ASESINATO POR DECRETO (Bob Clark) / 1979: Christopher Plummer, James Mason, David Hemmings, Susan Clark, Anthony Quayle, John Gielgud, Frank Finlay, Donald Sutherland, Geneviève Bujold, Chris Wiggins, Tedde Moore.
Sherlock Holmes (un Plummer sensacional, que ya interpretara al legendario detective un par de años atrás, en un corto para televisión denominado Silver blaze, John Davies, 1977) y el Dr. Watson (un Mason que no le va a la zaga a su partenaire, recordado por sus papeles en 20.000 leguas de viaje submarino, Richard Fleischer, 1954 -dando vida a un inolvidable Capitán Nemo-; Con la muerte en los talones, Alfred Hitchcock, 1959; o Viaje al centro de la tierra, Henry Levin, 1959) se enfrentan a uno de los mayores desafíos en su carrera: Una serie de asesinatos que tienen por objetivo a las prostitutas del barrio de Whitechapel, obra de un salvaje criminal apodado Jack El Destripador, que se ensaña con los cuerpos de sus víctimas hasta límites insospechados. Las investigaciones llevadas a cabo por el detective y su ayudante demostrarán la relación de lo sucedido con la Corona Británica.
Según la propia publicidad de la película en el momento de su estreno, nos encontramos ante el filme número 134 que contó con el personaje de Sherlock Holmes en su nómina. Desde aquella lejana fecha de 1979 (el año en el que nació el que esto escribe) ese número de adaptaciones ha crecido de forma significativa, pero de lo que no cabe ninguna duda es que nos encontramos ante una de las mejores de las realizadas hasta la fecha, y, seguramente, con la que cuenta con el reparto más brillante. La mano de un director cuya versatilidad (suyas son dos películas pioneras en dos de los subgéneros más característicos del cine norteamericano. Por un lado, es autor de Navidades negras, 1974, precursor del slasher moderno por delante de otros más famosos como La noche de Halloween, John Carpenter, 1978, y Viernes 13, Sean S. Cunningham, 1980. Por otro, es el realizador de las simpáticas Porky´s, 1980, y Porky´s 2: Al día siguiente, 1983, dos de las películas que iniciaron la avalancha de comedias estudiantiles habidas en la década de los ochenta) es comparable al olvido al que siempre fue sometido (su muerte, acaecida en 2007, pasó prácticamente desapercibida incluso en círculos cinéfilos. El realizador falleció junto a Ariel, su hijo de 22 años, cuando fueron embestidos frontalmente por un conductor borracho y sin carné que invadió su carril) se deja notar en un producto más que notable, que nunca se hace moroso ni aburrido, pese a sus más de dos horas de duración, y que una vez visto resulta obvio como inspiración tanto para la novela Desde el infierno, de Alan Moore y Eddie Campbell, como para su adaptación cinematográfica homónima, obra de Albert & Allen Hugues, 2001, con las que comparte multitud de pasajes más que similares.
Su inicio, brillante, es un claro ejemplo de lo expuesto al final del párrafo anterior: Una pequeña toma panorámica nos muestra los tejados del Londres de finales del siglo XIX. Concretamente nos encontramos en la barriada de Whitechapel, y la profundidad de campo nos ofrece una fantástica y hermosa perspectiva nocturna de sus edificios y su puerto, bañado por el río Támesis (la réplica, construida en la sala más grande de los Estudios Shepperton, y que incluye la ribera del citado río, el muelle y el suburbio, requirió dos meses de trabajo y la participación de cincuenta hombres). El cielo azul oscuro se tiñe de rojo sangre y la cámara desciende a las callejuelas, dominadas por el trasiego de los viandantes y sumidas en la niebla y la oscuridad, alteradas mínimamente por la tenue luz de alguna ventana o por la mortecina iluminación que ofrecen las escasas farolas. El transitar de un carruaje arrastrado por un caballo nos llega a través de las tinieblas, aún imperceptible para la vista. El animal, el jinete de rostro cubierto que lo guía y la calesa, tan negros como la noche, se materializan lentamente ante nosotros. El golpeteo de los cascos con el pavimento se torna fantasmagórico, ultraterreno, como procedente de otra dimensión, acentuando el tono sobrenatural del conjunto. El carro se detiene en primer término, abriéndose la portezuela. Entonces la cámara, en grúa, se desplaza en un movimiento ascendente, sutil y elegante, hasta el perfil del conductor, que mira al frente impasible, evitando mostrar al individuo que sale del interior (el score, obra de Paul Zaza y Carl Zittrer, resulta de lo más apropiado).
Incluso la visualización de alguno de los crímenes es claro referente para la obra de los Hugues: El primero de ellos (el tercero que comete Jack) será visualizado en plano subjetivo, desde el punto de vista del asesino, y con el único acompañante sonoro de sus pasos. Éste recorre las callejuelas del barrio al acecho, valiéndose de la oscuridad de la noche y del anonimato que otorga la neblina. Tras un largo deambular, se detiene en una esquina a observar a su víctima. Aquí, un primer plano nos muestra el rostro de Jack, en el que destacan unos ojos sin vida, carentes de sentimientos, de pupilas completamente negras (como el mismo personaje de Desde el infierno, interpretado colosalmente por Ian Holm). Una música similar a la creada por John Williams para los ataques del escualo en Tiburón, Steven Spielberg, 1975, remarca el crimen por estrangulamiento.
