INSEPARABLES (David Cronenberg) / 1988: Jeremy Irons, Genevieve Bujold, Heidi Von Palleske, Barbara Gordon, Shirley Douglas.

 

   Los gemelos Mantle, Beverly y Elliot (a los que da vida un Irons sensacional, que borda el doble papel de las dos personalidades opuestas y diferentes que a la vez se complementan y que acaban resultando indivisibles), siempre han mantenido una conexión particular desde su infancia. Su visión del resto del mundo y su manera de relacionarse con las mujeres roza lo enfermizo, utilizando su extremo parecido para intercambiárselas sin que ellas se den cuenta. Será la irrupción de una actriz llamada Claire Niveau (Bujold, a la altura de Irons) lo que provocará que el mundo aséptico y sin interferencias de los gemelos se ponga patas arriba, primero desde el punto de vista médico, cuando los hermanos, ginecólogos de profesión, descubren que la mujer presenta una mutación en el útero que reclama poderosamente su atención, y segundo, desde una perspectiva sentimental, cuando Beverly se enamora de Claire, convirtiéndose ésta en un peligroso obstáculo que se interpone, desde el punto de vista de Elliot, en la inquebrantable relación que hasta ese momento mantenía con su gemelo.

 

   Inseparables significó el punto de partida para que la crítica seria (esa que suele abominar del género sin darse cuenta de que el filme que nos ocupa es puro cine de terror psicológico) considerase a David Cronenberg como el gran director que es, pese a que antes ya hubiera realizado grandes obras como Cromosoma 3, 1979; Videodrome, 1983; La zona muerta, 1983; ó La mosca, 1986, todas ellas, eso sí, adscritas al fantástico más genuino y, por lo tanto, ajenas a los gustos y apetencias de ese sector crítico. Cuesta imaginar que la enfermiza historia de los Mantle (basada en hechos reales, al estar inspirada en los gemelos Cyril y Stewart Marcus, ginecólogos de profesión que en 1975 fueron hallados muertos en el apartamento que compartían en Nueva York, rodeados de todo tipo de desechos y productos farmacéuticos. La crónica de lo sucedido fue novelizada por Bari Wood y Jack Geasland en Twins: Dead ringers, publicada en 1977) hubiera llegado a buen puerto de no mediar toda la filmografía anterior, que representa una evolución a través de las obsesiones y pasiones del director canadiense, culminadas en la idea de la “nueva carne”, ya mencionada por primera vez en Vinieron de dentro de…, 1975, y que fue transformándose y evolucionando hasta llegar a lo visto en la presente Inseparables y en sus dos últimas incursiones en el fantástico: El almuerzo desnudo, 1991, y Existenz, 1999 (Crash, 1996, también ahondó en los terrenos de ese concepto, pero lo hizo por medio del drama).

 

   Ya desde los títulos de crédito iniciales podemos advertir que nos encontramos ante un filme peculiar, que va a contracorriente. En ellos vemos un montón de dibujos médicos que representan instrumental quirúrgico poco convencional, que parece sacado de los sueños más morbosos de un demente. La genial partitura de Howard Shore (un habitual del director) nos acompaña desde el primer momento y tiende, en cada una de sus apariciones, a acrecentar esa sensación de incomodidad que se instala desde el inicio, cuando queda claro que el vínculo existente entre los dos hermanos no es sano, y que la forma que tienen de relacionarse con el mundo exterior en general y con las mujeres en particular lo es aún menos. Ese microcosmos que ambos comparten, tan ideal y esterilizado bajo su punto de vista, se viene abajo cuando un elemento extraño irrumpe en él. Claire se convierte en el objeto del deseo de Bev y pasa a formar parte de su existencia y de la de Elliot por extensión, pues la vida de uno es la de ambos, al ser compartida hasta las últimas consecuencias. Pese a que no sea su intención (el único pecado que Claire comete es el de enamorarse de Bev, pues nada indica que el hombre no se drogase antes de empezar su relación con ella), la actriz se comporta como un virus que en un principio es aceptado por un organismo y que poco a poco lo va haciendo enfermar hasta provocar su muerte, a la que se llega después de que el espectador sea testigo de uno de los descensos a los abismos de la locura más demoledores, angustiosos, malsanos y desesperanzados de la historia del cine, por cortesía de un maestra de la talla de David Cronenberg, que, con la precisión de un cirujano, lo expone ante nuestros atónitos ojos sin ningún tipo de ambages.

