KM. 666: DESVÍO AL INFIERNO (Rob Schmidt) / 2003: Desmond Harrington, Eliza Dushku, Emmanuelle Chriqui, Jeremy Sisto, Kevin Zegers, Lindy Booth, Julian Richings, Garry Robins, Ted Clark, Yvonne Gaudry, Joel Harris, David Huband, Wayne Robson, James Downing.

 

   Chris Flynn (Harrington, visto en Ghost ship: Barco fantasma, Steve Beck, 2002, y conocido, sobre todo, por su papel del detective Joey Quinn en Dexter) es un joven que realiza un largo viaje por carretera para acudir a una reunión laboral. Debido a un atasco en la autopista, decide tomar una vía secundaria que le permita llegar a tiempo. A causa de un despiste, colisiona con un vehículo que ha sufrido un pinchazo y en el que se desplazan otros cinco chicos, quedando ambos automóviles inservibles. Pese a la tensión inicial, tres de ellos y el propio Flynn deciden caminar en busca de ayuda, mientras los dos restantes se quedan cuidando de los enseres y maletas. Éstos serán víctimas de un trío de asesinos mutantes y caníbales que viven en los bosques de los alrededores y se alimentan de aquellos desdichados que tienen la escasa fortuna de adentrarse en sus dominios. La cacería continúa en el momento en el que los tres seres descubren que sus últimas víctimas no estaban solas.

 

   Resulta agradable y gratificante enfrentarse a una película como la que nos ocupa, en la que no se tienen puestas excesivas expectativas, encontrándote finalmente con un entretenimiento más que notable que te hace pasar un buen rato de tensión y diversión. Esa sensación se vuelve gozo cuando el filme en cuestión no solo resulta un pasatiempo notable, sino que además se muestra como un producto sólido (algo en lo que tiene bastante que ver el hecho de que los personajes no sean meras caricaturas o teenagers insoportables -los dos caracteres que se corresponden con ese perfil son finiquitados antes de que abran demasiado la boca-. Puede que parezca banal, pero darle cierta profundidad al cuarteto protagonista -al fin y al cabo, el que nos interesa-, aunque sean rasgos superficiales, como que dos de ellos estén prometidos y a punto de casarse o que el viaje del grupo se realice para levantar la moral de una de las chicas, recientemente abandonada por su novio, sirve para que empaticemos con ellos y para que nos afecte en mayor medida su sufrimiento), bien rodado, honesto (la película da lo que se espera y lo hace en ochenta minutos, yendo directa al grano y dejándose de rodeos estúpidos) y resuelto con oficio y solvencia. Algo similar me ha ocurrido en los últimos tiempos con otros tres filmes que si bien sí son apreciados por las masas cinéfagas, no lo son tanto por las cinéfilas (al fin y al cabo, esas que desprecian casi cualquier cosa que tenga que ver con el cine de terror). Uno de ellos es Jeepers creepers, Victor Salva, 2001, otro, La casa de cera, Jaume Collet-Serra, 2005, y el último, Las ruinas, Carter Smith, 2008. Curiosamente, tanto el filme analizado como los tres citados guardan varios puntos en común. En todos ellos tenemos a un grupo de jóvenes que realizan un viaje (por carretera en los dos primeros y a pie en el último) y que, a causa de algún tipo de incidente en un principio poco relevante (una figura que lanza un saco sospechoso por un conducto en la película de Salva, una avería de automóvil en la de Serra y la equivocación de tomar un sendero erróneo en la de Smith), acaban viéndose obligados a luchar por su vida en un entorno hostil y contra una serie de elementos (una criatura que sale de su letargo cada 23 años para cazar y alimentarse, un asesino en serie con ánimos de venganza y unas plantas trepadoras mortíferas de necesidad respectivamente) que dominan ese entorno y utilizan el conocimiento que tienen del mismo para acabar con los elementos invasores. Queda claro leyendo lo anterior que la influencia de La matanza de Texas, Tobe Hooper, 1974, perdura en el tiempo pese a que se rodó hace más de 40 años, y que su sombra aún es alargada.