La segunda de las mujeres es abordada en plena calle por el carruaje, que emerge de la niebla junto a ella, casi de súbito. El asesino abre la puerta y le pide que suba. Segundos después, el vehículo se vuelve a detener, y el hombre desciende del mismo con el cadáver al hombro, tendiéndolo en el suelo. El rostro ensangrentado de la víctima queda en primer plano. El análisis de Sherlock Holmes y Watson, rodeados por la policía y por gran cantidad de curiosos, arroja un cuerpo eviscerado y los restos de un racimo de uvas (la escena es idéntica a otra protagonizada por el Inspector Abberline -Johnny Depp- y el Sargento Godley -Robbie Coltrane- en la película referida).
El tercero de los crímenes será ofrecido en una premonición sufrida por Robert Lees (Sutherland, en un breve papel), un hombre atormentado que tiene visiones sobre los asesinatos perpetrados por Jack antes de que se cometan (sí, otro paralelismo más, concretamente con el personaje de Abberline y su extraña habilidad intuitiva), y resulta ser el más turbador, pese a que vemos lo que sucede una vez ya ha sido cometido: La calesa que lleva al homicida se abre y observamos a una mujer muerta, con la cara desfigurada y cubierta de sangre, sentada en uno de los asientos. Jack la empuja levemente, y el propio peso del cuerpo provoca la lenta caída del mismo. El rostro, horriblemente demacrado, pasa ante nosotros fugazmente.
También la muerte de Mary Kelly (Clarke, vista en Porky´s, pero conocida en España por ser la madre de Webster) es muy similar (aunque en Desde el infierno no era ella la asesinada, sino una amiga a la que el homicida confunde con la prostituta), siendo visualizada desde el exterior de la habitación en que se comete el crimen. El detective y su ayudante serán quienes encuentren el cuerpo, completamente destrozado.
Pero no solo en la visualización de los crímenes se encuentran similitudes. Como en la película citada, el sospechoso al que se busca como autor de los crímenes es un cirujano, debido a su especial habilidad para extraer órganos de sus víctimas. También se produce una visita (del todo inquietante) a cierta institución mental, en la que se halla recluida Anne Crook (Bujold, vista en Coma, Michael Crichton, 1978; o en Inseparables, David Cronemberg, 1988), la prostituta amiga de Mary Kelly de la que se enamora Eddie, el Duque de Clarence y heredero al trono de Inglaterra. El fruto de ese amor es una niña, causa final por la que se producen los asesinatos, pues la clase política no quiere que se conozca el desliz del sucesor, e intenta eliminar de raíz cualquier vínculo entre éste y Crook. Es la propia Mary Kelly, a la que su amiga confía a su hija para que no le suceda nada, la que condena de manera involuntaria a sus amigas al contarles el secreto con el fin de que la ayuden. Los tentáculos del poder se extienden inexorables, recluyendo a la madre, acabando con la vida de todas aquellas que saben de la existencia del bebé, y buscando a éste para hacerlo desaparecer. Todo ello será convenientemente expuesto por Sherlock Holmes en el impresionante alegato final dado ante el Primer Ministro (Gielgud, completando una nómina actoral envidiable e impecable, a la que aún habría que sumar a Finlay como el Inspector Lestrade y Hemmings -para los amantes del género, Marcus Daly en la impresionante Rojo oscuro, Dario Argento, 1975- como Foxborough), Sir Charles Warren (Quayle, que junto a Finlay participó en Estudio de terror, James Hill, 1965, otro filme que narra el encuentro entre Holmes, Watson y Jack el Destripador. Finlay, casualmente, incluso repitió el mismo papel) y el Ministro del Interior, exhibiendo las pruebas que inculpan a todos ellos. La victoria del detective es amarga, pues ninguno de ellos pagará sus crímenes, aunque su recompensa será la supervivencia de la pequeña (no así de su madre, que se suicida en el psiquiátrico), a la que vemos en un último plano correteando descalza y feliz por un jardín tras un cachorro de perro.
Incluso en ciertos detalles humorísticos (la escena del guisante chafado, que ejemplifica a las mil maravillas la fantástica química existente entre Mason y Plummer. Es curioso saber que Peter O´Toole y Laurence Olivier fueron en un principio los principales candidatos a los papeles de Holmes y Watson respectivamente, aunque la mala relación existente entre ambos dio al traste con esa opción) y en otros de acción (el primer encuentro entre el detective y Mary Kelly, a la que aquel persigue por las calles de Whitechapel tras encontrarla en el funeral de una de sus amigas. Cuando da con ella, oculta en un portal, ésta le cuenta la historia de Anne Crook y su hija. Los insertos del carruaje de Jack, circulando a toda velocidad por las calles, se intercalan con la conversación. El vehículo aparece como siempre de súbito, provocando la huida de ambos, a punto de ser atropellados) Clark exhibe un notable manejo de los resortes cinematográficos, dando lugar a una película desconocida, que como suele suceder con casi toda su filmografía, merece mejor suerte de la que ha tenido hasta ahora.
(8/2)