TORREÓN, EL (Michael Mann) / 1983: Scott Glenn, Alberta Watson, Jürgen Prochnow, Robert Prosky, Gabriel Byrne, Ian McKellen, William Morgan Sheppard, Royston Tickner,Phillip Joseph, Michael Carter, John Vine.
La segunda película como director (la primera fue la desconocida Ladrón, 1981) de Michael Mann (director de filmes sobresalientes como El último mohicano, 1992; Heat, 1995; El dilema, 1995; Collateral, 2004; y Enemigos públicos, 2009, y otros no tan destacables, pero igualmente reivindicables como Ali, 2001, y Corrupción en Miami, 2006 -el realizador también fue productor ejecutivo de la serie homónima de televisión-) significó su primera (y única) incursión en el cine de género, narrando la historia de un destacamento del ejército nazi que llega a un remoto pueblo de Rumania para defender un paso a través de las Cárpatos, acuartelándose en una fortaleza en la que se oculta un poder que permanece confinado entre sus muros y que irá acabando uno a uno con los soldados. Pronto se descubrirá que, además, su liberación podría traer un terror al mundo incluso más pernicioso y dañino que el de las huestes de Hitler.
Pese a contar con un sobresaliente elenco (Prochnow está bien como el oficial nazi al mando, enfrentado a una ideología con la que no comulga -la discusión con su superior, interpretado por un pérfido Byrne, en la que pone en duda los métodos radicales de éste después de que ordene fusilar a tres aldeanos en represalia por la muerte de varios soldados- y a una entidad que elimina a sus soldados paulatinamente y a la que no sabe como hacer frente; y McKellen también está correcto en el papel del judío al que el ser utiliza para intentar liberarse) y gozar de algún que otro momento destacable (la llegada al pueblo de los militares; la muerte de los dos primeros, tras arrancar una de las cruces de la fortaleza), el espectador es invadido por una sensación de letargo que coincide con determinados momentos en los que Mann se deja llevar por su pericia visual (esas escenas fantasmales del pueblo azotado por la ventisca; aquellas en las que visualizamos la fuerza que domina el torreón al desplazarse por el mismo; el combate final entre dicha fuerza, tras adoptar forma corpórea -atención a la realización de la imponente criatura, por obra y gracia de Graham Freeborn, Beryl Lerman y Richard Mills- y Scott Glen), que en este caso resulta algo gratuita (algo que no sucede en, por ejemplo, la magistral refriega de Heat, en el que cada movimiento de cámara, cada secuencia, o cada plano tienen una justificación formal y estética, conformando uno de los mejores tiroteos jamás rodados en el cine de acción), intentando dotar al filme de una trascendencia y misticismo que no tiene, al tratarse de una más de las series B que (super)poblaron la década de los ochenta.
El problema se amplia al observar que la película ha envejecido demasiado rápido, incluyendo una banda sonora, obra de Tangerine dream, que no casa ni con el ritmo ni con el argumento del filme (aunque sí es cierto que acompaña correctamente a determinadas escenas, dándoles cierto grado onírico y sobrenatural), y un guión soso y carente de chispa (el duelo final es pretencioso y vacuo cuando lo que pretende es ser épico, y algunos personajes están completamente desdibujados, como el de Scott Glen, del que no se explica ni su procedencia ni sus motivaciones).
(4,5/3)