AMITYVILLE 8: LA CASA DE MUÑECAS DE AMITYVILLE (Steve White) / 1996: Robin Thomas, Starr Andreeff, Allen Cutler, Rachel Duncan, Jarrett Lennon, Clayton Murray, Franc Ross, Lenore Kasdorf, Lisa Robin Kelly.
La maldición de Amityville se propaga una vez más mediante un objeto maldito, en esta ocasión una casa de muñecas réplica de la mansión de marras. Así, una familia formada por un padre separado junto a sus dos hijos y su actual pareja, que también cuenta con un vástago (Lennon, con un parecido más que razonable con Gru, el protagonista de Gru: Mi villano favorito, Pierre Coffin & Chris Renaud, 2010), llegan a una enorme vivienda que el primero ha construido a partir de una chimenea de una antigua morada que ardió en un incendio en el que fallecieron todos sus habitantes. El hallazgo de la casa del título en un cobertizo cercano dará el pistoletazo de salida a una serie de fenómenos extraños que acabarán con la pacífica y rutinaria existencia del clan, viéndose obligados a luchar contra una serie de fuerzas que desconocen.
La infame saga de Amityville llegó a su final (aunque luego sería objeto de un superior aunque inane remake, La morada del miedo, Andrew Douglas, 2008) con este capítulo que supera a las inmediatas secuelas, pero no logra en ningún momento alcanzar el aprobado. Si bien los personajes, pese a ser completamente planos y tópicos (el padre viudo que quiere llevarse bien con su hijastro, la madre comprensiva, el hijo mayor rebelde aunque de buen corazón…), no ofenden en exceso (salvo el citado Lennon, uno de los niños más repelentes vistos en una película de terror, que se cree la persona más inteligente del mundo porque habla con su ratón), y hay alguna situación mínimamente tensa (el padre bajando por las escaleras y viendo a “alguien” agazapado en la oscuridad de la planta baja; el zombi que se aparece a su hijo en un estado cada vez más demacrado…), el lamentable y forzado “happy end” lastra definitivamente el conjunto, aún más si cabe debido a esos demonios de cartón piedra que echan por tierra la restante y plausible labor de maquillaje, obra de los reconocidos Roy Knyrim y Jerry Macaluso, que intentan capturar a nuestro protagonista y a su hija, y a ese absurdo sacrificio que realiza uno de los miembros de la prole (por cierto, ¿Quién no tiene en su familia un tío enrollado con coleta, barba y que sabe mogollón de brujería y hechizos?), que es, por cierto, una de las muertes menos lamentadas por los familiares en la historia del género, que celebran con entusiasmo su salvación ignorando al fallecido y bromeando sobre la construcción de una nueva casa.
Destacar que en el poster español se ve la lámpara de la cuarta película de la saga.
(4/3)