SLASH (Neal Sundstrom) / 2002: James O´Shea, Zuleikha Robinson, Brett Goldin, David Dukass, Nina Wassung, Craig Kirkwood, Neels Clasen, Nick Boraine, Jossie Broderick, Steve Railsback, Anton Voster, Milan Murray, Guy Raphaeli, Danny Keogh, Adam Woolf.
El director de la paupérrima Aullidos 5: El regreso, 1989, realizó este slasher directo a vídeo que responde a los estilemas de un género revitalizado a partir del éxito de Scream, Wes Craven, 1996.
Tenemos aquí a un grupo de adolescentes con las hormonas desatadas, un lugar inhóspito y lúgubre en el que desarrollar la acción, y, por supuesto, un asesino enmascarado cuyo oscuro pasado se vincula con alguno de los chicos que irán siendo convenientemente eliminados. Lo curioso es que, pese a los tópicos y a los lugares comunes, la película consigue, al menos, entretener, ya que los personajes caen bien, resultando alguno hasta simpático (me gustaría destacar a Goldin, que lamentablemente falleció asesinado en Abril del 2006 en Sudáfrica, país en el que había nacido, tras sufrir un atraco a mano armada al salir de una fiesta); los actores que los interpretan no son insufribles (un veterano como Railsback realiza un papel que recuerda al que bordara en Ed Gein, Chuck Parello, 2000, dando vida al legendario asesino en serie que asoló las zonas rurales de Wisconsin en la década de los 50); la granja donde acontece la historia se aleja bastante de las típicas universidades del subgénero, y Sundstrom aprovecha el caserón y sus alrededores para conseguir algún momento de tensión (los maizales que rodean la morada son testigos de alguno de los asesinatos, destacando el de Keith -Kirkwood, quizá lo peor de la película, debido a su excesiva sobreactuación-, que se encuentra con un espantapájaros que esconde una desagradable sorpresa; pero también es destacable el hallazgo de los cuerpos de las víctimas por parte de Suzie –Robinson, Ilana en Perdidos- en el sótano de la granja); la historia que sirve de marco para que el asesino de turno lleve a cabo sus fechorías tiene su punto original, basándose en la leyenda que reza que si las cosechas son regadas con sangre, éstas son mucho más generosas (evidentemente, aquella debía ser de animal, concretamente de gallina, pero el asesino pervierte el mito, haciendo que dicha sangre pertenezca a sus víctimas); y el homicida, oculto bajo un disfraz de espantapájaros (algo ya visto en la notable La oscura noche del espantapájaros, Frank De Felitta, 1981), no causa vergüenza ajena, resultando, cuanto menos, amenazador. Lástima que la mayoría de los asesinatos tengan lugar fuera de plano.
(5,5/3)
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