ALIEN3 (David Fincher) / 1992: Sigourney Weaver, Charles S. Dutton, Charles Dance, Paul McGann, Brian Glover, Ralph Brown, Danny Webb, Christopher John Fields, Holt McCallany, Lance Henriksen, Pete Postlethwaite, Carl Chase.
La nave de rescate en la que viaja Ripley (Weaver de nuevo), Newt, el cabo Hicks y los restos de Bishop (Henriksen que aquí regresa en un doble papel: uno residual dando vida -es un decir- a lo que queda del androide destrozado por la reina alien en Aliens: El regreso, James Cameron, 1986, y, por otro lado, como Charles Bishop Weyland, el cofundador de la oscura y opaca Weyland-Yutani, en la parte final del metraje) cae, de manera accidental, en Fiorina 161, un remoto planeta prisión en el que se hallan confinados (y olvidados) los asesinos, delincuentes y violadores más peligrosos de la raza humana. En el accidente pierden la vida Hicks, atravesado por una viga, y Newt, ahogada (curiosa -y absurda- forma de deshacerse de dos de los personajes más carismáticos de las dos primeras entregas, algo en lo que incidiremos posteriormente), siendo Ripley la única superviviente a la brutal colisión (aunque los retales de Bishop serán utilizados avanzado el metraje). O no, porque no se sabe muy bien cómo, ni porqué, ni de dónde, ni de qué manera, tenemos a un nuevo alien, de (bochornoso) aspecto canino, que nace de un buey fecundado. De ésta manera Ripley tendrá que enfrentarse, por un lado, aparte de a sus nuevos compañeros, férreamente dogmatizados en la fe católica, pero hombres de bajos instintos al fin y al cabo a, por otro, la nueva criatura, que comienza a crecer mientras se cobra sus primeras víctimas.
La tercera entrega de la saga Alien fue concebida (no es un chiste. De hecho, el 3 del título, colocado como potencia, haría que ese título se leyera como “Alien cube”, algo así como “Alien incubado”) ignorando el legado dejado por Ridley Scott y, sobre todo, por James Cameron, tanto en cuanto a la mitología de los letales extraterrestres introducida por ambos como a los personajes supervivientes al final de la segunda entrega. Todo el tema de la reproducción ovípara, los abrazacaras inseminadores y la reina alien encargada de poner esos huevos de los que brotan las letales criaturas de aspecto arácnido es completamente omitido para mostrarnos un único y horroroso xenomorfo cuadrúpedo recreado digitalmente de manera penosa que nace de un buey (el cómo ese buey es fecundado resulta todo un misterio, pues en el prólogo solo vemos un huevo en la cápsula espacial y la criatura que de él sale deja su semilla en Ripley). También resulta un misterio cómo el cuerpo de Ripley pasa de estar en la cámara criogénica en el interior de la nave a aparecer en la arena de la playa mientras que, convenientemente, sus dos compañeros humanos fallecidos son hallados, lógicamente, en el interior de la susodicha nave, caída en el mar.
Pero, tal y como ya hemos dicho, la decisión más polémica tomada por los cuatro guionistas que llegaron a meter mano en el libreto final fue la de prescindir de dos personajes inolvidables y repletos de carisma como Newt (Carrie Henn) y el cabo Hicks (Michael Biehn), que son eliminados de un plumazo durante los cinco primeros minutos de metraje tras sobrevivir a mil y un peligros en la película previa de Cameron y ganarse el favor, el cariño el apoyo y el respeto del público, sin que exista ninguna razón de peso que valide esa decisión. Al respecto, y en el festival de Sitges de 2016 con motivo de la proyección de Aliens: El regreso a causa de su 30 aniversario, Michael Biehn, que asistió como invitado, fue inquirido por la muerte de su personaje al inicio del filme, comentando al respecto, sin ocultar su desaprobación: “Me sentí muy disgustado, la verdad. David Fincher es un director con mucho talento, y ha quedado demostrado con los premios de la Academia. Pero creo que la película era un desastre”. Lo que más molestó al actor, de hecho, no fue la eliminación de su personaje, aunque nunca ocultó que le hubiera gustado participar en la secuela, sino la ridícula forma en la que