 

   El inicio de la película es trepidante e introduce al espectador, como ya hemos dicho, en una dinámica de la que no saldrá hasta los títulos de crédito finales. O un poco más allá, porque tras éstos se encuentra una pequeña sorpresa que daría pie a una saga que, a la hora de escribir estas líneas, ya va por la sexta entrega. La cámara se desplaza en plano cenital mostrando un gigantesco bosque y sugiriendo esa necesaria sensación de soledad que hará que la angustia se acreciente según avanza el metraje. En una pared de roca vemos a una pareja de escaladores efectuando una complicada ascensión. Rich (el doble de acción Joel Harris) avanza unos metros por delante de Halley (Gaudry), hasta coronar el borde del acantilado, desapareciendo del campo visual de su compañera. Entonces oímos un golpe seco y el escalador cae en el borde del precipicio. Una gota salpica la cara de la joven, que descubre, al tocarse, que se trata de sangre. En ese momento el cuerpo de Rich es lanzado al vacío. A la vez, la cuerda de Halley se tensa cuando alguien tira de ella con fuerza. La joven consigue cortar el cabo poco antes de llegar a la parte superior, quedando colgada de la pared rocosa sin ningún tipo de amarre. Su intento de coger la línea de su compañero resulta infructuoso, cayendo igualmente al vacío, junto al cuerpo de aquel (es incomprensible que no le pase nada tras precipitarse desde semejante altura). La chica consigue ponerse en pie mientras un plano muestra la parte alta del acantilado, en la que se escuchan varios gritos y vemos como los árboles oscilan al paso de alguien que salta entre ellos. Tambaleándose, consigue llegar al claro donde se encuentra su coche, que es mostrado en plano subjetivo (generando la falsa apariencia de seguridad y de que la escaladora se puede salvar), pero un alambre con puntas sale del suelo al tensarse, provocando la caída de la joven, que resopla sobre el polvo justo antes de ser arrastrada por algo o alguien a quien no vemos. El fundido a negro y el ruido al golpear de un objeto contundente y un grito desgarrador dan paso a los títulos de crédito. Éstos resultan inquietantes y logran que la tensión generada en el epílogo no se rebaje lo más mínimo, pues en ellos se muestran recortes acerca de mutaciones genéticas provocadas por la endogamia, carteles de gente desaparecida en los bosques que acabamos de conocer, e insertos en los que extraños seres (solo vemos sus manos) preparan trampas y armas.

 

   De ahí a la presentación de Chris Flynn, nuestro protagonista, un joven que se dirige a una reunión de trabajo viéndose obligado a tomar un desvío a causa de un accidente en la autopista. Asistimos en este momento a la visita a la gasolinera de rigor, tan típica de los survival, en la que nuestro personaje es advertido del peligro que corre por el inevitable redneck de la América profunda (en esta ocasión la insinuación es tenue. Es más, cuando Chris se despide del hombre con un “Cuídese”, éste, con gesto torvo, le responde: “El que te tienes que cuidar eres tú”). De nuevo en ruta, y en la carretera de tierra que sirve de atajo, tiene lugar el accidente que complica las cosas definitivamente. Un despiste provoca que el vehículo del protagonista embista al todoterreno de un grupo de jóvenes que se halla detenido en medio de la pista. Tenemos por un lado a la pareja formada por los ariscos Evan y Francine (Zegers y Booth respectivamente, que volverían a ser pareja -o casi- en la descomunal Amanecer de los muertos, Zack Snyder, 2004, y que dan vida a los típicos adolescentes insoportables que serán finiquitados sin miramientos y en primer lugar por los letales e implacables caníbales), y por otro a Carly (Chriqui) y Scott (Sisto), dos jóvenes que se acaban de prometer. El quinteto lo completa Jessie (Dushku, la Faith de Buffy: Cazavampiros y Ángel). Tras un conato de discusión y las presentaciones de rigor, los tres últimos citados y Chris emprenden camino en busca de ayuda, mientras que la pareja restante decide quedarse junto a los coches. Francine curiosea los CD´s del recién llegado, mientras que Evan rebusca entre las maletas del todoterreno. Cuando la chica mira por el espejo retrovisor, descubre que su pareja ha desaparecido. Tras bajarse y llamarlo varias veces, observa un pequeño camino que sale de la carretera, adentrándose en él y encontrando un playero, realizando luego un macabro hallazgo: una oreja arrancada con varios piercings. La joven camina hacia atrás, ya presa del terror, pero choca con una enorme mole que se encuentra a su espalda. Sin darle tiempo a girarse, el gigante amordaza a Francine con un alambre de espino de la que tira con fuerza con ambas manos, mientras oímos los gruñidos del asaltante y los gritos de terror de la víctima, silenciados por un chasquido.

