CUMPLEAÑOS SANGRIENTO (Ed Hunt) / 1981: Lori Lethin, K. C. Martel, Elizabeth Hoy, Billy Jayne, Andy Freeman, Melinda Cordell, Julie Brown, Bert Kramer, Joe Penny, Susan Strasberg, José Ferrer, Ben Marley, Erica Hope.

   Dos niños y una niña nacen el mismo día que se produce un eclipse total de sol. Una década después, y coincidiendo con la cercanía de su décimo cumpleaños, Debbie (Hoy), Curtis (Jayne) y Steve (Freeman) darán rienda suelta a sus instintos homicidas, eliminando sistemáticamente y como si se tratase de un juego a todo aquel que se cruza en su camino. Otro niño llamado Timmy (Martel, que dio vida a uno de los vástagos de la familia Lutz en Terror en Amityville, Stuart Rosenberg, 1979, o a Greg en E.T.: El extraterrestre, Steven Spielberg, 1982, aunque también fue visto en series como Con ocho basta, interpretando a Marvin, o algo ya más crecidito en Los problemas crecen, encarnando a Eddie, el amigo de Mike Seaver, al que interpretaba Kirk Cameron) y Joyce (Lethin), su hermana mayor, descubrirán de manera accidental lo que sucede, pasando a ser el objetivo de los pequeños asesinos.

   Nos encontramos ante otro slasher ochentero más, enésimo de los surgidos al calor del éxito cosechado por La noche de Halloween, John Carpenter, 1978, o Viernes 13, Sean S. Cunningham, 1980. Pese a seguir las pautas trazadas por las películas citadas (cámara subjetiva para mostrarnos alguno de los crímenes, emplazándonos en el lugar del asesino -incluso la banda sonora de Arlon Ober calca, literalmente, determinados pasajes de la que Harry Manfredini creó para la saga Viernes 13, sobre todo en los momentos en los que se producen los asesinatos-; moral retrógrada que nos ofrece a un grupo de jovencitos retozones en celo prestos a morir presa de sus excesos calenturientos; agentes de la ley incompetentes que siempre llegan tarde -¿Ninguno se para a pensar que la muerte del Sheriff pudo no ser casual, sobre todo cuando poco después se comete otro crimen en la misma casa?-; pequeño pueblo aislado de viviendas clónicas y calles idénticas -¿Alguien ha dicho Haddonfield? Tan solo faltan las calabazas y Michael Myers acechando a las canguros-; final abierto que deja las puertas abiertas a una posible secuela, la cual, debido al escaso éxito de la cinta, nunca se llegó a rodar…), Hunt nos ofrece una historia con ciertas dosis de originalidad: El hecho de que los asesinos sean tres críos añade un punto siniestro y retorcido a lo que acontece en pantalla (el personaje de Steve está desaprovechado, pero Debbie resulta odiosa al ser capaz, pese a su rostro angelical, de cometer las mayores tropelías -su intento de estrangular tanto a Timmy como a Joyce al final del filme, o la falta de reparos a la hora de culpar, en varios momentos, a sus dos amigos de todo lo que sucede, con la intención de salir bien parada-, mientras que Curtis, el cerebro del trío, es completamente detestable y aborrecible, pues a sus actos llenos de cobardía -su arma preferida es la pistola, que suele utilizar cuando sus víctimas se hallan de espaldas, desnudas o durmiendo- suma un comportamiento sumamente inteligente -el momento en el que provoca que Joyce pase por loca ante casi todo el pueblo en la fiesta de cumpleaños, haciéndola creer que ha envenenado las tartas. La joven reacciona de forma histérica quitando de malas maneras a los invitados los platos que ya han sido repartidos, y zarandeando al chico cuando éste la reta- y unos gestos provocadores e incluso chulescos -su reacción desafiante cuando es sorprendido por Joyce junto a sus dos amigos, intentando estrangular con una manguera a otro chico-) pues los niños son un símbolo ineludible de inocencia y de bondad. Es más, la perversión de ese axioma ha dado lugar a auténticas obras maestras del género (por citar solo dos ejemplos, El exorcista, William Friedkin, 1973; o La profecía, Richard Donner, 1976).