se llevó a cabo tras la odisea sufrida por su carácter y el de Newt. De hecho, prohibió al estudio utilizar un maniquí con su rostro para mostrar su cadáver (solo vemos sus piernas) y solo permitió usar una fotografía. Cuando a Carrie Henn se le hizo la misma pregunta, la actriz también mostró su disgusto, pero fue mucho más comprensiva e indulgente: “En aquella época no era mi prioridad hacer otra película. Si me hubieran pedido hacerlo, lo hubiera disfrutado igualmente. Sin embargo no estuve enfadada o decepcionada por no haber estado en ella. La vida sigue”. De hecho, Aliens sería su primer y último filme, pues, siguiendo los consejos de sus progenitores, dejaría la actuación, dedicándose en la actualidad a la docencia. James Cameron tampoco tiene una opinión muy positiva sobre los cambios efectuados en la eliminación de los personajes de Newt y Hicks, tal y como reveló en la Comic-Con de San Diego de 2016 durante una entrevista: “Creo que fue estúpido. Una bofetada en la cara de los fans. David Fincher es amigo mío y un increíble cineasta, indudablemente. Aquello fue como su primer gran trabajo, y estaba siendo contaminado por el estudio. Entró tarde en la producción, tenían un guión horrible y lo estaban reescribiendo sobre la marcha. Simplemente fue un desastre. Un gran error. Desde luego, si Gale Anne Hurd y yo hubiéramos estado involucrados, no habría pasado eso, porque sentimos que nos ganamos al público con esos personajes”. Muchas veces se ha hablado del ego de Cameron, pero en esta ocasión no podría estar más acertado.
Para llevar a cabo semejante dislate fue necesaria la participación de varios guionistas, siendo la aportación de algunos de ellos totalmente desestimada y alguna otra parcialmente tenida en cuenta. El primer escritor contratado fue el célebre William Gibson, autor de la famosa “Neuromante”, publicada en 1984, precursora del cyberpunk (género del que el escritor nacido en Carolina del Sur es considerado como creador) y ganadora de los premios Hugo y Nébula, los galardones de mayor consideración dentro de la Ciencia Ficción literaria. Su libreto planteaba sendas historias, basadas en un concepto de David Giler y Walter Hill, que serían rodadas de manera simultánea. Por un lado, como la aparición de Sigourney Weaver aún estaba en entredicho, la acción se focalizaría en Hicks y Bishop, mientras que Ripley permanecería en coma en su cápsula de hibernación y Newt sería enviada a la Tierra con sus abuelos. El grupo llegaría a una remota estación espacial, encontrándose a un grupo de científicos que han comenzado a experimentar con células alienígenas con devastadoras consecuencias, tras la huída de un híbrido de xenomorfo. Los dos protagonistas liderarían la evacuación de la estación y, a la vez, Hicks enviaría a una Ripley inconsciente al planeta Tierra, dando lugar a la citada cuarta entrega, en la que los aliens llegarían a nuestro planeta. Pese a que este guión contó con muchos adeptos, Giler y Hill no se encontraban entre ellos, pues buscaban una idea más revolucionaria (viendo la opción tomada finalmente, mejor hubieran optado por ésta). Para ello contactaron con el director Renny Harlin (que hasta ese momento, en el género, se había ocupado de la curiosa y reivindicable Presidio, 1987, y de la cuarta entrega de la saga protagonizada por Freddy Krueger, Pesadilla en Elm Street 4: El amo del sueño, 1988, para posteriormente llevar a cabo la notable La jungla 2: Alerta roja, 1990) que sugirió a Eric Red (Carretera al infierno, Robert Harmon, 1986; Los viajeros de la noche, Kathryn Bigelow, 1987; Acero azul, ídem, 1990; o Cuerpo maldito, que él mismo dirigiría, en 1990), en este caso como guionista. Éste, tomando como base las ideas de los omnipresentes Giler y Hill, quienes en la única reunión que mantuvieron con él le recomendaron ignorar a Ripley, se vio obligado a crear un montón de nuevos personajes, concibiendo una historia similar a la de Aliens: El regreso, pero cambiando a los marines por boinas verdes. El guión fue rechazado categóricamente y Harlin salió del proyecto.