 

   Ya desde el inicio somos partícipes de la peculiaridad de la relación entre Bev y Elly (esos nombres femeninos con los que ambos se conocen entre sí), al igual que de la existente entre ambos y el resto de personas. Es necesario precisar que esa acotación del mundo que ambos comparten es visualizada por el director de manera brillante, pues la relación entre ellos siempre se desarrolla en interiores (la clínica, el apartamento que comparten…) retratados con la frialdad aséptica y distante de los tonos metálicos de un quirófano (merece destacarse la fotografía de Peter Suschitzky, que de esta película en adelante se encargaría de esa tarea en toda la filmografía de Cronenberg), mientras que las escenas de exteriores son escasas y de poca relevancia para la trama. Ese flashback situado en 1954, que muestra a unos pequeños Mantle paseando por el barrio en el que viven mientras conversan acerca de la (supuesta) ventaja que tienen los peces sobre el ser humano a la hora de aparearse, pues no necesitan de ningún tipo de contacto físico para hacerlo, deja desde un primer momento en evidencia el concepto que ambos tienen de mezclarse con el resto del mundo y las fobias y complejos que los dos padecen desde edades tempranas. Esa sensación se refuerza en otro flashback que tiene lugar en 1967, en el que unos Mantle ya creciditos realizan sus prácticas en la facultad de Medicina de Cambridge. Su profesor, con gesto hosco, se acerca a su mesa (la más apartada de la clase) y les arrebata el instrumental de su propia invención que están utilizando con el cadáver con el pretexto de que el mismo no serviría para operar a seres vivos. La escena posterior muestra a Elly recogiendo un premio por la invención de esa herramienta, mientras que un Bev anónimo permanece en su cuarto trabajando en beneficio de ambos. La idea de que Elliot es el gemelo dominante, con un carácter frío y manipulador, se repetirá y afianzará  posteriormente. Es fácil hallar similitudes con el personaje creado por Robert Louis Stevenson en su novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, publicada en 1886. En ella, Jekyll desarrollaba, debido a las drogas y a un evidente caso de esquizofrenia, una personalidad malvada conocida como Hyde, que además era capaz de sacar a la luz los más bajos instintos de su alter ego, inhibidos en éste por su timidez y su supuesta ética y moralidad. Está claro que en Inseparables tenemos a dos individuos, pero su afinidad es tal que parecen uno solo. Ese lado avieso y obsceno representado por Hyde y por Elly es culpable de parte de los desmanes que cometen sus “otro yo”, pero también está claro que esos desmanes no tendrían lugar sin la connivencia de las supuestas personalidades benévolas.

 

   En Inseparables, el trato de los protagonistas con el sexo opuesto roza lo enfermizo. Pronto sabremos que los gemelos tienen por costumbre el mantener relaciones sexuales con las mismas mujeres sin que éstas sean conscientes del engaño. Es, cómo no, el atrevido y seductor Elly el que cautiva a las féminas, prestando la “presa”, previo paso por su cama, a su hermano. La escena en la que Elliot tiene sexo con dos prostitutas, gemelas para más señas, resulta del todo esclarecedora con respecto al tema de los dos individuos unidos en perfecta simbiosis, pues el hombre, en un juego malsano, solicita a una de las mujeres que se refiera a él como “Elly”, y a la otra, que lo llame con el nombre de “Bev”. Otro momento que se relaciona con el anterior acontece cuando el mellizo seductor baila en el salón de su apartamento con Cary (Van Palleske), una de sus conquistas habituales, mientras Beverly dormita drogado en el sofá. La mujer se acerca a éste y le pide que se levante y le abrace. Entonces Elliot se aproxima por la espalda de ella y la coge, tomando su mano y acariciando a su hermano, que se separa y aleja hasta caer desplomado a escasos metros. Cary se acerca y comienza a hacerle el boca a boca, lo que provoca la reacción de un Elliot hasta ese momento impasible. El gemelo empuja con violencia a la mujer y aproxima sus labios a los de su hermano para proseguir la reanimación. Es en este instante cuando se sugiere más claramente una atracción homoerótica entre los mellizos. ¿Actúa Elliot para salvar a Beverly, o lo hace movido por los celos al observar como una mujer “besa” a su hermano?