 

   El terror hace acto de presencia y ya no nos abandona hasta el final. La acción regresa a los cuatro supervivientes, que, tras un largo peregrinar por el bosque encuentran una gran cabaña de la que sale humo por una chimenea. Un montón de coches, furgonetas y bicicletas en distintos estados de abandono dispersados por los alrededores provocan las primeras reticencias de los chicos, que, pese a todo, deciden llamar a la puerta y entrar cuando no reciben respuesta alguna. La sucesión de hallazgos macabros e inquietantes se sucede entonces: Una mesa central rebosante de comida putrefacta, una gramola en la que suena un viejo disco, una olla en la que bulle un guiso repulsivo y un cenicero con un montón de llaves de coches de distintas marcas y modelos. La entrada en las habitaciones también ofrece un auténtico muestrario de objetos de todo tipo, que poco tienen que ver con lo que se espera de una vivienda en esas condiciones. Así podemos ver juguetes de niños, una caja de música infantil o un bote repleto de dentaduras. En una nevera, Chris encuentra un tupper con carne descompuesta. En ese momento Carly sale del servicio completamente aterrorizada tras descubrir una mano flotando en una bañera repleta de fluidos extraños, y los chicos emprenden la huida, interrumpida cuando observan como una vieja furgoneta se aproxima por el camino que llega hasta la casa, remolcando los vehículos que los chicos dejaron atrás. Tras comprobar que la puerta trasera se encuentra tapiada, Chris y Jessie se esconden bajo un camastro del salón principal y Scott y Carly en una de las habitaciones. Alguien entra en la cabaña y tira un alambre de espino en una esquina. Un plano subjetivo muestra lo que ven los chicos bajo el catre: alguien se desplaza por el cuarto portando un enorme machete, y un segundo individuo entra en escena, dejando caer el cadáver de Francine frente a Chris y Jessie, que observan aterrorizados el rostro destrozado por el alambre, aún forzando la boca en un horrible gesto. Escasos segundos después, el cuerpo vuelve a ser recogido y depositado sobre una mesa. Un primer plano muestra una sierra que oscila seccionando uno de los brazos, aunque el corte queda hábilmente fuera de la vista del espectador, que se retuerce imaginando lo que sucede. Es entonces cuando vemos a uno de los mutantes por primera vez, poseedor de un rostro completamente deformado capaz de causar absoluto terror (los excelentes maquillajes son obra del maestro Stan Winston, tristemente fallecido, y de su equipo). Al posar su escopeta junto a la cama, uno de los cartuchos del arma cae y rueda justo al lado de Chris, a punto de ser descubierto cuando el monstruo recoge el objeto. La tensión aumenta en el siguiente plano, tan rebuscado como llamativo. La cámara se mueve velozmente hacia la cerradura de uno de los cuartos, atravesándola y llegando hasta el ojo de Carly, que observa lo que sucede a través de la mirilla. En su pupila vemos reflejado el machetazo que uno de los asesinos propina al cadáver, seccionando otra extremidad. La cámara vuelve a deambular por el interior de la cabaña, pasando dos veces sobre el cuerpo mutilado de Francine. Tras un largo periodo de tiempo, Chris sale de su escondite, comprobando que los mutantes se han dormido. Le sigue Jessie, y finalmente Scott y Carly, que también abandonan su refugio. El protagonista consigue abrir la puerta, a la que llega su compañera. Pese a que es obvio que alguno de los personajes tropezará con algún objeto en su trayecto hacia la salida, cuando esto sucede se produce un sobresalto que no por esperado resulta evitable. El ruido no despierta a ninguno de los seres, así que la pareja y Jessie consiguen salir de la cabaña, mientras que Chris sujeta la puerta. Éste mira a uno de los mutantes, que le observa desde su lecho con los ojos abiertos. Los jóvenes huyen por la empinada cuesta de uno de los montes que rodea la vivienda, y cuando llegan a la cima y se giran, observan cómo, abajo, los tres monstruos parten en su furgoneta.