El siguiente guionista de la retahíla de contactos sería David Twohy (Critters 2, Mick Garris, 1988 -al menos ya tenía experiencia con criaturas malencaradas del espacio exterior-; o Warlock: El brujo, Steve Miner, 1989), que llevó a cabo dos reescrituras del libreto. En la primera, inspirada, como no podía ser de otra manera, en otra idea de Hill y Giler, una nave de la Unión Soviética atacaba la base espacial en la que se hallaba Ripley al principio de Aliens: El regreso, con el fin de engendrar un ejército de aliens y enviarlo al “mundo libre”. Esta idea fue abandonada tras la caída del muro de Berlín en 1989. La segunda comenzaba con la Weyland-Yutani descubriendo un abrazacaras preservado en ámbar e incluía experimentos e ingeniería genética con los xenomorfos, al igual que los guiones anteriores de Eric Red y William Gibson, con el fin de utilizarlos como armas biológicas. Este guión fue considerado unánimemente como excelente tanto por Giler y Hill como por la Fox. La acción se desarrollaba o bien en una prisión de alta seguridad o en una refinería de mineral, de las cuales trataban de escapar los reos o los trabajadores, según el caso, mientras los aliens infestaban las instalaciones. En primera instancia Ripley tan solo era mencionada como fallecida cuando su nombre y fotografía salían listados en un monitor. Twohy se enteró por un periodista de que Weaver había llegado a un acuerdo para regresar finalmente a la secuela y reescribió el guión, incluyéndola en la historia y dándole importancia a su personaje. Twohy también fue informado de que había otro guionista trabajando en un nuevo libreto, pero los directivos de la Fox le mintieron diciéndole que ese escritor estaba creando la historia de la cuarta entrega. Twohy envió su nuevo guión, pero la productora ni siquiera se dignó a contestar. El autor de ese libreto, el enésimo, era Vincent Ward. De todas forma, muchas de las ideas de Twohy fueron incluidas en su notable Pitch black, rodada en el año 2000.
Ward ideó una trama en la que Ripley llegaba a una enorme base espacial fabricada con madera y habitada por monjes. Hill, Giler y la Fox aprobaron la idea, pero contrataron a un nuevo guionista, John Fassano (director de la desconocida Al filo del infierno, 1987; y de Black roses, 1988, y escritor de Zombie nightmare, 1986, lo cual deja bien a las claras la deriva por la que transitaba el proyecto) para que puliera las ideas de Ward. Esa versión, en la que los monjes consideraban al xenomorfo el mismísimo diablo y a Ripley su emisaria, no acabó de convencer a nadie, por lo que también fue descartada. La rocambolesca historia de la tercera entrega de Alien aún no había escrito su última página, ni mucho menos, y seguiría dando tumbos. El siguiente de la lista sería Greg Pruss (otro escritor con nula experiencia en el sector y cuya única labor reseñable previa dentro del cine y del terror había sido como creador de los storyboards de la por otro lado notable El terror llama a su puerta, Fred Dekker, 1986), que llevaría a cabo ni más ni menos que otras cinco reescrituras. En ese periodo de tiempo Ward se dedicaba a incordiar y agobiar al equipo de diseño de producción con sus bocetos, ideas y conceptos sobre la nave santuario y el vestuario de los monjes, obviando lo más importante: el alien, al cual parecía ignorar deliberadamente. En consecuencia, los implacables Hill y Giler se cobraron una nueva víctima.
