VAMPIROS DE JOHN CARPENTER (John Carpenter) / 1998: James Woods, Daniel Baldwin, Sheryl Lee, Thomas Ian Griffith, Maximilian Schell, Tim Guinee, Mark Boone Junior, Gregory Sierra, Cary-Hiroyuki Tagawa, Thomas Rosales Jr., Henry Kingi, David Rowden, Clarke Coleman.
Carpenter tocó (acertadamente) por primera y única vez en su filmografía el tema del vampirismo en la adaptación de la novela “Vampires”, de John Steakley (tenía pensado realizar una versión sobre el Drácula de Bram Stoker antes de que Francis Ford Coppola se le adelantase), que en principio iba a realizar Russell Mulcahy, realizador de Los inmortales, 1986. En ella se cuenta la historia de Jan Valek (un imponente Griffith), un vampiro que busca la Cruz de Beziers (un icono que permitiría que los miembros de su especie pudiesen caminar a la luz del sol, haciéndolos prácticamente indestructibles), y de la persecución a la que se ve sometido por un grupo de caza-vampiros encabezada por Jack Crow (Woods, que parece hecho a medida de un personaje que paladea en cada línea de diálogo).
Carpenter demuestra su dominio y su habilidad a la hora de manejar pequeños presupuestos para recrear brillantes escenas de acción (el asalto inicial al nido de vampiros, donde vemos la forma de proceder de los aniquiladores, y que se cierra con ese hermoso plano de las manos de Valek saliendo del suelo, donde estaba oculto; el ataque de éste a la casa donde los cazadores se reponen de la dura jornada con alcohol y prostitutas, masacrando casi sin despeinarse a todos ellos, con la excepción de Crow y Montoya –Baldwin-, que logran huir junto a una vampirizada Katrina –Lee, la Laura Palmer de la inolvidable Twin Peaks-, una de las chicas; el ataque al monasterio donde se guarda la cruz, llevado a cabo por Valek y los maestros vampiros, donde aniquilan a los monjes que allí viven, todo ello precedido por el impresionante plano de los chupa-sangres saliendo, como si de zombis se tratara, de la arena del desierto, donde se encuentran enterrados esperando a que llegue el anochecer; o la lucha definitiva y a muerte entre los vivos y los no muertos, en las calles del pueblo infestado) contando con un equipo sumamente resolutivo: el experto Jeff Imada (Blade runner, Ridley Scott, 1982; House, Steve Miner, 1986; El príncipe de las tinieblas, John Carpenter, 1987; Están vivos, idem, 1988; Bolsa de cadáveres, idem, 1993; Abierto hasta el amanecer, Robert Rodríguez, 1996; El club de la lucha, David Fincher, 1999…) como coordinador de dobles; los magos de los FX Bob Kurtzman, Greg Nicotero y Howard Berger, creadores de KNB FX Group; el director de fotografía Gary B. Kibbe, colaborador habitual del director… amén de un grupo de actores excelentes (aparte de los ya citados, destacar, entre otros, a Schell en el papel del cardenal, o a Guinee como el cura que ayuda a Crow tras la aniquilación de su grupo).
Como siempre, Carpenter no oculta su admiración por los grandes mitos del Western, haciendo de su película de terror un gran homenaje a las leyendas del género (el zoom a Crow, al inicio de la película, que recuerda al realizado sobre Charles Bronson en Hasta que llegó su hora, Sergio Leone, 1968; la relación de amistad y de lealtad entre la pareja protagonista, que culmina en un enfrentamiento final en el que uno deja escapar al otro, dándole una pequeña ventaja, y jurándole que le buscará hasta darle caza y acabar con su vida, algo similar a lo que sucede en Río rojo, Howard Hawks, 1948, entre John Wayne y Montgomery Cliff; o la introducción, ajustando el estilo al Sam Peckimpah de Grupo salvaje, 1969). Por otro lado, tampoco puede ocultar su animadversión hacia la iglesia (el cardenal interpretado por Schell traiciona a Crow, y por extensión, condena a la raza humana, ayudando a los vampiros a conseguir su inmunidad a cambio de la vida eterna; Valek era un sacerdote antes de convertirse en un ser de la noche, identificando directamente al mal absoluto con la religión; y, finalmente, aunque parezca una minucia, es el cura interpretado por Sierra el que se encarga de proveer de alcohol y sexo a los cazadores después de la jornada inicial, negociando con el sheriff del pueblo -definitivamente, Carpenter demuestra no llevarse nada bien con ningún tipo de autoridad-). También existe un pequeño homenaje a la obra maestra de la Hammer, Drácula, Terence Fisher, 1958, en la forma en la que Valek es eliminado (Crow rompe el tejado de su cubículo para que sea destruido por la luz del sol); y, como curiosidad, citar que el hombre que conduce el coche que es robado por Montoya en la gasolinera no es otro que el director Frank Darabont (Cadena perpetua, 1994; La milla verde, 1999; La niebla, 2007).
Una gran película que, por desgracia, no gozó del reconocimiento que se merecía, muy por encima de tonterías como Crepúsculo, Catherine Hardwicke, 2008, que tratan el tema del vampirismo con un infantilismo digno de estudio, acercando al mito a un cliché para preadolescentes descerebradas y gritonas.
(7,5/6)