APOCALIPSIS CANIBAL (Bruno Mattei) / 1980: Margit Evelyn Newton, Franco Garofalo, Selan Karay, José Gras, Gabrielle Renom, Josep Lluís Fonoll, Esther Mesina, Pep Ballester, Joaquín Blanco, Bernard Seray.


   Mattei dirigió bajo el seudónimo Vincent Dawn (realmente, una referencia a Dawn of the dead, el título original de la mítica Zombi, George A. Romero, 1978, con el cual el realizador pretendía rendir un sentido homenaje a su temática cinematográfica preferida y a su director más admirado), uno de los más habituales en su carrera y con el que engendró todas aquellas películas de su filmografía que abordaban el tema de los muertos redivivos (amén de muchas otras), esta mixtura bastante indigesta de dos de sus subgéneros preferidos: el mondo (se puede tomar casi a risa la ingente cantidad de tomas de relleno sacadas de documentales en los que vemos paisajes paradisiacos, animales cazando o siendo capturados y desollados, o tribus practicando sus bailes y rituales -algunos sumamente desagradables, como el del hombre que devora los gusanos de un cadáver descompuesto, sumándose el desconcierto de saber si dicha escena es real o fruto del trabajo con actores-) y el ya mencionado de los muertos vivientes, narrando la historia de un cataclismo zombi que tiene su origen en una planta química (que se dice está situada en el continente africano, pero que realmente es la Central Térmica de Sant Adriá de Besós, en Barcelona, fácilmente reconocible por las tres gigantescas chimeneas, idénticas entre sí, que se pueden ver reflejadas en una gran ventana cuando los protagonistas llegan al recinto al final del metraje) en la que se investiga la manera de acabar con el hambre en el tercer mundo de una forma, digamos, bastante radical (esto es, convirtiendo a la población en seres antropófagos que devoren a sus semejantes). Evidentemente, el asunto se les escapará de las manos, provocando una epidemia multitudinaria que primero afectará a las tribus de los alrededores, pero que pronto alcanzará el grado de pandemia, extendiéndose, tal y como se puede comprobar en su apocalíptico y pesimista final, a nivel mundial.


   El fallecido realizador italiano hace gala de su habitual torpeza en labores de dirección en multitud de escenas ridículas, como la del asalto a la embajada, en la que los cuatro panolis ineptos a los que intentan hacer pasar por un grupo de SWAT, corren, acechan, se ocultan y atrincheran o disparan con la habilidad y pericia con la que lo haría un mono borracho equipado con una ametralladora (el premio a la incompetencia se lo llevan Garofalo -visto en Terror en el convento, Bruno Mattei, 1981; y El asesino del cementerio etrusco, Sergio Martino, 1982- y Fonoll -habitual de las películas de destape de finales de los setenta y principios de los ochenta-, que realizan una labor que solo se puede calificar de esperpéntica en todas y cada una de sus apariciones -el primero, pasando repetidas veces entre un grupo de zombis mientras salta y les hace burla a la par que aquellos “intentan” capturarle, o el segundo, poniéndose un tutú y bailando instantes antes de ser devorado por varios muertos vivientes que aparecen en la habitación donde se encuentra, saliendo de la nada-). Tendremos, además, momentos en los que los zombis pueden capturar a un ser humano que pasa corriendo a su lado mientras están tirados en el suelo, a la vez que en otros se ven incapaces de coger a alguien que permanece arrodillado ante ellos sin moverse (Renom protagoniza, en este sentido, una de las escenas más hilarantes de la película), haciendo parecer auténticos plusmarquistas a los muertos de Romero.


   Por otro lado, el filme contiene alguna de las muertes más ridículas vistas en el género, como la del operario del principio que es atacado por una rata que se introduce de forma inexplicable en su traje y comienza a morderle hasta acabar con su vida; la del primer científico que es agredido por un zombi mientras sus compañeros se quedan mirando sin hacer nada en absoluto; la de Pierre, atrapado en un ascensor, en una escena que homenajea a la de la muerte de Scott H. Reiniger en Zombi, ignorado por sus colegas, que observan atónitos la escena; o la de Zantoro, que se queda apuntando con su escopeta a los muertos sin disparar ni moverse, esperando a que lo atrapen, mientras sus compañeros observan, ¿adivinan?, efectivamente, sin intentar evitarlo.


   Finalmente, citar los cameos de Mattei y del guionista Claudio Fragasso (director de auténticas joyas de la serie zeta más abyecta -dicho con todo el respeto, pues con casi todas ellas me lo he pasado pipa- como Leviatán, 1984; Año 225: Después del holocausto, 1984; Zombi 3, 1988; y Troll 2, 1990, todas ellas, excepto las primeras, codirigidas con Mattei) como dos de los SWAT, y que la música es obra de los omnipresentes Goblin. ¡Ah! Y decir por último que la película es perfectamente disfrutable con un par de cervezas, unos amigos, y muchas ganas de pasárselo bien (eso sí, si se la piensan tomar en serio, opten por cualquier otra opción).


(4/7)

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