CARRETERA AL INFIERNO (Dave Meyers) / 2007: Sean Bean, Sophia Bush, Zachary Knighton, Neal McDonough, Kyle Davis, Skip O´Brien, Travis Schuldt, Danny Bolero, Jeffrey Hutchinson, Yara Martinez, Lauren Cohn.

 

   Grace (Bush) y Jim (Knighton) son una joven pareja que emprende un largo viaje por carretera para acudir a una fiesta con las amigas de la chica. En una gasolinera recogerán a John Ryder (el siempre efectivo Bean, lo único destacable del filme, aparte de las espectaculares -tanto como rocambolescas- persecuciones y accidentes que tienen lugar a lo largo del metraje), un autoestopista que les pide que le acerquen al pueblo más cercano. Una vez en el interior del vehículo, el comportamiento del hombre se tornará agresivo, mostrando la verdadera personalidad de un perturbado al que los jóvenes han de expulsar por la fuerza. Al día siguiente, tras pasar la noche cerca de la carretera y cuando creen que la amenaza ya ha desaparecido, son adelantados por un automóvil familiar, en cuyo interior descubren a Ryder. El hallazgo, poco después, de los cadáveres de los cuatro ocupantes del vehículo, aniquilados sin miramientos pese a que dos de ellos eran niños pequeños, dará inicio a un terrible juego del ratón y el gato.

 

   Quien haya visto la primigenia Carretera al infierno, Robert Harmon, 1986, sabrá de antemano que nos hallamos ante un nuevo remake de la mencionada película. Platinum dunes, la productora propiedad de Michael Bay especializada en reversionar éxitos del cine de terror moderno, es la encargada de traernos este filme, y está claro que después de ver su (muy) poco estimulante metraje, es necesario replantearse, por enésima vez, si la escasez de ideas que ha provocado la moda de los remakes en los últimos años en Estados Unidos, tanto de productos propios como ajenos (el cine oriental de fantasmas ha sido víctima de dicha práctica, también sufrida por nuestro cine patrio. El más claro exponente sería la nueva versión de REC, Jaume Balagueró & Paco Plaza, 2007, calcada casi plano por plano en la estadounidense Quarantine, John Erick Dowdle, 2008), nos ha ofrecido algo que llevarnos a la boca, aparte de productos descafeinados. Si nos atenemos a una vía generalista, está claro que hay todo un repertorio de nuevas versiones que merecen la pena y que, en ocasiones, incluso superan a la película original (baste mencionar, por ejemplo, la magistral Amanecer de los muertos, Zack Snyder, 2004, aunque también podemos nombrar otras obras sobresalientes de la talla de Las colinas tienen ojos, Alexandre Aja, 2006, o La cosa, John Carpenter, 1982, que a su vez disfrutó hace escasas fechas de una notable precuela de título homónimo -La cosa, Matthijs Van Heijninger Jr., 2011-). Lo que resulta igualmente indiscutible es que, si nos atenemos a las películas ofrecidas por la productora citada al principio del párrafo, los resultados son, cuanto menos, desalentadores. De toda la filmografía, tan solo La matanza de Texas 2004, Marcus Nispel, 2003, resulta destacable. El resto de sus productos pueden catalogarse como simplemente entretenidos (véase La morada del miedo, Andrew Douglas, 2005; Viernes 13, Marcus Nispel, 2009; o Pesadilla en Elm Street: El orígen, Samuel Bayer, 2010) o de decididamente mediocres, como el que nos ocupa.

 

