VAMPIRES VS. ZOMBIES (Vince D´Amato) / 2004: Bonny Giroux, C. S. Munro, Maritama Carlson, Brinke Stevens, Peter Ruginis, Erica Carroll, Roy Tupper, Rob Carpenter, Jon Scheffer, Derek Champion, Ligaya Allmer.
Nos encontramos ante una de esas producciones amateur que de cuando en cuando (por desgracia, con mucha más frecuencia de la deseada) saltan a los estantes de los videoclubs, para infortunio del incauto principiante en esto del cine de terror que se deja llevar por una carátula bien diseñada o atractiva, o del fan irredento (entre los que, para mi desdicha, me encuentro) que se traga cualquier cosa que tenga pinta de ser mínimamente digerible.
En esta ocasión, “gozamos” de la compañía de un padre y su hija (porque citan su relación parental veinticinco veces en toda la película, pero podrían pasar por hermanos o parejita) que huyen en un vehículo (aunque podrían escapar a gatas, o en cuclillas, porque en varios planos observamos que el coche se desplaza a velocidades ultrasónicas -diez o incluso quince kilómetros/hora-) de un supuesto apocalipsis zombi que se extiende por doquier (y digo supuesto porque los automóviles siguen circulando por las carreteras, las tiendas están abiertas, y la gente pasea por las calles. Vamos, que el pretendido holocausto viene personificado por tres o cuatro individuos a los que, para maquillarlos, parece que les han metido la cabeza en una pizza o en un charco de lodo). También tenemos a una especie de Chuck Norris (con gran parecido a Kenny Rogers) que reparte cera a cámara lenta entre los enemigos, y que, parece ser, busca a su hija; a una vampira lesbiana que, no se sabe ni cómo ni por qué, es adoptada por la pareja protagonista, con el único fin de protagonizar un par de escenas semi-eróticas de lo más chapuceras con la hija (de ahí la gratuita mención en los títulos de crédito a Sheridan Le Fanu y su obra, Carmilla -de hecho, la vampira se llama así-, con el único fin de mostrar a dos señoritas frotándose con desgana durante unos segundos); unas cuantas muertes innecesarias y ridículas; un montón de flashbacks de relleno que no sirven absolutamente para nada (de hecho, lo que hacen es confundir aún más al sufrido espectador, que no sabe si lo que ve es un sueño, o real, o el producto de las drogas que se fumaron el director y el guionista antes de empezar a rodar); errores de raccord a cascoporro (micrófonos que asoman por doquier; cámaras reflejados en cristales y espejos; ropa que se mancha de sangre y que se limpia de inmediato…); y un final de esos que te deja con cara de “¡Ah, vale!”. Mala no, lo siguiente.
(1/2)