Cuentos de ultratumba, Kevin Connor, 1973; o El club de los monstruos, Roy Ward Baker, 1980).


   En esta ocasión tenemos cinco cortes distintos que van desde la fábula con pequeñas reminiscencias fantásticas (la inicial -Hearse driver-, firmada por Dearden, en la que un hombre que sobrevive a un terrible accidente automovilístico se enamora de la enfermera que le cuida. La cosa se complica cuando una noche observa por la ventana un carruaje funerario conducido por un extraño individuo que le grita: “¿Esperando su turno, señor?”, en una escena ciertamente sobrecogedora. Cuando sale del hospital, se dirige a una parada para coger el autobús, pero decide quedarse en tierra al comprobar aterrorizado que el revisor es el mismo hombre de la carroza fúnebre, que le vuelve a repetir la frase. El conductor del vehículo perderá el control del mismo ante sus ojos, precipitándose a un río y pereciendo todos sus ocupantes -en un último giro que recuerda, en parte, al argumento de las películas que componen la saga de Destino final-) hasta aquella que roza la paranoia y la locura (la última y la mejor -The ventriloquist´s dummy-, realizada por Cavalcanti, en la que un ventrílocuo es dominado completamente por su títere, que parece ser el dueño de todas y cada una de las decisiones, acciones y palabras de su amo -aunque realmente nunca sabremos si es el muñeco el que cuenta con vida propia o es su dueño el que está enajenado-. Asistiremos, así, al descenso a los infiernos de la locura del marionetista, que acabará intentando eliminar a un colega cuando su muñeco intente abandonarle para irse con él. Destacan dos escenas sobre las demás, en las que se muestra el declive del protagonista: Aquella en la que ya encarcelado, después del intento de asesinato, tiene una conversación con su marioneta en la que le dice que no le puede abandonar a su suerte, pues es inocente, y éste le contesta que alcanzará el éxito junto a su nueva pareja mientras su dueño se pudre en la cárcel, pues nadie podrá echarle la culpa de lo sucedido. El hombre reacciona con rabia, asfixiando al títere y luego destrozándole la cabeza ante la horrorizada mirada del doctor; y la final -que recuerda a la conclusión de Psicosis, Alfred Hitchcock, 1960- en la que el otro marionetista, aún recuperándose, le visita en el hospital, observando que su colega ha sido ya completamente poseído por el muñeco, hablando y gesticulando como éste).


   Entre ambas tendremos la típica historia de fantasmas (la segunda -Christmas party-, dirigida por Cavalcanti, en la que una niña que juega al escondite en un antiguo caserón se encuentra en el buhardilla a un pequeño que le dice que su hermana mayor quiere matarlo. La joven lo mete en la cama y le arropa, pero cuando baja al salón, la institutriz le cuenta, después de preguntarle por el nombre del niño, que éste fue asesinado años atrás en el mismo lugar en el que lo halló); otra bastante terrorífica (la siguiente -The haunted mirror-, dirigida por Hamer, en la que una joven le regala a su prometido un espejo que éste coloca en su habitación, observando que el reflejo que le devuelve corresponde a otra estancia distinta a aquella en la que se halla. Una visita de la mujer, afectada por el extraño comportamiento que comienza a sufrir su pareja, a la tienda de antigüedades donde realizó la compra, hará que el dueño le cuente la historia del objeto, ante el cual el dueño asesinó a su esposa y se cortó el cuello. Cuando la chica llega a casa, encontrará a su novio completamente poseído, que intenta estrangularla. Solo la ruptura del cristal conseguirá, en última instancia, que se rompa el embrujo); y una de carácter cómico (la cuartaGolfing story-, filmada por Crichton, narra como dos amigos se enamoran de una misma mujer. Una partida de golf dilucidará quien se queda con la joven. Al acabar la misma, el derrotado decide suicidarse ante su compañero, ahogándose en el lago del hoyo en el que se encuentran. El espíritu de éste volverá del más allá al descubrir que le han hecho trampa con el fin de impartir justicia y amargar la vida de casado del ganador. Nos encontramos ante la historia más floja de todas, al optar por un punto de vista burlesco y festivo que rompe con el tono de las otras historias, pese a contar con algún que otro momento afortunado -el fantasma intentando recordar la forma de volver a su dimensión-). Finalmente, la historia central, que hace de hilo conductor, y que realizó Dearden, que repite, es también notable, debido a la acertada forma de mostrar a un personaje protagonista completamente confuso ante lo que acontece, pues según avanza la acción es capaz de anticipar lo que va a suceder tanto a sus compañeros de reunión como a él mismo al haberlo soñado con anterioridad. También cuenta con alguna escena inquietante, sobre todo en su último tramo (aquella en la que vemos al protagonista encerrado en una sala con un inquietante muñeco que cobra vida y se dirige hacia él, mientras en el exterior, agarrados a los barrotes, observamos a varias personas que se ríen a carcajadas). Además, el giro final, pese a que hoy ya se haya visto decenas de veces, es original y está bien hilado si tenemos en cuenta la época en la que fue realizado el filme (el hombre despierta, recibiendo una llamada telefónica para que acuda a una reunión. La última secuencia nos lo muestra llegando a la misma casa y siendo recibido por el mismo individuo con los que soñase pocas horas antes).


(7/0)

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