   Evidentemente, no estamos ante uno más de los ejemplos del paréntesis anterior, pero sí es cierto que la película no se hace pesada en ningún instante, ofreciendo algunos momentos ya vistos en películas similares (el primer asesinato que contemplamos, con una joven pareja que hace el amor en una tumba escavada en un cementerio -extraña costumbre que parece habitual entre los jóvenes del pueblo, pues Beverly, la hermana de Debbie, dice frecuentarlo con su pareja-. La cámara subjetiva evita que descubramos la identidad del asesino, que elimina al joven con una pala y estrangula a la chica con una cuerda; o el de los dos jóvenes que hacen el amor en una furgoneta y son tiroteados por Curtis), así como otros en los que se logra crear cierta tensión (la muerte del sheriff Brody -¿Homenaje al personaje de Roy Scheider en Tiburón, Steven Spielberg, 1974?-, padre de Debbie, que es llamado por ésta desde el jardín de su casa. Un monopatín colocado convenientemente en la escalera de la puerta de entrada y dispuesto para ser pisado es evitado en primera instancia por el adulto. La niña lanza la comba utilizada para cometer el primer asesinato ante los pies de su progenitor, que se agacha extrañado para recogerla. Es Steve, con un bate de beisbol usado de manera contundente, el que acaba con la vida del agente. La llegada de Timmy provoca que la pequeña comience a gritar, haciendo pasar el crimen por un accidente fortuito y trágico -atención a la reacción de la esposa cuando descubre a su marido-; el angustioso encierro de Timmy en la chatarrería, atrapado y abandonado en un armario metálico por Curtis; el intento de asesinato de Joyce en el desguace, perseguida por un vehículo conducido por aquel y Steve, que oculta su rostro por una manta atada al cuello, y que recuerda al Jason de Viernes 13 parte 2, Steve Miner, 1981, así como al psicópata de Terror al anochecer, Charles B. Pierce, 1977; el momento en el que Beverly -Brown- encuentra el libro de Debbie en el que ésta y sus cómplices pegan los recortes de periódico sobre los crímenes que cometen. La chica es sorprendida por la pequeña, y reacciona llevándole el libro a su madre, que ordena que sea quemado. Firma así su sentencia de muerte, que se produce de inmediato en su habitación, donde Debbie le dispara una flecha en el ojo a través del agujero practicado en el armario contiguo y usado por los amigos de la niña para espiar, previo pago, a la hermana adulta -la pequeña pica en la pared, atrayendo la atención de la joven, que se acerca a observar por el orificio-; o el desenlace, con Debbie huyendo junto a su madre. El coche se detiene en una gasolinera y vemos a la mujer preguntándole a su hija, que juega con un gato hidráulico, por su nuevo nombre. Una vez responde, se ponen en marcha, pero la cámara se queda fija en el lugar en el que se encontraba la cría. Entonces se desplaza lentamente hacia un camión aparcado en la parte trasera del edificio, hasta que contemplamos a un hombre aplastado bajo una de las ruedas). 

   Si a lo anterior sumamos algún homenaje o referencia (Curtis con la pistola ante el espejo, como si se tratase de un pequeño Travis Bickle, el personaje interpretado por Robert De Niro en Taxi Driver, Martin Scorsese, 1976, saliendo posteriormente de cacería por el vecindario; esos posters de Van Halen y Blondie en la habitación de Beverly), o la aparición de algún actor o actriz conocidos (Joe Penny, protagonista de Jake y el gordo, emitida en nuestro país hace ya algunos años, en un pequeño papel; Susan Strasberg -El sabor del miedo, Seth Holt, 1961- como la profesora que pagará cara su intención de no quitarles a los niños los deberes el día de su cumpleaños; o José Ferrer -El motín del Caine, Edward Dmytryk, 1954; Lawrence de Arabia, David Lean, 1962; o Dune, David Lynch, 1984- como el doctor del pueblo), el resultado es una película que sin destacar en demasía en ningún aspecto particular, resulta honesta y entretenida.

(6,5/2)

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