Todo este batiburrillo de guionistas y de historias dieron lugar a la mezcolanza fílmica (yo diría despropósito para no utilizar eufemismos) que contemplamos en pantalla. Un sinsentido de 145 minutos de duración en la edición montada en el año 2004, cuya autoría no queda clara después de que David Fincher se negase en redondo a participar en la misma. Durante los créditos contemplamos un huevo abierto en la nodriza en la que viajan Newt, Hicks y Ripley desde el final de la segunda entrega. El abrazacaras rompe el cristal de la cámara criogénica de la niña, y en una pantalla vemos la criatura adherida a su rostro. La criatura suelta su ácido, provocando un incendio y varias explosiones que liberan la cápsula donde se hallan los 3 supervivientes, que acaba estrellándose en el planeta prisión Fiorina Fury 161, casualmente gestionado… por la Weyland-Yutani, que parece haber extendido sus dominios a lo largo y ancho de toda la galaxia. Antes de proseguir con el desvarío, un par de preguntas: ¿De dónde sale el huevo que vemos en la nodriza, concretamente en el módulo de escape, si la reina llega a la enorme nave después de que el órgano que utiliza para poner los huevos fuera destrozado por Ripley al final de Aliens? ¿Y por qué vemos al abrazacaras en el rostro de Newt si luego descubriremos que la niña no ha sido engendrada y que la que tiene el alien en su interior es Ripley? Volviendo a la historia, la aeronave se estrella en el mar, lo que facilita que Newt, como ya hemos dicho, perezca ahogada, y Hicks a causa de la colisión. Pese a ello, el cuerpo de Ripley aparece en la costa, supuestamente arrastrado (o teletransportado, da igual. La coherencia ya ha sido vapuleada y mancillada en tres o cuatro ocasiones en los cinco primeros minutos de película y aún quedan otros 135 minutos de metraje) desde su cápsula de sueño herméticamente cerrada, recordemos. E, insisto, de esta manera tan ruin, absurda, cobarde, despreciable, patética y deshonrosa la retahíla de guionistas acreditados (o no), con la connivencia de Giler, Hill y la Fox, se ventilan, en un abrir y cerrar de ojos, a dos personajes de la talla de Hicks y Newt. Y, puntualizo, no se trata de criticar la eliminación de los dos caracteres, algo que se podía haber hecho de manera ya no épica, sino al menos digna, y no de la forma que se hace.
Pero el desvarío no se detiene ahí, ni mucho menos. Ripley deambula a lo largo y ancho del metraje sin un objetivo demasiado claro, y su primera idea es analizar el cuerpo de Newt mediante una autopsia efectuada por Clemens (Dance, el letal Tywin Lannister de Juego de tronos y lo único salvable de todo el casting, que en otra brillante idea de guión es eliminado a mitad de metraje en otra secuencia carente de cualquier tensión o dramatismo) en la que no se escatiman vísceras y sangre con el fin de mostrar como el cuerpo de la niña es mancillado para comprobar que no cobija ningún alien. Y la pregunta es: ¿Para qué? Si tanto su cadáver como el de Hicks son incinerados a continuación. Pero claro, en ese momento el guionista de turno advirtió que estaba escribiendo el libreto de una secuela de Alien: El octavo pasajero y que no existía rastro alguno del xenomorfo que pusiera en peligro a la ya cansina Ripley y a los habitantes de Fiorina que, al tratarse de reos peligrosísimos, no cuentan con ningún tipo de arma que les permita enfrentarse a la aún latente amenaza. ¿Y de dónde sale ese alien? En ese momento (o el día anterior) el autor del libreto debió visionar La cosa, John Carpenter, 1982, y lo del perro no le pareció mala idea. En la versión del 2004 cambiamos de animal y descubrimos que la cría de xenomorfo germina de un buey. Da exactamente lo mismo: ¿Cómo es fecundado cualquiera de los dos animales si el único huevo que vemos en toda la película está en la cápsula de salvamento y el abrazacaras que de él brota finalmente impregna a Ripley? La cuestión es que se nota que el personaje de Weaver no estaba inicialmente en el libreto y carece de sentido hasta que se descubre que lleva una reina en su interior (también es casualidad que la criatura que alberga sea una ponedora, cuando de la inmensa mayoría de huevos nacen xenomorfos como los de las dos primeras entregas), algo que debió improvisarse sobre la marcha, ya que el prólogo hacía indicar que dicha portadora sería Newt.