 

   La relación entre los Mantle y Claire Niveau no podía ser ni mucho menos normal siendo ésta un elemento ajeno a los gemelos y del género femenino. Es Beverly el primero que entabla relación con la actriz, que acude a la consulta de ginecología de aquel preocupada por su incapacidad para quedarse embarazada. El único atractivo que Claire presenta en ese momento para Bev es la mutación en el útero que le impide procrear. Incluso reclama la atención de su hermano para que sea partícipe de su descubrimiento sin que ella lo advierta. Éste aprovecha la situación para seducir a la mujer, que, como no podía ser de otra manera, acabará manteniendo relaciones sexuales con los dos gemelos creyendo que son la misma persona (la truculencia de la historia también se refleja en esas relaciones, cercanas al sadomasoquismo). La relación entre Bev y Claire se afianza según aumenta la atracción entre ambos, mientras que los encuentros entre la actriz y Elliot desaparecen. El punto de inflexión en la pareja se produce cuando una amiga de ella le dice que su amante tiene un mellizo con el que acostumbra a intercambiarse sus conquistas. El descubrimiento de la existencia de los dos caracteres da lugar a la escena más tensa e incómoda de la película, aquella que tiene lugar en el restaurante donde se citan los Mantle con la actriz. La conversación va subiendo de volumen  hasta que una iracunda Claire llama “cabrón” a Elliot y le suelta: “Después de todo, me estoy acostando con los dos, ¿No?”. Beverly intenta arreglarlo, pero ella lo interrumpe para volver a insultar al otro gemelo, que con una cínica sonrisa y gesto de suficiencia añade con absoluta tranquilidad: “En realidad fue yo quien te folló primero, pero te dejé para mi hermanito porque no lo hacías muy bien”. Claire, ya fuera de sí, recoge su copa y lanza el contenido a su amante, mientras Elliot observa divertido. Las últimas palabras de la actriz (“¿Qué pasa contigo? ¿No se te levanta si no te está viendo tu hermanito?”) resultarían hirientes para cualquier persona normal, pero Elly sigue sonriendo con insolencia mientras la mujer se aleja de la mesa. Ni las lágrimas de su hermano parecen conmocionarlo, pues comenta sin inmutarse: “Bueno, esto resuelve nuestro pequeño problema”. Pese a la gravedad de lo sucedido, el reencuentro y la consiguiente reconciliación entre la pareja no tardará en producirse en casa de la actriz. Esa noche, mientras duermen juntos, Beverly tiene un sueño esclarecedor (quizá demasiado): Él y su gemelo permanecen unidos por un enorme y repulsivo cordón umbilical, que es destrozado a mordiscos por Claire. Los sentimientos de ésta con respecto a su amante quedan claros poco después, cuando, haciendo de tripas corazón, se cita con Elliot para decirle que está enamorada de su hermano. Aquel sugiere a la mujer que representa un estorbo y a continuación intenta seducirla, siendo rechazado. La relación entre Bev y Claire entra en barrena cuando la actriz ha de acudir a un rodaje de varias semanas de duración. A partir de ese momento, el declive de Beverly se acentúa hasta llegar a su trágico final.

