COLINAS TIENEN OJOS, LAS (Wes Craven) / 1977: Russ Grieve, Virginia Vincent, Suze Lanier-Bramlett, Dee Wallace, Robert Houston, Martin Speer, Brenda Marinoff, John Steadman, Janus Blythe, Peter Locke, James Whitworth, Michael Berryman, Lance Gordon, Cordy Clark.

 

   Bob Carter (Grieve), su esposa Ethel (Vincent) y el resto de su prole (formada por Brenda -Lanier-Bramlett-, Bobby -Houston- y Lynne -Wallace-, sus tres hijos, Doug -Speer-, el marido de ésta última, y Katy -Marinoff-, la bebé de ambos) viajan por carretera en busca de una mina de plata situada en pleno desierto que pertenece a su familia desde tiempo atrás. Las advertencias que reciben por parte de Fred (Steadman), el anciano dueño de la gasolinera en la que se detienen a repostar, recomendándoles que se olviden de la excavación y de tomar cualquier atajo evitando abandonar la carretera principal, son obviadas por el padre de familia que, cegado por la codicia, prefiere seguir su camino hacia el yacimiento. Un accidente en la solitaria pista de tierra por la que vagan perdidos y sin rumbo fijo les deja a merced de una familia endogámica de caníbales que habita en las montañas de los alrededores y que les toman como presas con las que saciar su ansia de carne humana.

 

   Si para su primer filme (La última casa a la izquierda, 1972) Wes Craven decidió realizar una adaptación libérrima de El manantial de la doncella, Ingmar Bergman, 1960, para el que sería el segundo optó por basarse en la leyenda de Sawney Beane. Éste fue el jefe de un clan de 48 personas formado por él mismo, su esposa, ocho hijos y seis hijas que a su vez, y mediante el incesto, engendraron dieciocho nietos y catorce nietas. En la Escocia del siglo XVI habitaron una enorme cueva cercana a una playa del condado de Galloway. Desde su morada realizaban incursiones a los bosques cercanos, y en sus caminos asaltaban a todo tipo de viajeros, sin distinguir entre hombres, mujeres y niños, a los que asesinaban y luego transportaban a su guarida, donde las desdichadas víctimas eran descuartizadas y devoradas. Así hicieron con más de mil personas hasta que una de ellas logró escapar con vida, advirtiendo al rey Jaime I de lo sucedido. Éste, junto a otros cuatrocientos hombres, emprendió viaje hacia la gruta de los horrores, en la que encontraron todo tipo de restos humanos. Los miembros de la familia fueron capturados y, sin juicio alguno, ejecutados: A los hombres les arrancan los brazos, dejándoles morir desangrados, mientras que las mujeres y niños fueron quemados en enormes piras. Todos ellos murieron entre terribles gritos de dolor sin dar señal alguna de arrepentimiento, maldiciendo a sus verdugos y alardeando de sus actos.

 

   Pese a todo lo anterior, lo que Craven vuelve a ofrecer es una historia de venganza, sumamente conservadora (y no seamos hipócritas, no me refiero a la vendetta de la familia con respecto a sus perseguidores, pues ésta está completamente justificada, encontrándonos ante el típico caso de “o ellos o nosotros” y a una lucha pura y dura por la supervivencia. No, me refiero a la imagen que se da de la familia protagonista, que lleva su fe por bandera y hace de ella su principal arma, permaneciendo unida por difíciles que se pongan las cosas, y en clara oposición al elemento desestabilizador, compuesto por Júpiter y los suyos, en constante pelea. Además Bob es el típico padre dominante y machista, cuyas decisiones nunca son puestas en entredicho ni por su esposa ni por sus hijos, por cuestionables que sean, mientras que Ethel es la madre sumisa que acata con docilidad enfermiza lo que su marido dictamina. Baste como ejemplo la escena en la que el hombre culpa a su esposa del accidente y de que se encuentren perdidos en el desierto, después de ignorar las múltiples advertencias de ella y de sus vástagos. Poco después la mujer le confesará a Lynne que se cree culpable de la situación en la que se encuentran), y que calca las características de su obra anterior, esto es, núcleo familiar modélico que es vilipendiado y avasallado (aparte del asesinato volvemos a tener una violación) por grupo (también familiar) desestructurado y violento. El primero se toma la justicia por su mano (aunque en ambos filmes la venganza esté justificada por la supervivencia) y, pese a su inferioridad numérica y física, y haciendo gala de su fe en Dios y de su vínculo inquebrantable, logra una victoria inapelable e inesperada, utilizando, eso sí, una violencia análoga a la padecida.

 

   Si similar es la historia, parecido es también el tono feísta y sucio con el que el director de Cleveland rueda su filme. Éste se ve dotado de un aspecto documental que lo acerca, al menos en apariencia (en resultados ya es otra cosa), a La matanza de Texas, ésta sí, obra maestra y seminal que Tobe Hooper dirigiera en 1974. El problema es que ese tono aleja al espectador de unos personajes planos y unidimensionales (interpretados por pésimos actores sin ningún bagaje posterior salvo la honrosa excepción de Wallace, que se convertiría en una de las más reconocidas musas del género), estereotipados hasta la nausea (olvidémonos de grises, aquí los buenos son exageradamente bondadosos y los malos, irremisiblemente malvados), y que casi nunca caen bien debido a determinadas decisiones o comportamientos estúpidos (véase sin ir más lejos la premisa inicial, consistente en que un hombre adulto lleve a toda su familia, incluido un bebé, a buscar plata a una mina perdida en el medio de la nada para celebrar el veinticinco aniversario de boda con su esposa. De todas formas, que la pareja felizmente casada haga el amor en un coche averiado mientras el padre de la joven permanece en paradero desconocido después de varias horas de solitaria travesía por el desierto, que Bobby emprenda la cacería de los salvajes dejando a su progenitor aún vivo y abrasado, o que Júpiter, el patriarca caníbal, no sufra ni un rasguño cuando la caravana en la que intenta entrar estalla mediante un mecanismo que él mismo activa, no son aspectos que añadan mucha credibilidad a la trama).

 

   Los escasos aciertos de la película (el asalto al remolque, en el que Brenda es violada y que concluye con Marte tiroteando a Ethel, a la que hiere de muerte, y a Lynne, a la que asesina después de ser apuñalado en una pierna, llevándose además a su pequeña; el ataque de uno de los perros a Plutón -Berryman-, destrozándole una pierna y el cuello; la muerte de Marte, que sufre la picadura de una cascabel en el cuello, siendo posteriormente apuñalado por un Doug completamente cegado por la ira; el hecho de que sea un miembro de los caníbales, Ruby -Blythe-, la que juega un papel básico en la victoria del grupo protagonista y en el rescate del bebé…) no hacen creíble el status de culto adquirido por la misma con el paso de los años, pues una vez más (lo mismo sucede con el ya citado primer filme de Craven) nos encontramos ante una obra sumamente mediocre, plagada de errores de bulto (la madre que parpadea varias veces una vez ha fallecido). A modo de curiosidad, citar que Peter Locke, productor de la cinta, tiene un pequeño papel como Mercurio (el caníbal que se despeña por un barranco empujado por uno de los perros de los Carter), que podemos ver parcial y fugazmente un poster rasgado de Tiburón, Steven Spielberg, 1975, y que la película ganó el Premio de la Crítica en la edición de 1977 del Festival de Sitges.

 

(3,5/2)

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