 

   Tiene lugar entonces uno de los momentos más sobrecogedores de todo el metraje. Los supervivientes llegan a una especie de descampado repleto de vehículos de todo tipo, unos modernos y otros más viejos, y todos en evidente estado de abandono (vuelve a ser indudable la influencia de La matanza de Texas). Muchos de ellos están manchados de sangre, otros tienen sus maleteros abiertos y las bolsas y maletas desperdigadas por el suelo, al igual que la ropa que había en su interior. Quizá el objeto que causa más desazón sea una muñeca tirada en la hierba, con todo lo que el hallazgo implica. Una vez más no es necesario mostrar sangre y vísceras para sugerir el horror. La frase (“¿Cuánta gente?”) que un Scott superado por las circunstancias repite un par de veces no hace más que aumentar esa sensación de pánico e indefensión, y pone en palabras el pensamiento del espectador. El ruido de un motor anticipa la llegada del peligro. La furgoneta reaparece y se detiene a escasos metros del cementerio de vehículos, y sus ocupantes descienden y olisquean el aire en busca de un rastro que les lleve a sus presas. Chris decide salir corriendo en dirección al bosque para atraer la atención de los mutantes y permitir la huída de sus compañeros, pero un certero disparo detiene su carrera. En ese momento Scott, previa despedida (definitiva) de Carly, sale en dirección opuesta, captando el interés de los asesinos. Resulta llamativo y acertado el score, transformado en este momento en una sonora percusión que acompaña apropiadamente a la cacería. Las chicas arrastran a un herido Chris y logran alcanzar el furgón, poniéndose en marcha. Uno de los mutantes (interpretado por Richings, visto en películas como Cube, Vincenzo Natali, 1997; Leyenda urbana, Jamie Blanks, 1998; o Saw IV, Darren Lynn Bousman, 2007), el más escuchimizado, persigue el vehículo, golpeándolo mientras emite una inquietante carcajada. Varios insertos muestran a un desorientado Scott corriendo por el bosque, mientras la furgoneta avanza por una pista de tierra. La lámpara del techo ilumina al joven, que dirige sus pasos hacia la referencia, ya detenida en el camino. El plano subjetivo que vimos al principio con la escaladora y su coche se repite de nuevo y cumple idéntico cometido: sembrar en el espectador la (falsa) esperanza de que Scott va a librarse de sus perseguidores, poniendo la salvación al alcance de su mano. El desenlace, obviamente, vuelve a ser el mismo. Un plano muestra a uno de los mutantes observando la escena. En otro vemos el carcaj que el asesino lleva a sus espaldas, repleto de flechas. Scott corre hacia nosotros (la furgoneta), pero oímos un silbido casi inapreciable y el joven disminuye el paso, caminando más lentamente. Otro silbido, ahora más claro, y el sonido de un impacto. El paso casi se detiene. Los ocupantes del vehículo le conminan a que corra, pero una mancha roja comienza a aflorar en el pecho del joven. Una tercera saeta atraviesa su cuerpo mientras Carly grita, presa del horror. Chris la coge y la abraza, tapándole la cara, mientras que su novio cae de rodillas y se desploma. El furgón arranca en el momento en que otra flecha atraviesa uno de los cristales. Los jóvenes se alejan y los cazadores recogen su botín. La huída no dura demasiado, pues un tronco corta el camino, obligando al trío a seguir a pie.

 

