AMANECER DE LOS ZOMBIES, EL (Michael Hurst) / 2005: Emmanuelle Vaugier, Ed Quinn, Sticky Fingaz, Steve Monroe, Victoria Pratt, James Parks, Dan Southworth, Billy Brown, Nadine Velazquez, Elllie Cornell, Sid Haig.


   Un grupo especial del ejército (lo de “especial” es un decir, porque pese a que han realizado diversas campañas militares en Irak o Bosnia, su comportamiento indica que lo más cerca que han estado de un arma y de una operación táctica es en una partida de paintball en una despedida de soltero) es enviado a una universidad en la que se ha desatado un brote zombi creado por un científico (Haig en un corto papel) que intenta devolver la vida a los muertos. Una vez allí, deberán buscar al espécimen que dio origen al contagio y que podría proporcionar el antídoto necesario para poner fin a la amenaza.


   La secuela de la horripilante House of the dead, Uwe Boll, 2003 (una de las peores cintas de zombis de la historia) sube ligeramente el nivel de ésta, sobre todo al principio (la fiesta de los jovenzuelos antes de ser contagiados resulta medianamente simpática, así como la escena del entrenamiento de los militares, que utilizan dianas con el rostro de Paris Hilton para simular a los muertos vivientes), aunque, pese a que Hurst presenta más maneras como director que el inefable Boll (al menos evita los recursos artificiosos, lamentables y carentes de sentido que el director alemán empleara en la primera parte), la película pronto se hunde en la más absoluta de las mediocridades, sobre todo cuando hace acto de presencia ese supuesto grupo de élite formado por los soldados más ineptos vistos en pantalla en mucho tiempo. Así, pronto comenzarán los diálogos vergonzantes capaces de sonrojar al espectador más pintado (todos los que protagoniza Bart -Parks, el recurrente agente de policía Edgar McGraw de Abierto hasta el amanecer 2, Scott Spiegel, 1999; Kill Bill Vol. 1, Quentin Tarantino, 2003; o Death proof, ídem, 2007, hijo del sheriff Earl Mc Graw, interpretado por su padre en la vida real, James Parks-, sin excepción, aunque aquel en el que dice que si se transforma en zombi se comería el culito de una de sus compañeras, se lleva la palma), y, sobre todo, las situaciones absurdas, ridículas y grotescas, que se suceden sin solución de continuidad (el primer encuentro con un zombi, en el que el grupo avanza por un bosque sin ningún tipo de orden: el revivido aparece entre unos matorrales y todos los militares se quedan mirando, salvo el que camina en primer lugar, que arroja su arma y se pone a darle patadas de kárate, hasta que resulta mordido -atención al ridículo comportamiento del oficial gordito-; ese soldado que se pierde en unas escaleras cuando sigue a sus compañeros, pese a que solo hay un camino, y que opta por seguir a una mujer vestida con un camisón; la escena en la que dos de los militares llegan a una biblioteca y se topan a alguien sentado y leyendo en una mesa, que resulta ser un muerto viviente que les ataca -nos hallamos ante los primeros zombis cultos de la historia-; la ayudante del doctor, que es devorada a unos cinco metros de la puerta, pero cuyo brazo aparece, por arte de magia -o porque lo lanzó mientras los revividos se la comían-, sobre el lector de huellas digitales que permite acceder a la sala contigua, posibilitando la evasión de los dos protagonistas; la “espectacular” huída de los dos supervivientes, caminando entre cientos de muertos vivientes, a los que, además, propinan empujones y collejas por doquier, mientras que estos son incapaces de agarrarles; la decisión de nuestros “héroes” de, una vez pierden la muestra de sangre del zombi primigenio, volver a las instalaciones a por otra muestra, en lugar de recoger la que les ha caído al suelo. Para ello disponen de catorce minutos, pese a que aún quede otra media hora de metraje, tiempo que se emplea en seguir a los protagonistas y en el que se producen varias elipsis, con lo cual podemos llegar a la conclusión de que el tiempo se desdobla, así que se lo toman con calma -algo lógico, pues, como ya hemos dicho, la pareja es capaz de ralentizar el tiempo a su antojo-: van caminando y conversando animadamente mientras gastan bromas, deciden cruzar un campo de rugby eliminando a varios zombis, en lugar de rodearlo, y luego prosiguen deambulando mientras discurren como llegar a su objetivo; la absurda escena en la que los tres supervivientes se ven obligados a encerrarse en una sala debido al asedio que sufren. El protagonista eviscera a un zombi y se embadurna con su sangre y sus miembros para pasar entre el resto de revividos -no lleva armas porque, según dice, éstos “…huelen la pólvora”. ¿¿¿???-, da un rodeo interminable -recordemos que tan solo tenían catorce minutos para huir-, y utiliza un cuchillo de caza para abrir aquello que les impedía el paso: Una rejilla de ventilación de plástico -¿Porqué no se untan todos con las vísceras y huyen a la vez? Y, peor aún, ¿Porqué no vuelan la rejilla con una de las armas o la abren con el cuchillo desde el lado en el que se encuentran las chicas?-; el momento en el que el enorme misil impacta con la universidad, causando el mismo efecto que si hubiesen lanzado un coctel molotov -se produce una explosión minúscula y un pequeño incendio en el tejado-; y el final, con los dos supervivientes descubriendo desde la lejanía que los zombis han asolado las grandes ciudades -¿Pero no estaba el foco en la universidad? ¿Cómo se ha extendido la epidemia de forma tan rápida?-), haciendo que el visionado del filme se convierta en una auténtica odisea pese a que optemos por no tomárnoslo en serio.


(2,5/5)

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