ENTREVISTA CON EL VAMPIRO (Neil Jordan ) / 1994: Brad Pitt, Christian Slater, Tom Cruise, Kirsten Dunst, Stephen Rea, Antonio Banderas, Thandie Newton, Domiziana Giordano, Lyla Hay Owen.

 

   Adaptación de la novela homónima de Anne Rice, primer capítulo de la saga Crónicas vampíricas, que consta de diez entregas, de las que tan solo una más fue llevada al cine (la muy mediocre La reina de los condenados, Michael Rymer, 2002). No he tenido el gusto de leer ninguno de los mamotretos de la escritora estadounidense, y después de ver la traslación fílmica guionizada por ella misma, tampoco es que tenga el más mínimo interés, sobre todo teniendo en cuenta que, tras su conversión al cristianismo allá por 1998 (antes era atea. Tiene bemoles), casi reniega de los libros que le dieron fama. De hecho, ella misma declaró que nunca volvería a escribir una novela de vampiros salvo para acabar la saga de Lestat, eso sí, en forma de novela cristiana con la redención como tema principal (si el cristianismo es capaz de redimir a tiranos, exculpar sacerdotes pederastas, perdonar a genocidas, o apoyar dictaduras, ¿Cómo no va a poder indultar a un vampiro que mata seres humanos con el fin de alimentarse?).

 

   Pues eso, que aquí tenemos a Lestat (un Cruise en la peor actuación que le recuerdo, resultando excesivo, exagerado, desmedido, sobreactuado y gesticulante hasta el delirio)  un vampiro esnob, pagado de sí mismo, narcisista, presuntuoso y egoísta (no sé cómo era el personaje en la saga literaria, pero soportar a semejante individuo a lo largo de diez libros debe ser una tortura) que, cómo se aburre y se siente solo (si el objetivo de Rice es que sintamos pena por un asesino que mata sin remordimientos y al que le gusta ver sufrir a sus víctimas, digamos, sin eufemismos, que no lo cumple en absoluto), se busca a un compañero llamado Louis (Pitt, algo -solo algo- mejor que Cruise), al que escoge para que lo acompañe en su largo y afligido periplo a través de la noche perenne, sombría y solitaria (y aquí se plantean dos cosas: 1º.- Que es la primera vez que tenemos vampiros gays en una película -al menos que yo sepa y pese a que ellos parezcan no darse cuenta-. Véase la escena en que Lestat contagia a Louise -en la que parece que están haciendo el amor salvajemente-, u otra posterior en la que Louise le susurra cositas a Armand -Banderas, que intenta competir con Cruise en eso de la sobreactuación-. Y 2º.- Que todos sabemos ponernos trascendentales -véase la frase antes del paréntesis- y no por ello vamos escribiendo tochos supuestamente filosóficos, profundos y llenos de contenido -aunque en el fondo vacíos- sobre vampiros con problemas éticos, de soledad, y autoestima -la excepción es ser mormona y llamarse Stephanie Meyer-). El caso es que Lestat es un cafre de tomo y lomo que mata sin ton ni son, lo que le plantea diversos problemas morales a Louise, que se alimenta de la sangre de animales porque se lo dicta su ética y no quiere convertirse en un asesino (lo cual debería ser conmovedor, sobre todo viendo a Pitt haciendo pucheros). Eso sí, no tiene problemas en hincarle el diente a Claudia (Dunst, sin ningún género de duda, lo mejor de la película), una niña a la que encuentra llorando junto a su madre, que acaba de morir de lepra (la escena causa vergüenza ajena desde el momento en el que un enajenado Cruise llega y se pone a bailar con el cadáver de la mujer). Louis se va avergonzado (normal, visto lo visto), y Lestat se lleva a la niña con el fin de transformarla. Así, Claudia será la nueva compañera de aquel, convirtiéndose a la vez en alumna de Lestat, que la transforma en una asesina despiadada y sin remordimientos. Como eso de la convivencia es muy duro, la relación entre discípula y maestro se va deteriorando, hasta que llega un día en el que la niña (ya no tanto, pues han pasado varias décadas desde su mutación) elimina al vampiro (al menos eso cree) y huye junto a Louis a París, no sin antes provocar un incendio que se origina en Lestat (que vuelve para que el libro se alargue unas páginas más y la película se haga eterna -tanto o más que la vida de los chupasangres que la protagonizan-, y al que Louis recibe lanzándole un quinqué) y se extiende sin control, chamuscando media ciudad.

 

   Al poco tiempo de llegar a París, y cuando ya ha dejado, después de muchos años, de buscar más vampiros que le den respuestas sobre su origen, Louis se topa con Armand, que dice ser el más antiguo de su raza, y que lidera una sociedad decadente de chupasangres que viven en las catacumbas del teatro, en el que realizan granguiñolescas representaciones que siempre terminan con la muerte de una mujer a la que le succionan la sangre, ante la presencia de un público que cree que está viendo una obra de ficción. Como los vampiros tienen la capacidad de leer la mente, descubren que Claudia acabó con un miembro de su propia especie, así que deciden castigarla introduciéndola en un pozo, donde muere abrasada por el sol, emparedando vivo a Louis, que es liberado por Armand, cuyo único objetivo es que aquel sea su compañero (y es que Brad es mucho Brad). Lo único que conseguirá es que, lleno de ira, acabe con toda su cuadrilla (en la mejor escena de la película, en la que quema las catacumbas y los ataúdes de los muertos revividos, que fallecen calcinados o decapitados por la guadaña que porta). Finalmente asistiremos a un nuevo (e intrascendente) encuentro con Lestat, que sigue vivito y coleando (¿Cómo iba a estar muerto, si aún quedan un montón de tostones… digo… de libros más?), y al final de la entrevista que da título al filme, realizada por un periodista al que da vida Slater, que acabará convertido en el nuevo juguete del malvado y cruel vampiro, en un final de lo más lamentable.

 

   Queda claro que Jordan sabe dirigir cualquier cosa que le pongan entre manos, dándole un aire distinguido y majestuoso (basta ver su labor en En compañía de lobos, 1984). El problema surge cuando lo que tienes es un cúmulo de personajes imposibles (hablo del guión, no del libro. Aunque hay que tener en cuenta que la autora de ambos es la misma) soltando frases que se suponen trascendentales y pretenciosas, pero que se demuestran vacías de contenido (aunque solo sea por el tedio que provoca estar escuchándolas continuamente). Además, Rice se permite el lujo de desdeñar la mitología vampírica que nos ha legado enormes momentos en el cine (la Hammer creó multitud de obras maestras ciñéndose a esa mitología, que siguen notables películas posteriores como Los viajeros de la noche, Kathryn Bigelow, 1987; Vampiros, John Carpenter, 1998; o 30 días de oscuridad, David Slade, 2007), ignorando los crucifijos, el agua bendita, o las estacas. Es más, el problema no es que las ignore, sino que las ridiculiza (en palabras de Lestat, son “simples leyendas”) tanto a ellas como a Bram Stoker, creador del mito vampírico y su principal exponente, Drácula (“La vulgar creación de un irlandés loco”), dándonos una idea del tamaño del ego de la escritora, que visto lo visto, se convierte en claro precedente de la Meyer de Crepúsculo y sus vampiros moñas. Lo hipócrita es que muchos admiradores de la obra de la primera serán detractores de la saga de la segunda. Lo único que las diferencia es la puesta en escena y la sangre, y ese mérito no le pertenece a Rice, sino a Jordan.

 

(4/5)

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TRAILER USA 1

TRAILER USA 2

(v.o.s.e.)

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