ART OF THE DEVIL 2 (Pasith Buranajan, Kongkiat Khomsiri, Isara Nadee, Seree Phongnithi, Yosapong Polsap, Putipong Saisikaew & Art Thamthrakul) / 2005: Napakpapha Nakprasitte, Hataiwan Ngamsukonpusit, Akarin Siwapornpitak, Chanida Suriyakompon, Namo Tongkumnerd, Pavarit Wongpanitch, Korakot Woramusik.
Un grupo de seis amigos vuelven a reunirse dos años después de que se vieran por última vez, durante la graduación que tuvo lugar en el instituto en el que estudiaban. El encuentro se produce en el hogar de Ta (Tongkumnerd), uno de los chicos, cuya madrastra es Panor (Nakprasitte), antigua profesora de los chavales. En un principio parece que los vínculos de amistad que existieron en el pasado permanecen inalterables, pero una serie de sucesos paranormales relacionados con asuntos de vudú y hechicería y la muerte de algunos de los miembros del grupo pondrán a prueba esos lazos y harán que salgan a flote las dudas, los miedos y las rivalidades que permanecían ocultas, así como un turbio asunto del pasado que envuelve a los protagonistas y a la profesora, causante última de todos los extraños sucesos que se manifiestan.
Nada menos que siete directores (un auténtico disparate en una película que no es de sketches) hicieron falta para llevar a cabo la gris secuela de la ya de por sí mediocre Art of the devil, Tanit Jitnukul, 2004. Sin ningún tipo de vínculo con la primera entrega, salvo el hilo conductor del vudú, que servirá como medio de venganza utilizado por la malvada de turno para compensar una afrenta del pasado, nos encontramos ante una historia que parte de una premisa vista en mil y una películas de género (el grupo de adolescentes que son reunidos en un lugar tétrico años después de que se viesen por última vez, siendo eliminados sistemáticamente por el asesino de turno, vilipendiado en el pasado), y que se complica hasta límites que rozan el absurdo, más aún si se ve con subtítulos; si los directores que participaron en el proyecto parecen haber rodado cada uno una escena distinta (de ahí errores de montaje tan evidentes como aquel que tiene lugar en la conversación entre Kim -Ngamsukonpusit- y Tae -Woramusik-, donde está última sufre alucinaciones en forma de zombis, para aparecer ambas en la siguiente escena separadas y corriendo por el bosque que rodea la cabaña); si la historia, salpicada con multitud de flashbacks que intentan con no mucho éxito aclarar las cosas, se enmaraña con un par de giros poco justificables (el final es, cuanto menos, difícilmente comprensible); o si se produce un constante bombardeo de sucesos o de nombres de personajes que no salen en pantalla o lo hacen escasos segundos.
Pero el auténtico problema es que todo ese embrollo no hace que lo que se nos cuenta sea más complejo y mejor, pues lo único que busca el filme es enlazar una serie de escenas a cual más gore (la primera secuencia, con el chico de cuyo cuerpo salen un montón de anzuelos, cada uno de un sitio más repulsivo que el anterior -de una uña, de un ojo…-, mientras la hechicera intenta, en vano, eliminar la maldición; el momento en el que los chicos encuentran a la abuela de Ta comiéndose las entrañas de un gato; la grabación que muestra a la profesora devorando un cuerpo en el bosque; cuando ésta le arranca las uñas de los pies al padre de Ta sirviéndose de unos alicates; o la ridícula escena en la que Tae se arranca los ojos para no seguir viendo a los aparecidos que la persiguen) con otras directamente repugnantes y enfermizas (la sopa de “pollo” que prepara Panor para sus alumnos poco después de que una de las chicas desaparezca, y el descubrimiento de que ésta ha servido como ingrediente principal del guiso -la escena del ojo regurgitado es, simplemente, asquerosa-; la muerte de Go -Wongpanitch-, de cuya espalda salen un montón de lagartos gecko empapados en sangre; o la secuencia, alargada hasta la extenuación de manera gratuita, de la tortura que sufre Paw -Siwapornpitak-, al que Panor hace beber una tetera de agua hirviendo para quemarle a continuación las piernas y brazos con un soplete -el plano de la grasa de las extremidades inferiores derritiéndose es especialmente desagradable-, pasando luego un trapo por las mismas que arranca la piel abrasada. Finalmente le abrasa la cabeza con la herramienta que utilizase anteriormente y le taladra la frente antes de ser tiroteada por un grupo de policías que llegan en ese momento) cuyo único fin es revolver el estómago del espectador más curtido (y a fe que en ocasiones lo consigue).
Si bien es cierto que determinados momentos, curiosamente cuando la película se aleja de esas escenas desagradables, resultan inquietantes (la profesora invocando a las artes oscuras en la cabaña mientras extrae una cabeza de un tarro de formol; el momento inmediato, en el que la mujer saca varios cadáveres conservados en ánforas y los sienta en una mesa, colocando una foto de cada uno de los chicos en la frente de cada uno de los cuerpos; o cada una de las veces en las que Tae sufre las alucinaciones en las que ve a esos cadáveres observándola desde las vigas de una habitación o acosándola), éstos no sirven para sacar al filme de la mediocridad absoluta.
(3/7)