 

   Está claro que el pistoletazo de salida al proceso autodestructivo de los Mantle se da en el momento en el que Claire irrumpe en la vida que ambos comparten. Como ya hemos dicho con anterioridad, esa degradación no es achacable a la mujer, sino a la mórbida e insana relación que ata a los gemelos. Parece evidente que esa relación se sustenta en unos pilares inestables que se tambalean en el mismo momento en el que Beverly empieza a ser presa de su adicción a todo tipo de pastillas. La primera vez que le vemos tomarlas, lo hace de la mano de la actriz, que le convence de que con ellas disfrutará del sexo hasta el éxtasis. Después de la discusión del restaurante, un Beverly completamente ebrio irrumpirá en una gala en honor a su gemelo, subiendo al púlpito y diciendo que él hace el trabajo sucio (algo totalmente cierto) mientras su hermano se lleva el mérito, todo ello ante un público ilustre que observa atónito lo que sucede. La noche en que Bev sueña que Claire desgarra de una dentellada el apéndice que lo une a su gemelo, la actriz le da varias píldoras para eliminar las pesadillas una vez aquel se despierta. La ausencia de la mujer a causa de un rodaje parece el golpe definitivo para Beverly, cuya paranoia le hace confundir al agente de su pareja, claramente gay, con su amante. Poco después, una paciente del ginecólogo entra junto a la secretaria en la consulta, hallándolo apretujado en una silla con el rostro completamente pálido y sudoroso, mientras tiembla, llora y balbucea incoherencias. El hombre parece perder definitivamente la cordura cuando le encarga a un escultor varios diseños propios a los que denomina “instrumental quirúrgico para mujeres mutantes”, utilizándolos en una operación en la que introduce una especie de garra retráctil por la vagina de la paciente justo antes de ser detenido por sus colegas. El escándalo consiguiente conlleva la prohibición para Beverly de volver a entrar en un quirófano. Su clínica de ginecología tampoco resiste, más aún cuando su secretaria le sorprende inyectándose drogas.

 

   El hombre, ya muy enfermo, es acogido por su hermano, que le tira todas las pastillas y lo aísla en su apartamento, aunque el propio Elliot comienza a ser presa de las mismas adicciones que han vuelto loco a Bev. Una llamada de Claire, ya de regreso del rodaje, sirve para aclarar el asunto del amante. La visita de aquel, consumido por las drogas, resulta patética, más aún cuando suplica otra dosis que lo mantenga despierto. Pese a ello, la actriz trata de ayudarle en vano, pues Beverly decide volver a los brazos de su hermano, teniendo antes lugar una despedida que será definitiva para los amantes. De regreso a una clínica tan destrozada como su propia vida, el gemelo encuentra a su igual vestido bajo la ducha. La siguiente escena, plena de emotividad, tristeza y patetismo, muestra a los Mantle deambulando por la consulta como almas en pena mientras trazan un planning mental con las drogas que consumirán hasta la conclusión de la semana. Elliot se sube a la camilla y Bev comienza una operación en vivo que, según él, servirá para separar a los siameses, tal y como sucede en la historia que poco antes narra a su hermano. La hemorragia y la gravedad de las heridas causadas por el bisturí provocan la muerte de Elly, pero las palabras que escuchamos justo antes de su fallecimiento (“siempre estaremos juntos”) resultarán premonitorias, y el amor fraternal que se profesan los gemelos, fatal e inquebrantable. Bev despierta a la mañana siguiente y reclama a su hermano, al que no ve pese a que su cadáver eviscerado yace en una camilla próxima. El gemelo sale a la calle y realiza una última llamada telefónica a Claire, pero negando cualquier tipo de redención, incluso la que se produce por amor, decide colgar sin decir nada. Su destino está escrito y se halla junto a Elliot. La última imagen, tan terrorífica como conmovedora, muestra los cuerpos de los gemelos Mantle en el suelo. El del fallecido el día anterior, apoyado en la pared, y a sus pies, el de Beverly, en posición fetal, devolviéndolos al principio de su existencia: ese útero materno alejado y aislado del resto del mundo en el que permanecer juntos hasta el fin de los tiempos, cerrándose de paso, y una vez más, el círculo.

 

(8/2)

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