CUBO DE SANGRE, UN (Roger Corman) / 1959: Dick Miller, Barboura Morris, Antony Carbone, Julian Burton, Ed Nelson, John Brinkley, John Herman Shaner, Judy Bamber, Myrtle Vail, Bert Convy.

 

   El gran Dick Miller, uno de los actores más importantes del cine de terror y de ciencia ficción rodado a partir de la década de los 50, que participó en varias películas de Corman (It conquered the World, 1956; Emisario de otro mundo / Not of this Earth, 1957; La no muerta, 1957; La guerra de los satélites, 1958; La pequeña tienda de los horrores, 1960; El terror, 1963; El hombre con rayos X en los ojos, 1963), o en gran parte de la filmografía de Joe Dante (Piraña, 1979; Aullidos, 1981; Gremlins, 1984; Gremlins 2: La nueva generación, 1990; Matinee, 1993; Pequeños guerreros, 1998), protagonizó de manera notable este pequeño y simpático filme, en el que Walter Paisley, un joven y apocado camarero (el mismo Miller), interesado por el arte, y que trabaja en un café donde se reúne la flor y nata de los intelectuales del lugar (a los que el director les suelta alguna que otra pulla de humor negro: El hecho de que un “simple” camarero, objeto de las burlas y desprecios de alguno de los sujetos que frecuentan el lugar, sea capaz de colarles una colección de cadáveres humanos y animales envueltos en una capa de arcilla –como si se tratase de verdaderas obras de arte- a semejante caterva de visionarios e iluminados –incluida la chica, interpretada por Morris, objetivo sentimental de nuestro protagonista, que se convierte en uno de sus principales valedores-, no carece de cierta gracia. Y es que eso de que cualquiera puede ser artista, al parecer, no es asunto exclusivo de nuestra época), decide crear una escultura para impresionar a los clientes del lugar, y, en especial, a la mujer a la que ama. La mala fortuna hará que mate por error al gato de su portera, lo que, unido a su escasa habilidad a la hora de modelar, le impulsará a tomar la decisión de usar el cuerpo del felino para crear una efigie. Cuando presenta su obra al público del café, éste responde de manera entusiasta, elevando al joven a nuevo ídolo de manera instantánea. Será entonces cuando el neófito artista tome la decisión de asesinar a determinadas personas para utilizar sus cuerpos y seguir así acrecentando su obra y su fama (algo que remite indirectamente a Los crímenes del museo de cera, André de Toth, 1953).

 

   El peso de la película recae casi íntegramente sobre Miller, que crea un personaje tímido y retraído que logra conectar con el público, pero que, a su vez, no tiene demasiados problemas para eliminar a varias personas para lograr su objetivo. De hecho, la muerte del detective (la que acontece en primer lugar) podría catalogarse casi de accidental, pero las subsiguientes (la de la vanidosa modelo que intenta humillarlo en el café, pero que luego no tiene ningún problema en posar desnuda para él a cambio de dinero; y la del inocente trabajador que corta madera con una sierra circular en la calle) son alevosas y premeditadas, haciendo que nuestro protagonista caiga en una espiral de violencia de la que ya no saldrá hasta su dramático final. Destacar también la labor de Carbone, que interpreta al jefe de Walter, y que aporta cierto tono humorístico, pues una vez que descubre el secreto de éste, intentará convencerlo denodadamente (en vano) para que no siga creando esculturas.

 

(6/1)

 

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