AMITYVILLE 1992: ES CUESTIÓN DE TIEMPO (Tony Randel) / 1992: Stephen Macht, Shawn Weatherly, Megan Ward, Damon Martin, Jonathan Penner, Nita Talbot, Dean Cochran, Terrie Snell, Kevin Bourland, Dick Miller.
Jacob Sterling (Macht, visto en Alas en la noche, Arthur Hiller, 1979; Galaxina, William Sachs, 1980; Una pandilla alucinante, Fred Dekker, 1987; La fosa común, Ralph S. Singleton, 1990; o Watchers: Reborn, John Carl Buechler, 1998) promotor inmobiliario que regresa a su casa después de llevar a cabo un proyecto en Nueva York, construyendo una nueva urbanización en un antiguo barrio residencial, vuelve con un regalo: un reloj cuyo origen es la casa maldita de Amity. Pronto comienzan a sucederse los fenómenos extraños y las muertes, sin que nadie asocie estos sucesos al nuevo objeto recién llegado.
El realizador de la infinitamente superior Hellraiser 2: Hellbound, 1988 (así como de otras series B tipo Hijos de la noche, 1991; Garrapatas, 1993; o El puño de la Estrella del Norte, 1995) tuvo la nefasta idea de firmar la sexta entrega de una de las sagas más deplorables del género, capaz de ofrecer nuevas entregas cada vez más lamentables que las anteriores, pese a que cada una de ellas parezca fijar un punto tan bajo de calidad que a priori resulta difícil de superar. Tras la penosa cuarta parte (Amityville 4: La fuga del demonio, Sandor Stern, 1989), se retomó la idea de que la maldición de la casa prosiguiese su legado a través de los objetos que formaban parte de su mobiliario, leitmotiv que obvió la también deplorable quinta entrega (Amityville 5: La maldición de Amityville, Tom Berry, 1989), pero que proseguiría en la séptima (Amityville 7: El rostro del diablo, John Murlowski, 1993) con un espejo y en la octava (Amityville 8: La casa de muñecas de Amityville, 1996, Steve White) con, como reza su título, una casa de muñecas que replica la vivienda original.
Nada destaca en una película que apesta a telefilme, con un guión plagado de situaciones ridículas (éste podría ser el diálogo por el cual los guionistas llegaron a la conclusión de que la mejor forma para que el reloj se quedase fijado al estante de la nueva casa era mediante una broca gigante que sale de su base y taladra el mueble:
- Guionista 1: “¿Oye, y lo del reloj, qué? ¿Se te ha ocurrido algo?”.
- Guionista 2: “Verás, yo he pensado que el artefacto en cuestión podría tener un taladro gigante en su interior cuya broca sale por la base, agujerea el lugar en el que haya sido colocado, y se queda ahí para toda la vida”.
- Guionista 1: “¡Aaaah! ¿Y no se te ha ocurrido que si el reloj está maldito, esa ya es razón suficiente para que se quede ahí sin más?”.
- Guionista 2: “¡Vamos hombre, no seas ridículo! Hay que dar una explicación coherente y plausible, y la de la broca lo es, ¿O no?”.
- Guionista 1: “(Meditabundo) ¡Ajá! La verdad que cada vez lo veo más claro”.
Pese a todo, esa no es la única estupidez del libreto, porque aquella escena que lleva al cameo del gran Dick Miller -el incendio del seto que separa la casa del protagonista de la del vecino al que da vida el mítico actor-, también es de juzgado de guardia; así como el hecho de que Andrea -Weatherly- invite a Leonard -Penner, que se merece un capítulo aparte por su nefasta actuación, como cuando le dice a su pareja que puede hacer que ingresen a Jacob en un sanatorio cuando él quiera, mientras gesticula como un auténtico oligofrénico; o como cuando suplica y llora patéticamente ante aquel para que no le dispare-, su novio psicólogo, a cenar y a lo que surja a casa de Jacob, su antigua pareja y ahora amante, que yace malherido en un cuarto del piso superior. De todas formas, la palma se la lleva la relación que se establece entre la mansión de Amity y Gilles de Rais, el noble y asesino en serie francés del siglo XV, y que realiza Iris Wheeler -Talbot-, una vecina metomentodo -algo que pagará con su vida en una de las muertes más ridículas de la historia del cine: la anciana está a punto de ser atropellada por un furgón de reparto que se pone en marcha por sí solo. El vehículo choca con un muro de ladrillo, y la mujer se salva en un principio, pero se queda tirada en el suelo. Entonces, el pájaro gigante que la furgoneta lleva sobre el tejado comienza a oscilar, hasta que cae y atraviesa a la desdichada con su pico. Vamos, un claro antecedente de las muertes de la saga Destino final, pero en cutre- que tiene una estantería con unos 20 libros que contienen respuestas para todos los enigmas del universo. El porqué la mujer sabe tanto de Amity y el cómo es capaz de deducir su conexión con el noble francés es un auténtico misterio) y de personajes estrafalarios (el susodicho Leonard, capaz de soltar perlas como la que sigue: “…la única persona que parece normal -en esta casa- es Lisa y en cambio también me preocupan todos sus complejos y los rituales paganos que lleva a cabo con la muñeca Barbie”, o de, después de hacer el amor con Andrea en casa de Jacob, bajar a la cocina con un batín como única ropa para ponerse a comer; o Rusty -Martin-, que eructa ante los policías que le interrogan), con un patético final a la altura del resto del metraje (esa lamentable pelea entre Andrea y el reloj, con la primera incapaz de golpear el artefacto y echando media pared abajo en el intento. Por cierto, ¿Porqué hay una esvástica en la réplica en miniatura de la casa de Amity?).
(1,5/2)