   La cuestión es que el filme de Meyers no empieza del todo mal, pues el primer encuentro con Ryder, en el que éste evidencia su verdadera personalidad en el vehículo de Jim tras mostrarse sumamente educado con éste en la gasolinera, está rodado de manera eficiente, logrando transmitir tensión y nerviosismo (el asesino colocando la hoja de su navaja en el párpado de una aterrada Grace mientras aquel obliga al chico a decir “Quiero morir”), algo que también sucede en el reencuentro con el autoestopista, al que hallan a bordo del vehículo en el que viaja la pareja con sus dos pequeños, y que, al igual que en el filme pretérito, concluye de manera dramática con la terrible muerte de los cuatro ocupantes. El problema surge en el mismo momento en el que una histérica Grace entra en el bar de carretera, al que llegan en el vehículo de las víctimas, con la intención de pedir ayuda. En ese preciso instante se abandona toda lógica y raciocinio, y los comportamientos y actitudes de la pareja protagonista, así como de algunos de los personajes con los que se encuentran, comienzan a carecer de cualquier tipo de sentido. Así, la joven se adentra en el restaurante totalmente fuera de sí, y en lugar de solicitar ayuda, entra de manera atropellada en el baño, en el que se encierra con la intención de… coger toallitas de papel para limpiar las heridas del único superviviente, apuñalado varias veces. La camarera, alertada por el extraño comportamiento, llama a la policía, que detiene a Grace y su pareja sin miramientos.

 

   La escalada surrealista prosigue con la llegada de Ryder a la comisaría, donde elimina a los agentes y demás personal sin ningún problema. El porqué a continuación llega un escuadrón de patrullas policiales sin que nadie las avise o el que los dos chicos escapen sin ningún motivo del cuartel una vez se presenta la caballería es mejor obviarlo, sobre todo si tenemos en cuenta que, una vez que han huido y se hallan a una considerable distancia, Grace le dice a Jim: “Deberíamos volver. Necesitamos ayuda”, y él, en otro momento carente de todo sentido, replica: “Él ha matado la ayuda”.

 

   El desvarío se alarga con el capítulo del desguace de vehículos, donde se esconden de un Ryder que porta un rifle de francotirador. Una patrulla llega y el policía se baja del coche. Grace, ni corta ni perezosa, encañona al agente y le obliga a tirar la radio. En lugar de pedir ayuda o explicar la situación al Capitán Esteridge (McDonough -el Teniente “Buck” Compton en esa obra maestra de la pequeña pantalla que es Hermanos de sangre-, en el mismo rol que Jeffrey DeMunn interpretase en el filme original), al otro lado de la línea, decide robar el coche del policía, llevándose a éste secuestrado. Pero claro, Ryder, un tipo con suerte y un fenómeno a la hora de calcular probabilidades favorables, dispara al agente en la cabeza justo en el momento en el que la joven le apunta a idéntico lugar y en el que, ¡Oh, casualidad!, aparece de la nada un segundo policía que debía estar cazando geckos en los alrededores, haciendo parecer culpables a los chicos, que ahora sí, huyen con motivos.

 

   Si lo anterior parece de risa, lo mejor está por llegar, porque ahora asistimos al momento en el que John Ryder deja a la altura del betún al John McClane de cualquiera de las entregas de La jungla de cristal. Pongámonos en situación: la parejita se fuga en el coche patrulla y tras ellos aparecen otros tres vehículos policiales. El dispositivo se amplía con un helicóptero que informa por radio a Esteridge de todo lo que sucede. El paciente y comprensivo capitán, seguro de la inocencia de los chicos, les ruega que se detengan una y otra vez, pero la respuesta, por absurdo que parezca, siempre es negativa. “¡No podemos parar aquí! ¡Usted no lo entiende!”, llega a decir Grace en un momento de incomprensible enajenación, pues resulta del todo imposible que una sola persona pueda acabar con seis agentes armados y parapetados en sus vehículos, además de un helicóptero y los dos chicos, sobre todo si se detienen en una inmensa recta en medio del desierto. Pero claro, Grace, usando su lógica absurda (¿Hasta dónde piensa huir?), no se detiene (deberíamos contar la gente que muere por su culpa a lo largo del filme, y alguno llegaría a la conclusión de que la chica es una cómplice del propio Ryder, mucho más peligrosa si cabe, que éste), y aparece el asesino a bordo de su vehículo, poniéndose a la par de una de las patrullas y disparando al conductor. Ryder, con esa fortuna que no le abandona, provoca una carambola que acaba con dos de los automóviles, y embiste al tercero, que también vuela por los aires. Luego, para acabar, dispara al helicóptero a considerable distancia y le acierta al piloto en la cabeza cuando el aparato ya ha virado y solo vemos su panza, dejando claro que el concepto “coherencia” no entra en el vocabulario de Meyers, que piensa que el público desconecta y obvia cualquier disparate por poner música a todo trapo.

