CUMPLEAÑOS MORTAL (J. Lee Thompson) / 1981: Matt Craven, Melissa Sue Anderson, Tracy Bergman, Glen Ford, Lawrence Dane, Sharon Acker.

   El director de películas de culto como Los cañones de Navarone, 1961, y El cabo del terror, 1962, J. Lee Thompson, llegó al final de su carrera dirigiendo auténticos bodrios como éste que nos ocupa. Nos encontramos ante una temprana imitación de los esquemas de Viernes 13, Sean S. Cunningham, 1980,y demás slashers ochenteros, con un argumento absurdo de puro complicado para un film de esta temática: Una chica (Melissa Sue Anderson, conocida principalmente por ser la Mary Ingalls de La casa de la pradera) que estudia en una academia de niños bien y que sufre desvanecimientos a raíz de un accidente de tráfico en el que perdió a su madre, ve como sus amigos van cayendo asesinados durante dichos desmayos por un misterioso psicópata, que puede ser ella o no. La identidad del asesino quedará revelada el día del cumpleaños de la chica en uno de los finales más delirantes, psicotrónicos e incoherentes del género, en el que se mezclan hermanas gemelas, máscaras de látex perfectas (ríete tú de los desparrames de Cara a cara, John Woo, 1997. También se puede hacer uno la pregunta de: ¿De dónde demonios ha sacado la psicópata en cuestión el molde para hacer semejante obra maestra de la imitación?), personalidades ocultas, amigas despechadas, cadáveres en distintos grados de descomposición, revelaciones de culebrón de sobremesa, mentes trastornadas, poderes mentales (“te desmayabas a mi voluntad”, le dirá la asesina una vez ha sido revelada su identidad a nuestra protagonista, ahí es nada. Aprended, X-Men) y cloroformo por un tubo (la escena en la que un brazo sale de detrás de la cámara -sí, la asesina se oculta tras ella como si fuese un elemento más del decorado- hasta 3 veces para dejar inconsciente a la, digámoslo ya, inepta de nuestra protagonista, es simplemente descacharrante). Ahí es nada.

   Personajes nulos y vacíos sin ningún tipo de característica que les pueda hacer simpáticos a la vista del espectador; actores de saldo (por la película se pasea el que fuera padre del hombre de acero en Superman, Richard Donner, 1978, un perdido Ford que realizaba sus últimas incursiones en el cine sin importarle mucho la calidad del producto final, en el papel de psiquiatra de la protagonista); situaciones y reacciones ridículas (¿Cuántas veces se puede pasear solo por un bosque de noche en una película sin que te asalte un hombre enmascarado? ¿Es normal colarse en una casa ajena para robarle la ropa interior a la chica de turno?); y asesinatos fuera de plano para uno de los peores slashers de los 80, insufrible de principio a fin.

(2/3)

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