   Los supervivientes dan con una atalaya de vigilancia, ascendiendo y encontrando un maletín de primeros auxilios, bengalas y una vieja radio, que en un primer momento parece no funcionar. Pronto llega la noche, y Chris divisa a lo lejos tres antorchas que se aproximan a su localización. En un principio parecen pasar de largo, pero el sonido de una voz en la emisora llama su atención. Mientras Carly habla con el guarda forestal, dándole su posición, uno de los monstruos asciende por las escaleras, siendo repelido por el protagonista. La tregua es mínima, pues el humo comienza a ascender y colarse por los listones de madera que forman el suelo, seguido casi de inmediato por las llamas que comienzan a consumir el refugio. Chris observa que las ramas de los árboles se encuentran relativamente cerca de las ventanas, decidiendo que la única opción de salvarse es saltar hasta ellas para evitar morir abrasados. Uno a uno, los tres jóvenes consiguen alcanzar su objetivo, aunque una flecha les advierte que su maniobra ha sido advertida por los perseguidores. Un travelling en descenso desde la posición del trío hasta la base muestra a uno de los mutantes iniciar la subida por uno de los troncos. Chris y Jessie consiguen alcanzar otro árbol, pero el paso de Carly es detenido por una flecha, que se clava a escasos centímetros de su pie. La joven recula y vuelve a su posición, mientras que la cámara pasa por detrás del tronco en el que se apoya. El plano muestra a la joven por la espalda y, en primer término, al asesino alzarse tras ella sin ser advertido, armando el hacha que porta y descargándolo  ante la mirada de sus amigos, que observan impotentes la escena. El filo entra por la boca y el golpe, brutal, secciona la cabeza en dos. La parte inferior del cuerpo, de la mandíbula hacia abajo, cae golpeando las ramas, mientras que el resto del cráneo permanece sobre el hacha, que es liberado por el mutante, provocando la caída del despojo. Una treta ideada por Chris, en la que Jessie se ofrece como cebo, derriba al perseguidor (atención a su escalofriante gesto con el cuchillo cuando “aterriza” en la rama junto a la chica) y da tiempo suficiente a los supervivientes para alejarse y despistar a los perseguidores.

 

   La pareja encuentra de nuevo la pista de tierra, siendo sorprendidos por uno de los mutantes, que golpea a Chris y se lleva a Jessie. El joven consigue llegar a la carretera, encontrándose un vehículo de la guardia forestal y solicitando ayuda al agente, que pronto lo identifica como una de las personas con las que estableció contacto por radio. Una flecha lanzada por otro de los asesinos atraviesa el ojo y la cabeza del guarda, y el protagonista se ve obligado a esconderse. Cuando el mutante sube al coche, Chris aprovecha para deslizarse en los bajos, sujetándose a los mismos y llegando así a la cabaña de las criaturas. El joven oye un grito y vemos  que Jessie sigue con vida, amordazada, mientras uno de los monstruos la martiriza. Otro entra con el cadáver del guarda y lo deposita sobre una mesa, decapitando el cuerpo de un machetazo. En ese momento la entrada comienza a arder, y el mutante que se encontraba con la chica se dirige hacia las llamas. La pared y la puerta saltan en mil pedazos cuando son atravesadas por el jeep del guardabosque, conducido por Chris, que atropella a la criatura. El joven sale del vehículo y lanza un cóctel molotov al otro asesino, prendiéndole el brazo, cogiendo un estilete a continuación y atacándole. El monstruo repele la embestida y comienza un intercambio de golpes que concluye cuando el protagonista logra clavar el arma en un pulmón de su oponente, que espira y expira, al menos en apariencia. Chris se dirige a desatar a Jessie, pero antes de acabar es atacado otra vez por aquel que supuestamente acababa de morir. El joven logra esquivar los golpes a duras penas, pero acaba siendo capturado y apresado contra una pared. Cuando está a punto de perecer asfixiado, su compañera consigue disparar una flecha en la nuca del atacante, que cae liberando a su presa. Sin solución de continuidad sale la tercera de las criaturas, en apariencia la más débil, que golpea con un bate a Chris repetidas veces, hasta que Jessie parte una estaca de madera en la espalda del agresor. Éste se recupera (vuelve a repetir el gesto con los cuchillos y el siseo que ya realizara en la persecución por los árboles) y golpea a la chica, que cae con estrépito, pero es sorprendido por el protagonista, que lo sujeta con una cadena por el cuello, mientras que Jessie recoge un hacha y se lanza con furia hacia el monstruo, clavándosela en el pecho. La pareja camina hacia atrás y Chris recoge la escopeta. Ambos comprueban con horror que los tres engendros siguen vivos, así que, una vez fuera de la cabaña, el joven apunta al combustible del jeep y dispara, provocando una explosión que se supone definitiva.

 

   Los jóvenes regresan a la gasolinera del inicio para recoger el mapa (es curioso el gesto del dependiente, que atranca la puerta al reconocer la furgoneta de los mutantes), y tras los títulos de crédito asistimos a una escena que muestra a un policía examinando la cabaña incendiada y encontrando varios cadáveres. Alguien se acerca por su espalda y vemos a la criatura enclenque que descarga su hacha sobre el desdichado agente, mientras unas risas grotescas resuenan sobre el fundido a negro.

 

(7,5/6)

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