Tenemos así un alien de aspecto canino (se desplaza a cuatro patas) y de pequeño tamaño, penosamente recreado, pues la mayoría de las veces se opta por los efectos digitales con pésimos resultados (supervisados por Jim Riegel, que luego se encargaría, con muchos mejores resultados, de los efectos visuales de Starship troopers: Las brigadas del espacio, Paul Verhoeven, 1999; o la trilogía de El señor de los anillos, de Peter Jackson), lo que hace que la amenaza con respecto a la primera entrega (no digamos ya la segunda) mengüe considerablemente, reduciéndose la película a una mera sucesión de asesinatos muy similar a la que tendría lugar en cualquier slasher ochentero, cambiando al asesino enmascarado de turno por una criatura infográfica que, al igual que el primero, se dedica a acechar y eliminar a cada una de sus víctimas y en la que la única escena reseñable es ese momento en el que, tras acabar con Clemens en la enfermería ante Ripley, coge a ésta contra la pared con intención de acabar con ella, hasta que la olfatea y descubre que está “preñada” de una de sus semejantes y la deja con vida. Evidentemente, el equipo de rescate montado por la Weyland-Yutani para llevarse a Ripley no tiene interés alguno en ésta, sino en el ser que habita en su interior. El resto del filme, a partir de la muerte de Clemens, consiste en una cacería organizada por la propia Ripley en connivencia con Dillon (Dutton), el líder moral y espiritual de los reclusos, que se sirven de estos para, a través de los túneles de la prisión, llevar a la criatura hasta una sala de máxima seguridad, con gruesas paredes de hormigón y una pesada puerta de cierre hermético. Como no podía ser de otra manera, el plan sale regular, y una enorme explosión acaba con la vida de varios de los reos, siendo otra considerable cantidad de ellos eliminados durante la realización del procedimiento que, pese a todo, acaba siendo ejecutado, lográndose el objetivo de atrapar al alien.
Aquí debería de acabarse la película, con la amenaza finiquitada, pero como todo buen slasher (la referencia no era baladí), el “asesino” gozará de una nueva oportunidad, al no ser eliminado, hallándose, eso sí, encerrado y sin posibilidad de escape, necesitando por ello la intervención de un personaje descerebrado que, obedeciendo a una idea estúpida y peregrina, lo libere. Este no es otro que Golic (McGann), uno de los reos que se encuentra en la enfermería, también atado y retenido férreamente debido a sus delirios y a ser sospechoso de algunos de los crímenes. Así que, para buscar la cuadratura del círculo, necesitamos a otro personaje aún más imbécil que libere a Golic. Y llegamos a Morse (Webb), que, pese a recibir órdenes precisas, expresas y repetidas de sus superiores de que no suelte a su compañero, lo hace porque éste le dice que tiene miedo a que el “dragón” lo mate (de hecho, lleva en estado de shock desde su encuentro con el xenomorfo). Medio gremio de guionistas de Hollywood para buscar a un zopenco que libere a otro zopenco que además tiene pánico al alien pero acude al lugar donde éste se halla encerrado, mate al guarda y le abra las puertas de par en par (será lo último que haga) para que de nuevo corra libre. Hasta este momento, cuando quedan unos 20 minutos de metraje, Ripley no descubre, gracias a un escáner, que porta una reina alien (el cómo distingue, debido a la escasa resolución de la pantalla, que se trata de una ponedora en lugar de un alien convencional, también es un misterio). De ahí a la llegada del equipo de la Weyland-Yutani, capitaneado por Charles Bishop (Henriksen dando vida, esta vez como personaje “real” y no como androide, al líder de la compañía); a otro momento ridículo, en el que Ripley “asesina” a un codo de una tubería, a plena luz, tras confundirlo con la cabeza de la criatura; a la muerte de ésta (recordemos que hemos visto caer a decenas de ellas en la segunda entrega bajo el fuego de las balas de los marines. Pues bien, en este caso el alien es sumergido en un baño de plomo fundido -su temperatura de fusión es de 327,5ºC- y aún logra sobrevivir, saltando a unas cadenas donde finalmente es rociado con agua por Morse, solidificándose y estallando en mil pedazos); y al sacrificio final de Ripley, erigiéndose en salvadora de la humanidad, que se lanza al baño de metal líquido, acabando con su vida (o no) y con la de la criatura que ya pugnaba por salir al exterior, ante los horrorizados ojos de Bishop, que ve como su plan de hacerse millonario arde consumido por el plomo derretido. Como veremos pocos años después, no nos hallamos ante el fin de la especie, ni mucho menos.
En cuanto a la edición especial denominada Quadrilogy, editada en 2004, y que luego contaría con su versión en Blu Ray, Fincher fue el único de los cuatro directores de la saga (la última entrega la dirigiría Jean Pierre Jeunet) que se negaría a montar su propia versión debido a los múltiples desencuentros sufridos con los productores durante la filmación de la película. Las diferencias entre la versión estrenada en cines y la incluida en esa edición ya han sido citadas a lo largo de la reseña, así que no merece la pena reiterarse en las mismas, al igual que no merece la pena extenderse aún más en la reseña de la entrega más floja, con diferencia, de toda la serie.
(4/5)
CARÁTULAS Y POSTERS
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