 

 

   Proseguimos con la feliz pareja abandonando el lugar del accidente (en lugar de quedarse, comprobar si hay supervivientes, y utilizar la radio para pedir ayuda) y llegando a un motel de carretera, al que entran por una ventana a una de las habitaciones, bañándose juntitos e intentando llamar por teléfono a los padres de Grace (¿?). Cómo la línea de la habitación pasa por recepción y si hablan con el gerente tendrían que decir que un asesino les persigue y se acabaría la película, Jim, ni corto ni perezoso, decide salir solo a buscar una cabina para realizar esa llamada (¿¿??) mientras Grace se queda dormida (¿¿¿???) viendo Los pájaros, Alfred Hitchcock, 1963 (ésta no es la única referencia al director londinense, pues cuando los jóvenes se duchan vemos un plano del desagüe por el que fluye agua manchada de sangre que recuerda a Psicosis, 1960). Al despertarse, tiene a Ryder al lado (en ningún momento vemos el GPS que el asesino usa para saber la localización exacta de la pareja en todo momento), pero logra refugiarse en el baño, forcejeando con el autoestopista para cerrar la puerta y cogiendo un arma mientras exclama: “Tengo una pistola”. Efectivamente, la cara del psicópata está a centímetros de ella, y en lugar de dispararle, le avisa educadamente de que tiene un revolver en su poder. Ryder recoge el aviso, escapándose, mientras Grace se encuentra a su novio encadenado por las extremidades a dos camiones y al asesino en el interior de uno de ellos, arrancado y con la marcha metida. Obviando la posibilidad de disparar a la sujeción, se ve obligada a subir al vehículo, y después de que John le ruegue sin éxito que le mate, éste decide acelerar, desmembrando al chico.

 

   El final, para no desentonar, resulta apoteósico, pues la increíble huida de Ryder del furgón policial en el que es transportado no tiene desperdicio: Un solo agente, de avanzada edad, custodia al peligroso asesino en serie. Éste se disloca un dedo y hace sangrar a chorros su muñeca para liberarse de las esposas (poco antes apretadas por Esteridge hasta el extremo), gesticulando con las manos durante varios minutos mientras el vigía le mira fijamente, a poco más de un metro, sin advertir lo que sucede. La continuidad salta por los aires cuando Ryder aprovecha los dientes de sierra del cierre para cercenar la garganta del policía (las esposas no han sido abiertas en ningún momento). A continuación, utiliza el arma del fallecido para eliminar a uno de los agentes de la parte delantera, mientras que el otro pierde el control del vehículo, que vuelca espectacularmente dando varias vueltas de campana. La estrella del autoestopista vuelve a relucir, pues otro vehículo colisiona con el suyo, saliendo aquel disparado contra el coche en el que viajan Esteridge y Grace, quedando el primero atrapado y el furgón con la puerta de atrás intacta y en su posición natural (algo totalmente imposible tras el accidente que acabamos de presenciar). Pese a no ir sujeto de ninguna forma, el asesino resulta ileso, aunque encerrado en la parte trasera. Como no podía ser de otra manera, Grace le quita la pistola al agente para hacer justicia por su cuenta y riesgo, y abre la cerradura, siendo capturada por Ryder, que la encierra y recoge el revólver, asesinando al Capitán (otra muerte de la que la joven es directamente responsable).

 

   Algunas pinceladas simpáticas, como el cameo del director (él es el que aparece en la foto del carné de conducir del John Ryder real), o que los cartuchos que Grace le dispara al asesino y que impactan en su chaleco antibalas formen la H de Hitcher, o ciertos detalles puntuales, como ese conejo que resulta atropellado inesperadamente en el prólogo, o el espectacular paisaje que contemplamos en México, probablemente digital, y que nos muestra un espectacular cielo de tormenta en el horizonte mientras en primer término, a la izquierda, vemos esas montañas teñidas de un rojo intenso con el sol del atardecer, no hacen que el filme resulte más que una medianía insignificante.

 

(3,5/6)

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